La tenacidad. Una gran virtud si una no se pasa de frenada. Mi madre suele decirme, cuando me pongo muy muy insistente, que no es que sea pesada, es que soy tenaz. Algo que una buena amiga traduce por terca. Pero tanto da. Lo importante es el mensaje. Persistir, insistir y nunca desistir. Frase que, por cierto, no es mía, pero me encanta. Me encaja a la perfección.
La tenacidad es parte importante del mundo de los artistas. En cualquier entrevista a cualquier estrella, leeremos la cantidad de puertas a las que ha llamado, la cantidad de noes que ha recibido hasta que alguien, por fin, le dio su oportunidad. Como en La Ciudad de las Estrellas o en la más antigua Ha nacido una estrella, como en Fama, y como en tantas otras.
Y en nuestro teatro, más que en muchos ámbitos, la tenacidad es necesaria. Porque tal como está el patio, no nos queda otra. A uno y otro lado de las bambalinas. A uno y otro lado del patio de butacas. Veamos si no.
Por un lado, el justiciable. Hemos visto varios casos de ciudadanos empeñados en conseguir Justicia, con mayúsculas, más allá de todo. Las víctimas del accidente del metro –afortunadamente reabierto- o las del Yak 42, que nunca se conformaron con indemnizaciones para callarles la boca. O las del terrorismo de ETA en sus peores épocas. Y eso en casos conocidos. Que hay cientos de miles de ciudadanos luchando contra las pequeñas y grandes injusticias. Plataformas antidesahucios, asociaciones de consumidores y de afectados por cualquier cosa. Cada día es más la gente que, solos o mejor en grupo –la unión hace la fuerza- luchan contra lo que consideran injusto, aunque no les ataña directamente, como la actividad de quienes colaboran en organizaciones solidarias.
Pero eso no significa que desde el otro lado de los estrados no se pueda pelear exactamente con la misma fuerza, cada cual con los medios a su alcance. Desde asociaciones o colegios profesionales o fuera de ellos, con un objetivo concreto o enarbolando la Justicia por bandera, dentro o fuera de la oficialidad. Y, cada día más, a través de ese instrumento tan poderoso que son las redes sociales que, como una catapulta de las más clásicas películas medievales, nos puede llegar a colocar en medios de comunicación, y en el primer plano de la atención, aunque solo sea por un instante. Porque hay que aprovechar el momento, que la fugacidad es otra de las características de nuestra época.
Y es precisamente esa fugacidad el amigo y el enemigo constante. Hay que agarrarse a la cresta de la ola y surfear, pero después hay que seguir navegando, y eso es a veces lo más difícil. Enfrentarse al olvido mediático de lo que un día fue primera página. ¿Recordamos cuando, tras el mazazo de la muerte de aquel niño llamado Aylan en la playa, no pasaba un día sin hablar de la tragedia de los refugiados? ¿Recordamos la conmoción cuando en su día Boko Haram secuestró a unas niñas en su propia escuela? ¿O esos casos de personas desparecidas que un día nos espantaron y acaban perdiendo gas como noticia? La memoria es flaca, y las tragaderas parece que se acostumbran a todo, y hoy los refugiados ya no ocupan titulares, aunque mueran ahogados o de frío, las niñas secuestradas y todas las que han venido detrás parece que no importan, como no importan los miles de muertos que a diario hay en diferentes partes del globo terráqueo en conflictos bélicos o en atentados terroristas.
Ante estas cosas, solo tenemos la tenacidad de quienes se empeñan en que no nos olvidemos, más efectiva que los tradicionales rabos de pasa o que cualquier compuesto milagroso para potenciar la memoria.
Pero no hace falta ser un héroe, ni enfrentarse a grandes causas. Recuerdo bien –y el afectado seguro que también- que, cuando estaba en mi primer destino, le hice una petición a mi fiscal jefe. Como quiera que no estaba por la labor, le dije que se lo pensara, y que por si acaso, se lo recordaría. Lo que él no esperaba es que, todos los días durante un par de meses, entraba en su despacho y permanecía un buen rato preguntándole si ya lo había pensado. Ni que decir tiene que acabó sucumbiendo a mi tenacidad. El objeto de la petición, algo sin demasiada importancia, quedará para el secreto de sumario. Pero el procedimiento parece que creó escuela. La tenacidad es lo que tiene.
Y sólo es un ejemplo. He visto a compañeros –en el sentido amplio que abarca a todas las posibilidades de togados y togadas- permanecer inasequibles al desaliento y acabar saliéndose con la suya y haciendo que triunfe lo que consideraron justo y no atendido. Que si hay que plantear la cuestión al Tribunal Contitucional se plantea, como al Tribunal Europeo de Derechos Humanos o adonde se presente. Como hizo quien – o quienes- consiguieron que Europa se pronuniciara sobre las claúsuslas suelo, como ha hecho el juez que ha planteado la incnstitucionalidad del fatídico límite de instrucción, o quien ha denuniado ante instancias europeas al sistema Lexnet. Y muchos casos más, a buen seguro. Mosqueteros del derecho
Así que hoy, el aplauso va para todos esos mosqueteros que bien en grupo o bien, como El Llanero Solitario, se enfrentan a la injusticia de una manera justa. Toda mi admiración toguitaconada.
Fantástico como siempre. Dicen que en los vagones del metro en Tokio hay empujadores… eso es imprescindible y más cada día.
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Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
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Me uno a tu brindis por esos mosqueteros y llaneros solitarios pero en especial a las cinco mosqueteras 😋
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