Efectos especiales: reinventando


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Los efectos especiales siempre han sido parte esencial de cualquier obra. Cada día más avanzados, en algunos casos son tan espectaculares que llegan a comerse al guión de la película, sobre todo cuando de ciencia ficción o grandes catástrofes se trata. Desde los ya lejanos Aeropuerto 77 y sucesivos hasta toda la saga de Star Trek o La Guerra de las Galaxias, nada serían si fallasen esos efectos especiales. Hoy, los ordenadores han suplido -o complementado- al ingenio necesario, pero en su momento tenía su gracia usar dos cocos para emular el cabalgar de un caballo, o fingir el ruido de la lluvia con cualquier otro artificio, como nos contaban en películas como Cantando bajo la lluvia o Días de radio.

También nuestro teatro tiene sus peculiares efectos especiales, o, al menos el ingenio necesario para hacer que las cosas funcionen o fingir que todo va bien. Faltaría saber si nos encontramos más cerca de los tiempos del cine mudo, donde un pianista en la propia sala de proyecciones iba dando las notas necesarias en cada momento para crear el ambiente propicio, o si, por el contrario, estamos en pleno siglo XXI, donde los más avanzados ingenios tecnológicos nos transportan a cualquier ambiente real o imaginario con todo realismo en un nanosegundo.

La respuesta me temo que es obvia. Lo nuestro es más tipo McGyver, que con chicle, una horquilla y una goma del pelo arreglaba una nave espacial capaz de viajar a Saturno. Y, a veces, hasta tenemos problemas para encontrar el chicle, la horquilla y la goma de pelo.

Seguro que más de uno y de una vive esa situación entre el cine musical y el de terror que consiste en que la impresora se quede sin tóner. Además de la llamada consabida y la santa paciencia para esperarla, urgen soluciones inmediatas, entre las cuales la más popular consiste en extraer el tóner y agitarlo como si de una marca se tratara y fuéramos Antonio Machín cantando Dos Gardenias. Y listo. Al menos, un par de días de impresiones aceptables y otros cuantos necesitados de muy buena vista o gafas de aumento porque la tinta va desdibujándose y nos quedan los escritos como los pergaminos de El Nombre de la rosa.

Otro de los adminículos absolutamente necesarios en todo juzgado que se precie es el papel de celo o la cinta aislante. Con ella se puede desde arreglar un cable que no hace buen contacto -como el de la foto, obra de un compañero caritativo que acudió en mi auxilio- hasta atrancar una puerta para impedir que pase todo el mundo o lograr que no se cierre cuando se entra con el carrito de expedientes.

Y por supuesto, los carritos, todo un clásico. Desde el ya tradicional del súper al que ya dedicamos un estreno hasta todas las variedades imaginables de pseudo carritos, como una camarera de las de llevar la comida, o la silla-carrito, un sillón de despacho que se utiliza para transportar losexpedientes de uno a otro lado. Cosas del papel 0, ya se sabe.

Pero donde más he visto derrochar imaginación y auténtico bicolaje judicial es la confección de estanterias. A falta de las de verdad, desbordadas por la cantidad de causas acumuladas, hay quien se las ha ingeniado para, a base de carpetas de cartón y mucha cinta aislante, confeccionar verdaderas obras de ingeniería donde depositar y archivar los expedientes, algunos primorosamente ordenados. Pasen y vean.

Y hay más. Paraguas puestos del revés en el techo para impedir que las entradas y salidas de aire acaben llevando a alguien al hospital es otro de los escenarios habituales de nuestro día a día.

Y que nadie se crea que no tenemos recursos. No hace mucho, la repentina inundación del despacho del fiscal de guardia donde yo estaba fue rápidamente solucionada con un dique formado por cajas vacías y copias inservibles para contener el agua. Y válgame que hubo un par de funcionarios atentos y dispuestos, porque si no me hubiera visto obligada a tender las causas como hacía mi madre cuando metíamos por error un billete en la lavadora o se mojaban los deberes del cole.

Y luego están los clásicos: el posit y el típex, verdaderas joyas de las todavía, en plena era digital -según afirmar algunos- tenemos que echar mano para remediar entuertos.

Pero así seguimos. Con unos verdaderos efectos especiales, que no consisten en otra cosa que en dar apariencia  a las cosas de algo distinto de lo que son. Y eso hacemos, fingir modernidad con unos medios que distan mucho de serlo.

Así que hoy el aplauso es para quienes suplen con ingenio y ganas la falta de medios.  Ojala llegue el día en que puedan dar descanso a su incansable mente.

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