El género de aventuras es uno de los más antiguos y celebrados del mundo del espectáculo. Desde El Zorro a Indiana Jones, desde andar En busca del arca perdida, Tras el Corazón Verde o en Las minas del Rey Salomón a conquistar América en 1492 o emprender La conquista del Oeste a rebelarse hasta las últimas consecuencias como Braveheart o El último mohicano . Con espada, machete, piedras, cuchillos o revólveres. O, lo que es mejor, con un cerebro despierto y la valentía y la locura haciendo equilibrios portentosos. Arriesgando, porque a veces el riesgo es el único Abrete Sesamo posible ante la cueva de Alí Baba, aunque no haya cuarenta ladrones flanqueando.
En nuestro teatro no tenemos machetes, ni pistolas ni cuchillos. Al menos no físicamente. Tenemos la toga, los tacones –o los mocasines- y las leyes, que a veces pueden abrir brechas en lugares tan inaccesibles como La tumba del Faraón. Aunque El regreso de la Momia nos ande corriendo detrás. Y hoy quiero dedicar este estreno a esos héroes y heroínas que derriban La Gran Muralla a base de arrojo legislativo.
Siempre me ha gustado lo que yo llamo el derecho creativo. Que no es otra cosa que usar la ley para dar soluciones a supuestos que no había previsto, y hacerlo del modo más justo posible. Con una legislación como la nuestra, en que muchos de los cuerpos jurídicos esenciales datan no del siglo pasado sino del anterior –ahí tenemos el Código Civil y la Ley de Enjuiciamiento Criminal, sin ir más lejos-, poner en marcha la imaginación forrada de Derecho se hace absolutamente necesario. O recomendable, al menos. Recordemos que el Código Civil aún contiene una detallada regulación sobre quién se queda el árbol que flota en un río o la isla que se forma en él o qué pasa cuando se escapan las abejas del panal o se halla un tesoro oculto, y que no hace mucho que el Código de Comercio hablaba de los piratas berberiscos o el Código Penal del español que sedujere tropa para que pasare a las huestes sediciosas o separatistas. Sin embargo, poco o nada prevén de nuevas –o no tan nuevas- realidades como los nuevos contratos surgidos del comercio internacional o el advenimiento de Internet. Así que toca hacer un ejercicio de imaginación y aplicar otras instituciones o los principios generales para darles cobertura.
Recuerdo que en mis tiempos de opositora había un tema dedicado a los contratos innominados. Leasing, factoring, franquicia o renting entraban en esa categoría, que ni siquiera había encontrado un nombre en castellano. El tiempo, y juristas valientes, han ido dando contenido y regulación a tales realidades y a las que después, a buen seguro, han ido surgiendo, para que los derechos de las personas nacidos de estos contratos no queden en un limbo jurídico. Me imagino un purgatorio de derechos esperando a una buena acción de un jurista les dé las alas para subir al cielo de los elegidos como el ángel de Qué bello es vivir.
Y no solo ocurre en ese mundo del derecho civil, ni en las relaciones entre particulares. En el universo penal, el de juristas de sangre, sexo y vísceras -que cada vez tiene más intersecciones con el derecho civil o mercantil, dinero mediante- también aparecen nuevas realidades que hay que castigar por antijurídicas, por más que no vengan específicamente reguladas en nuestro Código Penal. El bulliyng ya es una realidad jurídica, como lo es el sexting –esa conducta repugnante de difundir fotos o vídeos íntimos- que, sin embargo, ya habían sido contempladas por el derecho dentro de tipos como las amenazas o ese cajón de sastre de las coacciones o de los delitos contra la integridad moral para hacer cierta la consigna de El criminal nunca gana de las series de mi infancia. Y poco a poco vamos abriendo caminos con nuestro machete imaginario en la intrincada selva de las leyes.
Sin valientes con toga no hubieran podido hacerse frente a realidades como las preferentes, que tanto daño han hecho a muchas familias. Tampoco se hubiera abierto paso una jurisprudencia consolidada en delitos de medio ambiente y en muchas otras materias. Y valentía sin fin la de quienes en su día empezaron a perseguir la corrupción, sobre todo esa que se escudaba en una legalidad ficticia para robarnos a todos.
Yo recuerdo algunos casos donde más de uno me miraba como si llegara de una nave espacial dispuesta a invadir la Tierra, tal cual Independence day. Ocurrencias como considerar que matar a la mascota de la ex novia es violencia de género o echar mano de la función constitucional del fiscal para perseguir la publicidad sexista. Dos pequeños ejemplos a los que seguro que cualquiera podría añadir miles. E invito a que lo hagan, que no hay nada como aprender de los demás.
Así que hoy el aplauso es para quienes, sin más armas que la cordura y usando de una cintura jurídica envidiable, no solo aplican leyes sino que hacen con ellas Justicia. Con mayúsculas.
Y una ovación extra para @madebycarol1, una ilustradora fantástica a la que descubrí en las redes y que me ha honrado con la deliciosa imagen que ilustra este estreno. Mil gracias. Y que no sea la última
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