Hoy en Con Mi Toga y Mis Tacones un post especial con motivo del Día de Difuntos.
Una #historiademiedo llamada Juzgado de Guardia
JUZGADO DE GUARDIA
Era su primera guardia desde que tomó posesión como juez. La suerte o la desdicha la mandaron a aquel pequeño pueblo donde no había otro juzgado que el suyo. Un sitio aburrido de puro tranquilo, cuya única pega era el aislamiento los meses de invierno. O eso era al menos lo que le contaron, porque acababan de empezar los primeros fríos. Casi tenía ganas de arrebujarse en una manta junto a la chimenea mientras veía caer la nieve fuera, algo impensable en la cálida ciudad de la que procedía.
Lo que no llevaba demasiado bien era lo de la soledad. Aquel caserón tan grande que había alquilado entusiasmada cuando fue de visita se le caía en encima y, aunque no se atrevía a confesarlo, cada noche pasaba miedo. Un miedo irracional y absurdo en una mujer adulta, pero que era superior a sus fuerzas. Pero confiaba en que acabaría acostumbrándose. Al fin y al cabo solo llevaba una semana allí.
Tal vez por eso se quedaba hasta tan tarde en el juzgado. Casi siempre había alguien por allí y sus muros le resultaban mucho más confortables que los de su casa. Así que si alguien le preguntaba, alegaba que quedaba trabajo pendiente, aunque lo llevaba todo al día. Y además, solía compartir esas tardes con la Secretaria Judicial –ahora llamada Letrada de la Administración de Justicia- que también fingía tener tarea y aparecía por allí a diario. En un par de días se convirtieron en inseparables.
El día de Difuntos empezaba su primera guardia. Había decidido quedarse en casa, porque en juzgados como en suyo bastaba con estar localizada. Comprobó que el teléfono móvil tenía batería y cobertura suficiente, y se dispuso a ver en el ordenador Don Juan Tenorio, como habían hecho siempre en casa de sus padres. No era como ir al teatro, pero le serviría para aplacar su morriña y ese sentimiento indefinido que se le metía por la nuca y le producía escalofríos. El miedo se empeñaba en hacerle compañía, por más que tratara de exorcizarlo con un chocolate caliente.
Nada más se instaló en el sofá, empezaron los ruidos. Sonaba como un jadeo, como si alguien respirara detrás de ella. Quiso quitarle importancia, se dijo a sí misma que sería el viento, o las tuberías, o cualquier otro sonido al que no estaba acostumbrada. Pero hubiera jurado que había alguien allí, observándola.
Sin dejar de temblar, se fue a la habitación, a comprobar si había dejado alguna ventana abierta. El payaso de felpa que se había llevado como recuerdo de su infancia parecía que le miraba con odio. Con las puntas de los dedos, lo tiró debajo de la cama. Se estaba poniendo histérica. Pensó en llamar a su reciente amiga, la secretaria judicial, pero seguro que se reiría de ella. Telefonearía a su hermana para calmarse, mientras esperaba que aquella sensación pasara. Pero cada vez era más fuerte.
Sonó el teléfono de la guardia. La llamaban del Juzgado, y le agradeció secretamente a aquel muchacho que hubiera montado la bronca en un bar que motivó su detención. Así que sin siquiera peinarse se puso las botas y recorrió las dos calles que le separaban del juzgado lo más aprisa que pudo. Cuando llegó allí su amiga la esperaba en la puerta. Y creyó que por fin se le pasaría aquel miedo que se le había metido en los huesos.
Así fue cómo me lo iba contando mi hermana por teléfono. Como no volvía a saber de ella, llamé a la policía. Lo que me dijeron me heló la sangre. En aquel Juzgado, la plaza de Secretaria Judicial estaba vacante hacía años, desde que la titular apareció muerta en extrañas circunstancias.
Cuando llamé ya era tarde. O casi. Mi hermana salvó la vida pese a la puñalada que llevaba en el costado. Pero el miedo se quedó con ella para siempre. Como se quedó la imagen de esa amiga que nadie más vio nunca.
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uffff que miedo, me ha encantado, me chiflan las historias de miedo
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Gracias, guapa
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