¿Qué seria del teatro sin luz? Sin una iluminación que centrara la atención en el momento exacto, en el protagonista adecuado, sin los matices que dan el ambiente justo en cada momento, las obras perderían gran parte de su esencia. Imposible concebir Los Otros sin que la luz -o la falta de ella- llenen toda la pantalla, imposible el pánico de Psicosis sin la penumbra opresiva de la recepción de Norman Bates, imposible pensar en prostíbulos de La pequeña o Princesas sin sus luces anaranjadas e imposible imaginar el ambiente discotequero de Fiebre del Sábado Noche sin sus luces caleidoscópicas y s imprescindible bola de espejitos. Y mucho más.
La luz es imprescindible por su protagonismo de filmes como Luz de gas, hasta el punto de tratar de enloquecer con ello a la protagonista, y las referencias a ella son constantes y del más variado pelaje, como en Luces de Bohemia. Hasta el punto, de haber entrado a formar parte de nuestra vida frases como el famoso Carolyn, ven a la luz de Poltergeist, que usamos para hacer entrar en razón a alguien, o hacer luz de gas, como sinónimo de volver loca a una persona.
En nuestro teatro, la luz es tan imprescindible como en tantos otros ámbitos de la vida. Y, aunque no podemos –al menos de momento-, matizar cada instante del juicio o la declaración con subidas o bajadas de los focos para elevar el nivel de dramatismo, es algo esencial. Y, como sucede siempre, nos damos cuanta cuando falta.
Quizás lo primero que habría que aclarar es que no hacemos los interrogatorios con una potente bombilla enfocada a los ojos del detenido. Lo que se ha venido a llamar El Tercer Grado es una leyenda urbana. Aunque confieso que en algunos casos ganas no nos faltan. Guárdenme el secreto.
Y a veces juraría, aunque no lo vea, que existe un cañón de luz imaginario enfocando a determinados investigados o testigos mediáticos en sus cada vez más frecuentes visitas al juzgado. Folklóricas, políticos o futbolistas llegan tan en olor de multitudes que parece que tengan la alfombra roja extendida y un haz de luz enfocándoles, mientras una horda de fans les jalean, hayan hecho lo que hayan hecho, o se agolpan a su alrededor tratando de que las cámaras les den unos segundos para poner morritos, hacer el gesto de la victoria o decir “quiero saludar a mi churri”.
Pero la luz, ésa que aparece como por ensalmo en cuanto le damos al interruptor, a veces falla. Y entonces es cuando nos damos cuenta del completo desastre en que nos encontramos sin ella. Me pasó el otro día sin ir más lejos. Una tromba de agua nivel El diluvio que viene tuvo a bien obsequiar a mi ciudad mientras yo estaba en el juzgado de guardia haciendo las labores propias de mi toguitaconada profesión. Y como quiera que en mi ciudad no han sido suficiente siglos de inundaciones épicas para aprender la lección y estar preparados, nos pilló a los Togados por sorpresa y al justiciable más aún. Y de pronto, zas, En la Ardiente oscuridad. Y aunque no tardó en volver a iluminar nuestras caras y nuestros expedientes, los ordenadores no pudieron soportar la impresión recibida y decidieron ponerse en huelga de cables caídos. Y es sólo entonces, cuando tienes que tirar de boli bic –si hay- para hacer un informe, o poner un auto de prisión y otro de alejamiento en nuestro caso, es cuando te das cuenta que Todo lo que necesitas no es amor. Y ojo, tuvimos suerte porque la fotocopiadora decidió erigirse en Esquirol y no secundar la huelga, porque si no no habría otras copias que las que volviéramos a hacer con el sistema de un monje amanuense, como si estuviéramos en El nombre de la rosa. No obstante, hubo que dejar cosas pendientes pata día siguiente. Que si El cielo puede esperar, los juicios no van a ser menos.
Recordé al hilo del suceso otras ocasiones en que falló la iluminación en nuestro teatro. Me contó una compañera cómo en pleno juicio de jurado por asesinato de pronto la oscuridad se cernió sobre los presentes precisamente en el momento de emitir el veredicto. Es decir, en pleno clímax, con el acusado esposado, magistrado, abogados y fiscal presentes esperando, y los once miembros del jurado dispuestos a que su portavoz, puesto en pie, diera lectura al acta y se pudieran ir por fin a continuar sus vidas. Vana ilusión. Después de unos cuantos minutos, que imagino eternos, congelados en el momento como si fueran los protagonistas de la Bella Durmiente después de que ésta se pinchara con la rueca, se decidió ir en busca de otra sala, y tuvieron que abrirse paso como bien pudieron entre el Azul Oscuro casi negro del ambiente. Porque añadiré, para los listillos que estén pensando en que usaran el móvil de linterna, que los miembros del jurado no pueden tener el teléfono consigo. Un día inolvidble, a buen seguro.
También me vino a la cabeza otra ocasión, donde la compañera de guardia en un pueblo estaba tomando declaración al acusado de un caso que despertaba un morbo desmedido, en que, tras horas de interrogatorio y ya entrada la madrugada, se vio sumida Entre tinieblas. La luz se extinguió para no volver hasta horas más tarde, y tuvieron que emigrar hasta otro edificio, en un peregrinaje con los expedientes a cuesta en que juez, fiscal, funcionarios, abogadas y secretaria judicial –hoy LAJ- avanzaban en la noche seguidos de cerca por los periodistas que, cámara en ristre, no les dejaban a sol ni a sombra, al filo de la noticia.
Gajes del oficio, desde luego. Pero muchos de ellos evitables con un poco de previsión un mucho de inversión. Por eso, hoy el aplauso va, con mi linterna en la mano por si las moscas, para quienes sacan adelante este trabajo a pesar de los inconvenientes. Incluso a ciegas.
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