Hay que reconocerlo. Todos necesitamos que nos jaleen de vez en cuando. Que La vida es una tómbola y a veces llega La Tormenta Perfecta y nos arriesgamos a caer en el Abismo. Y, por más fuerte que sea uno, nunca se libra de estos momentos.
En el mundo del espectáculo es más que frecuente que esas cosas pasen. Viven la vida como un carrousel, y quien un día estuvo en lo más alto, de pronto se ve relegado al olvido más cruel, reemplazado por el nuevo favorito del público. Triunfitos varios, concursantes de cualquier reallity show o cantantes de medio pelo que dieron el campanazo un verano por razones inexplicables, ven cómo huyen de ellos las cámaras que un día les amaron, y eso no es plato de gusto de nadie. Siempre recuerdo la triste historia de una de las cantantes de Las Grecas, o la de aquella presentadora del Dabadabada de mi infancia, que acabaron de la peor manera posible.
Por eso es tan importante recibir esos chutes de energía que la buena gente tiene a bien proporcionarnos. Y en nuestro teatro no somos una excepción. Un juez que un día puso una sentencia que todo el mundo admiraba de pronto denostado por otra, un fiscal o un abogado a los que tan pronto se da la razón como se deniega todo, y mil ejemplos más, sin olvidar que estas cosas pasan por el filtro de la prensa, no siempre tan objetivo ni tan bien informado como sería deseable. Aunque por suerte hay enormes profesionales, como ya contamos en el estreno a ellos dedicado, Periodistas
¿Y cómo nos dan ese chute de energía? Pues no es tan difícil. No es necesario que un titular de prensa nos alabe o nos muestre su más rendida pleitesía. Hay muchos modos de insuflarnos ese ánimo como si fuera el hinchador de una colchoneta sin necesidad de llegar a tales extremos.
A veces, son cosas tan sencillas como que un compañero te diga que hiciste un buen trabajo o que le resultó útil. Una vez alguien me dijo que mi trabajo le devolvía la ilusión por su profesión y, aunque exageraba, me hinché como un pavo y decidí hacer otro tanto cuando fuera otro el que produjera en mí ese efecto. Y desde entonces no lo callo nunca. Tenemos el mal hábito de hablar solo para quejarnos y nunca decir aquello que está bien. Y eso también hace falta. Al menos, de vez en cuando.
Pero hay otro modo de recibir energía un día tras otro. Un regalo que algunas personas nos hacen y que no siempre sabemos apreciar. O que sabemos apreciar pero no decírselo o agradecerlo. Que alguien se acuerde de una y le destine una “buenos días” con una imagen escogida, un “buenas noches” con una canción o una fotografía de algo que le apasiona, no tiene precio. Y aunque hay quien, haciendo uso de un concepto de la profesionalidad mal entendido, tilda estas cosas como una sobredosis de glucosa, creo que yerra. Sentir que alguien dedica los cinco primeros minutos de su día, entre el café, las prisas y las tostadas, a acordarse de mí, a mi me pone las pilas. Y me produce síndrome de abstinencia si me falta. Aunque eso corresponda a declararme públicamente yonki de Mimosín.
Pero aún hay más. Hay una persona que todos los días, sin faltar uno, invierte tiempo en subirnos la moral a unos cuantos afortunados, inundando nuestros muros de redes sociales de optimismo y ánimo. Una imagen y una frase destinada únicamente a eso. Algo que puede parecer tonto, pero que se ha convertido en indispensable.
Así que ahí queda eso. Que piense quien quiera que me han abducido Los osos amorosos, que yo estoy tan contenta. Y me subo más segura a mis tacones y me pongo con más ganas la toga. Faltaría más.
Por eso hoy el aplauso es para ellos. Para todas y cada una de las personas que se acuerdan de animar a los demás, que les dedican un instante de su vida, que reconocen su labor. Y, por supuesto, para esa persona de la que he hablado, una ovación especial. Gracias, Gloria. Y gracias también a alguien que hoy mismo me hizo llorar de alegría. Aunque, como dicen, se dice el pecado pero no el pecador.
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
Me gustaMe gusta