Todos sabemos lo que es un especialista en el cine. Ese profesional que realiza las escenas arriesgadas, jugándose el tipo y salvándoselo a la estrella. Cosas como saltar de un precipicio, conducir un coche en llamas o tirarse a una piscina desde mil metros de altura son cosas de las que suelen hacer los especialistas, cualquiera lo sabe. Y con vistosos resultados, desde luego.
Pero nuestro teatro también tiene sus especialistas, no creamos que no, aunque por suerte o por desgracia, no sea lo mismo. Porque más allá de bordear peligrosamente las aristas de unas leyes que nos vienen pequeñas o se quedaron viejas, o apilar cuidadosamente los tomos de expedientes para eludir el riesgo de morir sepultados bajo el peso de la justicia, no son demasiados los riesgos físicos a los que nos enfrentamos. Al menos, los evidentes, que los otros sí que existen y, por desgracia, ya hemos asistido a algún fallecimiento en el que bastante tuvo que ver el estrés de estas profesiones. Pero, además de eso, cosas como tendinitis de usar el ratón del ordenador o el cuño, dolores de espalda y pérdidas galopantes de visión, son realidades de nuestro día a día, pero poco espectaculares y menos glamurosas.
Pero sí que tenemos especialistas, vaya que sí, aunque tal como están concebidos cabe preguntarse si son realidad o ficción. Porque nosotros no somos como los médicos, que lo tienen sencillo. Terminan su carrera, hacen su MIR y ya son especialistas en aquello que se hayan especializado, valga la redundancia. Pero claro, ellos son de Ciencias, ese mundo de números y fórmulas en que todo tiende a encajar. Y nosotros de Letras, el planeta de la anarquía. Y eso deja su impronta.
Teóricamente, nuestras carreras hacen una firme apuesta por la especialización, ya se encargan de decírnoslo cada dos por tres. Pero, como siempre, del dicho al hecho hay un buen trecho.
A primera vista, y sólo con echar una ojeada a la Ley de Planta, la especialización de los jueces es una realidad incontestable. Juzgados civiles, penales, de lo Mercantil, de lo Contencioso, de Violencia sobre la Mujer y, en algunos sitios, de Incapacidades, de Familia, de Ejecutorias… y Salas al efecto también. Pero luego llega la realidad, con la mala leche que la caracteriza, y la cosa no es para tanto. No estoy desvelando la fórmula de la Coca-Cola si afirmo que muchos de esos especialistas nacieron del azar de los destinos o de las normas de reparto. Porque gran parte de quienes sirven en esos órganos especializados están ahí por la sencilla razón que era la plaza que quedaba vacante cuando concursaron o cuando fueron víctimas del extinto ascenso forzoso. Y gran parte de ellos ahí se han quedado y, en muchos casos, se han convertido en verdaderos especialistas de admirables resoluciones en sus materias. Pero lo cortés no quita lo valiente, y nadie les exigió especialidad alguna cuando saltaron al ruedo de lo Social o de lo Contencioso, por poner un ejemplo.
Otra fuente especialización es la que viene directamente de las normas de reparto. Esas que asignan la materia de Violencia sobre la Mujer a una determinada Sala o Sección con un número determinado, sin que nadie les exija a quienes la componen ni un mínimo de experiencia en la materia. A pesar de que, paradójicamente, sean quienes han de resolver las resoluciones de los jueces de Violencia, a los que sí se les pide al menos una cierta formación, y que han devenido verdaderos especialistas por ocuparse exclusivamente en la práctica de estos temas. Y así en muchos casos.
Para acabarlo de arreglar, están las plazas de verdadero especialista, con examen, título y todo, que coexisten con las otras en una extraña convivencia. Se reservan plazas en las jurisdicciones especializadas a los que tienen esta cualidad, pero no todas lo son y, al fin y a la postre, sus resoluciones tienen el mismo valor que las de quienes carecen de él.
Pero como en todas partes cuecen habas, en la carrera fiscal tampoco es fácil de entender la cosa. Con el Estatuto Orgánico en mano, tenemos especialistas para todo lo que una pueda imaginar: medio ambiente, siniestralidad laboral, delitos de odio, criminalidad informática, delitos económicos, cooperación internacional, víctimas de delito, Jurado y mil cosas, más, y las que vendrán, la mayoría con su Fiscal de Sala a la cabeza. Tenemos también materias con fiscalías especializadas, como Anticorrupción o Antidroga, con sus correspondientes delegaciones en provincias. Y, para acabar de encajar el puzzle, Secciones especializadas, como Violencia Sobre la Mujer, Menores y Civil. Y, entre ellas, miles de combinaciones y permutaciones –aunque seamos de letras- posibles, que van desde la dedicación exclusiva al fiscal multifunciones, con todas las escalas posibles. Porque a nadie se le escapará que no es lo mismo Teruel que Madrid, y en una fiscalía pequeña es imposible que existan fiscales suficientes para cubrir todas las especialidades, y algunos acaban con más títulos que la Duquesa de Alba, mientras que otros jamás abandonarán la trinchera.
Y también para nosotros el azar o el reparto juegan un papel esencial, al igual que en la carrera hermana. Y también hay especialidades con papel que lo acredita, aunque sea vía cursillo, como Menores, otras donde debes acreditar la especialidad con la práctica y con el currículum que vaya uno formando a base de bolos o de formación al libre albedrío, y otras en las que caes porque no te queda otro remedio. Y, también como en los Jueces, eso no quita que acabemos convirtiéndonos en eminencias en nuestro terreno, como ha sucedido con muchos compañeros.
Ignoro si a los Secretarios Judiciales les pasa cosa parecida, pero, por lo que sé, como sus destinos corren paralelos al Juzgado al que sirven, podrían asimilarse a los avatares de la carrera judicial al respecto, al menos en parte.
En cuanto a los Letrados, los Colegios de Abogados organizan sus cursos de especialización para integrarles en la sección correspondiente, como Menores, Violencia Doméstica o Extranjería, pero es la práctica la que acaba haciendo al maestro. Y tampoco me consta que exista ningún título oficial de especialista en materia alguna, más allá de la pertenencia a un bufete que se autotitula especialista en algo, y por más que en la práctica lo sean. Pero no olvidemos que, más allá de los grandes despachos, son legión los que ejercen de apagafuegos, e igual le dan a un desahucio que a una orden de protección, aún a riesgo de volverse esquizofrénicos. Y menudo mérito que tienen, todo hay que decirlo.
Así que el aplauso de hoy es repartido. Para los especialistas, vengan de donde vengan, cuya dedicación convierte su trabajo en modelo. Y para los apagafuegos que acaban pudiendo con todo. Porque el trabajo bien hecho siempre merece ser reconocido.
Lo has definido genial !! Los abogados que ejercemos en localidades pequeñas lo mismo valemos para un roto que para un descosido………. eso si a costa de estar todo el dia estudiando. Porque ademas, cuando abres el despacho, te haces a la idea que va a ser sota, caballo y rey……………… y nada mas lejos de la realidad…. los temas mas extraños, enrevesados y el por donde le meto mano yo a esto es nuestro dia a dia. Apagafuegos. Un saludo.
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