En la entrada anterior conocimos un poco más las tablas de nuestro escenario, ése donde hacemos la mayoría de nuestras representaciones. Pero nuestro espectáculo no siempre se desarrolla allí. Hay que preparar los argumentos, en los despachos y en el Juzgado de guardia, estudiar los guiones y, cuando sea preciso, rodar en exteriores. Y a eso precisamente vamos a dedicarnos hoy.
Los profesionales de la justicia, ésos a los que me he referido en ocasiones como “los que vivimos del delito”, de vez en cuando nos aireamos y salimos a hacer visible nuestra labor más allá de los muros de nuestros Juzgados y Tribunales. Nos dejamos ver y de paso permitimos que entre un poco de aire fresco en nuestro a veces demasiado estrecho mundo. Que buena falta nos hace, por cierto.
Yo he tenido la suerte, y el honor, de participar en una de esas experiencias hace apenas unos días y, a sugerencia de una compañera, me ha parecido buena idea dedicar un espacio a esas comparecencias ante otras Instituciones, a mi juicio, enriquecedoras para ambas partes. O al menos, eso espero, claro.
Por supuesto que mi caso no es único ni mi experiencia no es más que una más de las que han tenido muchos compañeros antes que yo, y seguro que tendrán otros en el futuro. Sé de varios fiscales que han comparecido ante las Cortes Autonómicas, o ante el propio Congreso de los Diputados -más allá de lo normal entre las altas instancias- para informar de temas tan importantes como la prostitución, las víctimas del delito, la Violencia de Género, la corrupción o cualquier otro donde se considere que existe un interés público. También algunos hemos tenido la fortuna de viajar allende nuestras fronteras para participar en proyectos comunes o para compartir nuestra experiencia. Es bueno que, tanto dentro como fuera de nuestro país, se cuente con nosotros para afrontar temas que conocemos desde una perspectiva que nadie que no pise los juzgados pueda hacerlo. Ójala se hiciera más.
Lo bien cierto es que en esos casos una se siente un poco como una planta fuera de su tiesto. Desprovista de mi toga, mi capa mágica de superhéroe, y encima de mi tacones -cómo no-, una se siente un poco como si tuviera que examinarse. Como aquel lejano día en que, ante esas imponentes puertas verdes y doradas del Tribunal Supremo, tenía que resumir años de esfuerzo en poco más de una hora. Por suerte, esas mariposas en el estómago que todo artista tiene antes de un estreno, dejan de revolotear una vez se toma asiento y se empieza a decir lo que se ha venido a decir. Nada más y nada menos. Las mariposas vuelan y se vuelven libres en cuanto se cumple con el cometido de hacer valer el trabajo y el esfuerzo de todos los que nos dedicamos a esto, de mostrar sus carencias, de proponer soluciones, en definitiva, de arrimar el hombro para que todos los que podamos hacer algo en este barco en el que un día nos embarcamos, rememos en la misma dirección. En la de la Justicia, con mayúsculas. Ni más ni menos.
Como me dijo una vez otra compañera, es parte de nuestra misión hacer visible el trabajo que realizamos, desde el compromiso, más allá de los juzgados, sea a través de las instituciones que así lo tengan a bien, como a través de otros cauces, contando las cosas ante aquellos auditorios que tengan interés en conocerlas, o escribiéndolas para quienes tengan interés en leerlas. Porque un servicio público debe trascender en ocasiones a los confines de su propio ámbito. Y un descuido la parte rodada en exteriores puede hacer fracasar a la mejor película.
Por todo eso, propongo una gran ovación a todos los que posibilitan que nuestro trabajo se haga visible, a todos los que se atreven a contar con nosotros para acometer cualquier trabajo que nos vaya a afectar. Ojala cundiera el ejemplo y nos llamaran muchas más veces. Porque, como he dicho, todos remamos en el mismo barco.
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