Los protagonistas de nuestro gran teatro de la justicia llevan ya muchas representaciones a cuestas. Sin parar, salen un día tras otro a pisar las tablas del escenario, sin que les hayamos dado hasta el momento una ocasión de solaz y esparcimiento. Pero de vez en cuando, tienen derecho a ello. Y a lucirse, y a pisar la alfombra roja porque no hay espectáculo que no cuente de vez en cuando con su noche de gala.
Tuve la suerte de vivir hace unos días una de estas galas. Se trataba en este caso de las Bodas de plata de mi promoción de la Facultad de Derecho de Valencia, pero podía haber sido cualquier otra. Por un momento, todos los que un día compartimos aula y hoy frecuentamos nuestra función, nos despojamos de togas y corbatas –aunque no de tacones, eso nunca- y nos dispusimos a pasar una estupenda velada compartiendo pasado, presente y hasta futuro.
Y allí nos juntamos muchos de los protagonistas que ya han debutado en nuestro teatro, y algunos que ya lo harán. Jueces, Fiscales, Secretarios Judiciales, Abogados del Estado y de la Generalitat, técnicos de las diversas Administraciones Públicas, funcionarios, Inspectores y Subinspectores de Hacienda, Letrados de oficinas de ayuda a víctimas, asesores de todo género, abogados de diversas especialidades, procuradores, empresarios, abogados al servicio de distintas entidades y supongo que algun Notarios y Registrador de la Propiedad. Y alguno más que se me escapa, seguro, que una no es infalible. Y por supuesto, ciudadanos todos, que todos somos usuarios de esa justicia de la que a veces somos protagonistas.
La noche fue fantástica. Ataviados con nuestras mejores galas, comprobamos cómo nos ha tratado el paso del tiempo. Quién perdió su lustrosa melena y quién simplemente la tiñó de blanco, quién redondeó su cuerpo o adquirió pliegues en su sonrisa. Y cuántos de nosotros cambiaron su vista de lince por serias dificultades a la hora de leer el menú sin alejarlo varios metros de sus ojos, por eso de la presbicia. Pero las sonrisas permanecían invariables. Y gran parte de la ilusión con que un día pisamos por vez primera esa Facultad que ya no existe, también.
Pertenecemos a una generación que aún sufría esas bromas pesadas en que consistía la “borregada”, a una generación en que nadie se planteó poner límites a la admisión de estudiantes y seguía las clases desde el suelo o encaramados en los radiadores por falta de espacio, a una generación que tenía que buscarse la vida para hacer alguna práctica porque ni sueños de eso que hoy se llama “practicum”. A una generación para la cual Bolonia no significaba otra cosa que una hermosa ciudad italiana de gran tradición universitaria, y los créditos se relacionaban con la economía y no con las asignaturas que hubiera que estudiar. Y por qué no decirlo, a una generación que hizo tantas horas en el bar como en las clases, si no más.
Tomábamos apuntes a mano, y una máquina de escribir eléctrica con la que transcribirlos era un enorme lujo. Y hacíamos fotos de papel, que llevábamos a revelar sin saber cuántas de ellas saldrían para luego pegar en un álbum. Nada que ver con lo que vivimos ahora, donde todos andamos como locos con el móvil, tratando de inmortalizar esos momentos que nos transportaron a otras épocas.
Una estupenda iniciativa que hay que aplaudir al organizador. Ahora recuerdo el momento en que a través de redes sociales se empezó a mover el tema. Incluidas sus anécdotas, como la de quienes creían que el muro de Facebook era algo construido con ladrillos y el tablón un cuadro de corcho donde colgar la lista con los nombres. Pero, finalmente, el boca oreja hizo el resto y allí estuvimos.
Así que lo dicho. Los artistas de nuestro gran teatro también tenemos nuestras galas, y nuestra alfombra roja. Y la que cuento hoy no es sino una de las muchas que se celebran. Y el aplauso, y muy fuerte esta vez, para todos los que tienen la iniciativa de dar el paso para reunirnos y que todo salga perfecto. Y para que mañana, cuando volvamos a ponernos la toga, hayamos sido un poco más felices recordando la ilusión con que empezamos nuestra andadura por estos lares. Y, por supuesto, esperando la siguiente gala.
Lo suscribo: fue una noche divertida
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