Adaptación: hacerse a todo


              Adaptarse o morir, reza un conocido dicho Y tiene razón, más razón que un santo. El mundo del espectáculo se ha ido adaptando a las circunstancias, y así ha pasado del cine mudo de los primeros tiempos, con el Chaplin de El chico, el Buster Keaton de El maquinista de la general y tantos otros títulos, al cine sonoro, a partir de El cantor de jazz. También se pasó del blanco y negro al color, de los decorados de cartón piedra a los mejores efectos especiales, y del cinemascope al 3 D, aunque no haya acabado de implantarse. Aunque el término “adaptar” también tiene otra acepción en cine, el de las adaptaciones cinematográficas de textos dramáticos clásicos, como Romeo y Julieta o La Celestina, o las adaptaciones de novelas desde Don Quijote al ultimo best seller. Tanto es así que en los premios cinematográficos siempre hay uno al mejor guion adaptado.

              En nuestro teatro, lo de “adaptarse o morir” es, prácticamente, el leit motiv que preside nuestra existencia. Nos adaptamos a las cambiantes leyes, nos adaptamos a los cambiantes avances tecnológicos, y nos adaptamos a cualquier incidencia real que venga, incluida la sempiterna carencia de medios.

              En cuanto a la adaptación a los cambios legislativos, no nos queda otra. Constantemente el poder legislativo está dictando leyes nuevas, que derogan o modifican las existentes, respecto a las que no nos queda más remedio que ponernos al día. No en vano hay otra versión del dicho que lo formula como “renovarse o morir”. Aunque a veces, los episodios de motorización legislativa son tales, que lo de estar al día se convierte casi en una quimera. O sin casi.

              Y en este punto, siempre me acuerdo de quienes están preparando las oposiciones. Todavía me angustio pensando en la sensación de pánico que me entraba cuando era opositora cada vez que oía en televisión que se avecinaba una reforma. Tal era mi desasosiego, que me daba igual lo positiva que fuera para la ciudadanía ni el avance que supusiera, porque para míe era una verdadera pesadilla. De hecho, para quienes tuvieron la desgracia de que les cayera una gran reforma mientras estudiaban, ese momento pudo suponer un punto de inflexión que en algunos cass determinó el abandono. Yo me salvé por los pelos del entonces nuevo Código Penal, pero otro tanto cabe decir de la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Civil, o de cualquier de esta índole que surja Nunca fue más real aquello de “Virgencita, que me quede como estoy”.

              A quienes ya estamos en Toguilandia, sin embargo, nos angustian más las reformas que afectan a nuestro día a día y lo convierten en un carrusel. Las reformas que dan lugar a revisiones (que ya hemos visto varias), o las que cambian el sistema procesal como la que estamos sufriendo en estos mismos momentos con la ley de eficiencia y los tribunales de instancia. Y no quiero ni pensar lo que será si, finalmente, alguien le pone e cascabel al gato de la instrucción por el Ministerio Fiscal .

              Por lo que atañe a los medios tecnológicos, estamos siempre en un ay. Y, si lo pensamos, nos hemos adaptado a muchas más cosas de lo que hubiéramos imaginado. Gran parte de quienes andamos por Toguilandia somo migrantes digitales, y eso si hemos llegad a migrara aunque a la fuerza ahorcan, Yo comencé mis días toguitaconados sin ordenador, luego me compré uno personal y aun tuve que esperar a que la Administración de Justicia hiciera otro tanto, que con un boli, un cuño y las máquinas de escribir que manejaban los funcionarios íbamos que volábamos. Luego llegó Internet, y los programas de gestión, diferentes según autonomías y divorciados entre fiscalía y juzgados. Ahora paree que los juntarán de nuevo, mientras nos afanamos en aprender y adaptarnos. Y estoy segura que lo conseguiremos, aunque sea con sangre, dolor y lágrimas. Y por supuesto, con más de un juramento en arameo. Son las cosas de nuestro teatro.

              Aunque tal vez lo más costoso es adaptarnos a la carencia de medios que es santo y seña de la Justicia. Aun recuerdo como improvisaron n un juzgado un lugar para las ruedas de reconocimiento, con un cartón con un agujero para mirar pegado a una ventana. O como montamos una sala para las víctimas de violencia con los juguetes que sobraban a nuestras hijas e hijos. También se hicieron famosas las estanterías hechas de bricolaje judicial a partir de cajas de cartón, o los paraguas colgados del techo para moderar lo efectos de las salidas el aire acondicionado. Sobreviviendo, que es gerundio.

              Así que, lo de adaptarse o morir es el pan nuestro de cada día. Y por eso el aplauso es para quienes se las ingenian para conseguirlo sin desfallecer en el intento. Porque las ganas y la vocación de servicio siempre acaban abriéndose paso.

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