
Hubo un tiempo en que pensábamos que el entorno, la vegetación, las montañas, los ríos y hasta el frio y el calor eran cosas que venían dadas y eran invariables. Como Las cuatro estaciones de Vivaldi. Pero ya hace mucho que nos hemos dado cuenta de la capacidad humana para destrozar lo que la naturaleza nos da, para hacer que La selva esmeralda o El lago azul se conviertan en un enjambre de rascacielos o en unas aguas contaminadas y que El tesoro del Amazonas se pierda para siempre.
En nuestro teatro, ya hace algún tiempo que nos percatamos de la importancia del medio ambiente y así surgieron, de una parte, los delitos contra la flora y la fauna y, de otra, la Fiscalía de Medio ambiente, una de las primeras especialidades que vieron la luz en el sistema organizativo del Ministerio Público.
Los delitos contra el medio ambiente ya hace tiempo que existen y, aunque pueden compartir denominación, son de hecho variados en su objeto y en su modus operandi, máxime teniendo en cuenta que la especialidad no solo incluye este tipo de delitos sino también los relativos al patrimonio histórico con los que, si bien comparte reprochabilidad, no se parecen demasiado en su naturaleza.
Uno de los delitos más frecuentes en esta materia era la de realizar construcciones ilegales en parajes en los que no estaba permitido. Fundamentalmente, se trataba dl caso de quienes alzaba chalets en terrenos donde solo estaba permitida la construcción de casetas para aperos de labranza. Así, había veces en que lo que figuraba como el lugar donde guardar los instrumentos agrícolas se convertía en auténticos casoplones, y el pozo se tornaba poco menos que una piscina olímpica. Por no hablar de que allí no se cultivaba ya ni un triste tomate.
También en su día fueron frecuentes, sobre todo en determinadas zonas, los delitos de caza, la mayoría de los cuales han acabado siendo infracciones administrativas. Todavía recuerdo las veces que, en mi primer destino, tuve que calificar como delito el hecho de encender las luces del coche para cazar.
No obstante, lo más típico son las causas por contaminación en sentido amplio, sea de las aguas o la tierra por medio de vertidos, del aire por emanaciones o gases, o incluso contaminación acústica y hasta lumínica. Por supuesto, en estos casos, siempre teniendo en cuenta la barrera entre el ilícito administrativo y el penal, y también la posibilidad de pedir indemnización por la vía civil, que no solo de Derecho Penal vive el jurista
En cualquier caso, hay dos ramas de este tipo de delito que, aunque no llegan a desgajarse del todo, sí que adquieren sustantividad propia hasta el punto de tener sus propias especialidades dentro de la especialidad. Se trata del derecho relativo a los incendios forestales y al maltrato animal.
El maltrato animal ha ido ganando espacio en nuestro Derecho. De hecho, ha tenido una de las evoluciones más notables, teniendo en cuenta que, hasta no hace demasiado, el hecho de matar o lesionar un animal doméstico se consideraba delito -o falta, en su caso- de daños, puesto que los animales se consideraban al mismo nivel que los bienes muebles, como semovientes. Por suerte, a día de hoy se les considera seres sintientes y sujetos pasivos de un delito de maltrato que puede llegar a ser grave y a tener penas específicas, como la prohibición de poseer otro animal.
En cuanto a los incendios forestales, no hay más que echar un vistazo a lo que ocurre cada verano para percatarnos de la importancia del tema, cada vez mayor habida cuenta la realidad del cambio climático que tenemos encima. Hay que recordar que en un principio estos supuestos se juzgaban por el tribunal el jurado, aunque una posterior reforma eliminó esta especialidad procesal.
Estos casos son solo la punta del iceberg de un tema jurídico y social de capital importancia. Y esto es fundamental cuando nos enfrentamos a una emergencia climática cuyos resultados ya podemos apreciar en casos como la Dana de valencia o los incendios de carta generación.
Por todo eso, no podemos hacer otra cosa que dar nuestro aplauso a quienes se dedican a la defensa jurídica del medio ambiente. Porque se lo merecen