
Cada navidad, hay una serie de clásicos imprescindibles que se repiten. La Navidad no sería tal sin ver la enésima reposición de Qué bello es vivir o Vuelve Santa Claus en cualquiera de sus secuelas y precuelas. Tampoco hay Navidades sin turrones, y, hasta no hace mucho, sin el anuncio que decía eso de “vuelve a casa por Navidad” o el de las doradas burbujas de cava.
En nuestro teatro, creo que puedo presumir de estar contribuyendo a la consolidación de un clásico de las Navidades. De un clásico que, además, se forjó en este escenario y en este escenario sigue. Porque segundas, terceras y cuartas partes son buenas, si bueno es el fin. Y este es inmejorable.
Por si acaso hay algún desmemoriado que no lo recuerde, o alguna nueva incorporación al público de este teatro toguitaconado, os lo volveré a contar. Durante varios años, he fabulado cuentos para explicar la trascendencia de esta iniciativa. Y hoy recordaré ese espíritu. Porque el propósito lo merece.
La Fundación Soledad Cazorla financia becas para huérfanos y huérfanas de violencia de género. Se trata de esos jóvenes, niños y niñas que vieron abruptamente interrumpida su vida y sus estudios porque su madre fue asesinada. Asesinada, además, en un supuesto de violencia de género, en muchos de los casos por su propio padre. Y esas criaturas quedan, de repente, además de sin su madre muerta, sin un padre que esté obligado a subvenir sus necesidades. De modo que, por si fuera poco con todo lo que han sufrid, se ven en la necesidad de interrumpir sus estudios, o de no enfocarlos por el camino que hubieran tomado porque las necesidades económicas aprietan. Una injusticia encima de otra.
Imaginemos por un momento que esas niñas y niños, que esos adolescentes que han de dejar de estudiar sin nuestros sobrinos, o los hijos o hijas de esa amiga que queremos tanto, o de esa compañera de colegio tan maja. ¿No nos gustaría que les ayudaran a salir adelante?. Pues imaginemos ahora que ni siquiera tienen tíos ni tías, ni amigas ni compañeras de colegio que estuvieran cerca de sus madres. Hay quienes, además, tienen a la poca familia que les queda a muchos kilómetros. Está claro que nos necesitan.
Pero no solo eso. Tal vez el mundo esté perdiendo un nuevo premio nobel que vaya a curar la enfermedad que nos azote en un futuro, o sea un nuevo Cervantes o, por qué no, una nueva Rosalía de Castro. Quizás estas criaturas tengan escrito en su destino ser los artífices de grandes descubrimientos para la humanidad, o consigan la ansiada paz en el mundo. No podemos permitirnos borrar ese destino que tenían marcado en las estrellas.
¿Y qué tenemos que hacer? Pues poca cosa, si comparamos con lo que conseguiremos. No tenemos más que comprar un décimo, o dos, o más, de esa lotería solidaria que la Fundación Soledad Cazorla nos trae cada Navidad para el sorteo de El Niño. Un décimo como este
Es, además, el legado de una gran mujer, Soledad Cazorla, la que fue la primera fiscal de sala contra la violencia de género que nos dejó prematuramente, no sin antes haber dispuesto un legado para tan encomiable fin.
A mí, que soy fiscal como ella, me enorgullece especialmente contribuir con mi granito de arena a esta gran obra amadrinando un número. Y os animo, claro está, a que lo compréis.
Os daré mi aplauso si compráis a cualquiera de los números, pero si lo hacéis al mí, será con ovación extra. Una ovación extra que se une a la que doy a @madebycarol por contribuir, una vez, con sus maravillosas ilustraciones.
Aqui os dejo de nuevo el enlace. Y recordad que el 11822 es el número que, aunque no toque, toca
https://www.playloterias.com/la-loteria-de-la-madrina-susana-gisbert?s=09