Otras vacaciones: quienes no disfrutan


              Todo el mundo relaciona las vacaciones con descanso, alegría y relax, sea playa, montaña, viaje o sofá. Las vacaciones tienen incluso su propio subgénero cinematográfico, de películas familiares como 12 fuera de casa, Vacaciones de verano , El verano de mi vida, Vacaciones en Roma o de otro tipo como Y de repente, el último verano o El turista accidental. Y, por supuesto, la serie veraniega por antonomasia, la icónica Verano azul. Pero hay para quien el verano es todo lo contrario: las vacaciones no existen o la situación es incluso peor que cuando no las hay.

              En nuestro teatro, el mes de agosto es, como en la mayoría de los sectores, el momento de echar el freno. Aunque solo para algunos, porque, como bien sabemos, los criminales no se toman descanso y quienes les perseguimos no tenemos más remedio que estar al rebufo. Gajes del oficio.

              Pero hoy no me quería ocupar de quienes habitamos Toguilandia ni de quienes las deshabitamos en verano. A eso ya hemos dedicado varios estrenos, incluidos los referentes a las no-vacaciones de quienes, voluntaria u obligatoriamente, se queda. Pero lo bien cierto es que, salvo alguna excepción, el mes de agosto es inhábil y, al no haber juicio, hay menos trabajo. Eso sí, “menos” no significa que no haya trabajo. Ni tampoco que a nuestra vuelta nos encontremos las mesas tan llenas que no se pueda entrar en el despacho si no es con pértiga saltando expedientes. Es lo que hay un año tras otro.

              Pero hoy me quería acordar de otras personas. De esas en que no pensamos mucho y menos aun en vacaciones, porque no siquiera los informativos les hacen caso.

              Así, me acuerdo, en primer lugar, de las mujeres afganas, que vieron como un verano hace ya tres años sus vidas cambiaban para siempre. O, mejor dicho, pasaban a no tener vida, porque el régimen talibán se lo quitaba todo: la educación, la identidad, la intimidad y, sin duda alguna, la libertad. Todo lo que no sea ser una invisible prolongación sumisa del hombre es prohibida, y da lugar a una represión brutal. Por eso las que habían sido juezas y fiscales han tenido que salir pasando todas las penalidades posibles, y eso si han conseguido salvar la vida. No las olvidemos a ellas, a quienes pudieron salir y a quienes no, a las que se fueron y a las que se quedaron.

Por descontado, también hay que acordarse de quienes padecen los efectos de las guerras, que tampoco descansan por vacaciones, y respecto de las cuales los hechos han demostrado que están mucho más cerca de lo que penábamos

              También hay que acordarse estos días de las víctimas de violencia de género, y no porque este esté siendo un “verano negro” sino porque, si tiramos de hemeroteca, todos o cas todos lo son para esta tragedia. Y es que no se trata de que las vacacione cause la violencia de género, pero sí la alimentan. Cuando en un hogar existe un polvorín dispuesto en cualquier momento a estallar, el aumento de la convivencia y de las situaciones de crisis incrementan las posibilidades de que haya más resultados, o que estos sean fatales. A los hechos me remito. A los hechos, y a mi experiencia de muchas guardias veraniegas en los juzgados especializados, donde estos hechos no dejan de llegarnos cada día.

              Casi por las mismas razones, se incrementa el infierno que supone la violencia doméstica para quienes viven en él. Maltratos de padres a hijos, de hijos a padres y de cualquier otro tipo, que siempre son una pesadilla, lo son todavía más cuando las vacaciones convierten la convivencia en una condena. Y sin necesidad de juez ni jueza que la imponga.

              Otra situación que agrava las vacaciones es la relacionada con la pobreza. Quienes no llegan a fin de mes se encuentran con que sus hijos e hijas ya no comen en el colegio, y no pueden afrontar más gasto. Tampoco pueden permitirse pagar a nadie para que este con ellos mientras trabajan, si lo hacen, y, como decía el título de aquella serie de televisión, los problemas crecen.

              Y, por último, hay que hablar de algo que afecta a la mayoría de personas, fuera y dentro de Toguilandia. Hablo, por supuesto, de la conciliación o, mejor dicho, la corresponsabilidad, o la falta de ella. Las vacaciones escolares dejan a nuestras criaturas sin ocupación durante el día a lo largo de casi tres meses mientras que nuestras vacaciones, en el mejor de los casos y, salvo alguna excepción como el caso de los maestros, solo duran un mes. Y eso hace que haya que echar mano de abuelos y abuelas, de pagar canguros si una se lo puede permitir. O de acabar llevando a nuestros retoños al despacho, que en estos días he visto más de una criaturita pululando por los juzgados, sea acompañando a quienes trabajan o a quienes denuncian.

              Y con esto cierro el telón por hoy, con un aplauso para quienes no disfrutan, sino que sufren las vacaciones. Todo mi apoyo toguitaconado.

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