Outfit: cómo presentarse a juicio


              Llevar el look adecuado en cada momento no es fácil. El mundo de la moda ha dado lugar a miles de publicaciones y a algunas películas que se hacen eco de ello, como Pret a porter, El diablo viste de Prada, Cara de Ángel, Saint Laurent o Versace. O la Confesiones de una compradora compulsiva, si queremos reírnos un poco. Porque sin risas, mal vamos.

              En nuestro teatro, la vestimenta es una parte más importante como creemos. Tanto en un lado como en el otro de estrados. Ya hablamos de ello cuando estrenamos la función destinada al vestuario , y también a nuestra vestimenta aunque hoy el guion irá por otros derroteros. Palabra de la hija de la modista, que soy yo misma.

              Como decía, ya hemos hablado de cómo vestimos -y de cómo no lo hacemos- los intérpretes fijos de nuestras funciones, esto es, jueces y juezas, fiscales, lajs, abogadas y abogados, médicos forenses, funcionariado y todos los que trasnsitamos por Toguilandia.  Togas, puñetas, batas, trajes de chaqueta, corbatas y, como no, tacones, son el pan nuestro de cada día. Pero ¿cómo deben vestir quienes nos visitan, voluntaria o forzadamente? Pues de eso se trata, así que vamos a ello.

              Desde mis primeros días en nuestro toguitaconado mundo, me llamó la atención una cosa. Yo creía que cuando alguien iba a un juzgado, tenía que ir aviado a punto de once, como iría mi madre si se viera en el caso. Pero pronto me di cuenta de que, de eso, nada. Y que, aunque hay quien viene a declarar a un juicio de delito leve, o a un juicio de faltas de los de antes vestido como si fuera de boda, no siempre pasa eso. Y vemos de todo.

              En cuanto a quienes vienen  más bonitos que un San Luis, me acuerdo especialmente de una señora que vino a un juicio por un pleito con su vecina y llevaba hasta tocado, con sus tules y sus plumas y todo. Negro, eso sí, que la discreción que no falte. Confieso que no fui capaz de decir nada a aquella buena mujer, ni siquiera que se quitara aquello de la cabeza para entrar en sala. Y, ya puesta, confieso también que no recuerdo nada del unto que la trajo allí, ni siquiera lo que solicité ni cuál fue la sentencia. Pero su tocado de plumas me perseguirá mientras viva.

              Por desgracia, la tónica habitual no es pecar por exceso, sino por defecto. Cuando estuve en un destino con playa, era más que habitual que la gente apareciera para declarar en juicio, o para cualquier otra diligencia, con pantalón corto y chanclas. Y gracias, que incluso hubo uno que entró en el juzgado sin camiseta y así hubiera seguido si Su Señoría no le hubiera dicho de forma más que tajante que así no se comparecía en sala. No sé de donde las sacó, pero encontró una camiseta. Lo de las chanclas, eso ya es harina de otro costal. Ni las suyas ni las de otros muchos que vinieron detrás.

              Otra de las vestimentas que nos traen con frecuencia es la de trabajo. Y no, no hablo de la librea de un portero de local de copas de lujo, o el frac de un director de orquesta. Tampoco viene nadie con bata de sanitaria ni toga y birrete. Quienes vienen con su ropa de trabajo, lo hacen con el mono de mecánico chorreando aceite o la camiseta de pintor chorreando pintura. Y yo, la verdad es que respeto mucho su trabajo, pero también querría que respetaran el mío. Porque yo no acostumbro presentarme en el taller del coche con la toga puesta. Y menos si tuviera más manchas que el abrigo de Cruella de Vil. Pero igual son manías mías.

              No obstante, la idea de este estreno viene de algo que me pasó el otro día, y tenía que compartirlo, porque todavía estoy de pasta de boniato. Estaba yo de guardia en mi juzgado de violencia de género cuando nos trajeron un detenido por quebrantamiento de medida, El abogado, que se había entrevistado previamente con -él como está mandado, solo nos advirtió que no nos perdiéramos su camiseta. Y era como para no perdérsela, la verdad, porque el angelito llevaba nada más y nada menos que una foto estampada de él con su pareja respecto de la cual tenía ya vigente una medida de alejamiento que acababa de incumplir con algo más que con la imagen de la camiseta.

              Pero no era el único outfit pintoresco que tocaba ese día. El mismo abogado que, por cierto, iba impecablemente trajeado a pesar del calor estival que nos gastamos por estos lares, había atendido a otro detenido del que también nos advirtió sobre su camiseta. Era otro estilo, sin duda, pero tan llamativo como el otro. A este no le faltaba ni un rasgón en la prenda con la que se mal cubría el pecho. Vamos, que se había roto la camisa como el mismísimo Camarón. Y nosotras, aguantando mecha, impertérritas como e espera de nosotras, aunque lográndolo a duras penas.

              Y, como no hay dos sin tres, contaré como apareció otro de nuestros “clientes” al día siguiente a un juicio por delito leve. Aparte de no callar ni debajo del agua, por más que se le advirtió que le echaríamos de la sala, el tipo en cuestión mascaba chicle como si no hubiera un mañana y llevaba calada en todo momento una gorra con la leyenda “the boss”, como si tuviera que recordarnos quién manda en su casa. Solo le faltó decir que era el puto amo, aunque si le damos un poco de carrete, seguro que lo hacía.

              Y con esto, cierro el telón por hoy, aunque sin olvidarme del aplauso. Que es, sin duda, para todas las personas que se esfuerzan en venir al juzgado como dios manda. Incluida la señora del tocado, por supuesto

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