

Las madres son lo más importante del mundo. O casi. Por eso el cine les dedica tantas películas. Todo el mundo recuerda filmes como Todo sobre mi madre, Mater amantísima, El hijo de la novia y, por supuesto Mamá cumple cien años. Y es que, como dice el refrán, madre no hay más que una
En nuestro teatro, las madres tienen tanta influencia como en cualquier otro ámbito, aunque, como sucede siempre, no sean visibles. Ya hablamos de ello en el estreno dedicado a las madres en general y en el referido al Derecho materno, esa fuente del Derecho no reconocida pero que siempre acaba apareciendo por algún sitio.
Pero hoy vamos a dedicarnos a analizar esas frases que todas las madres dicen -también algunos padres, aunque suelen ganar ellas por goleada- y que nos han marcado. ¿Cometerían nuestras madres un delito? Vamos a verlo.
¿Cómo calificaríamos esa advertencia materna de que si no nos dormimos vendrá el coco, que incluso ha motivado una canción? ¿Es una amenaza? Podría parecerlo, pero la madre sabe que el coco no existe, por lo cual no es una amenaza de un mal. Será, en todo caso, una coacción, por cuanto se le impide al niño permanecer despierto con el anuncio de un mal inexistente. Otro tanto cabe decir del hombre del saco, aunque hay quine dice que está basado en un suceso real y en algún momento pudiera responder a una amenaza real. Pero, la verdad, no me imagino a ninguna madre buscando a tal individuo en el caso de que lo conociera, con lo cual volvemos al supuesto anterior.
Cuestión distinta son las advertencias relacionadas con las zapatillas o chanclas maternas, que tienen la mala costumbre de volar en dirección al hijo o hija. Pero aquí hay varios supuestos. ¿No es lo mismo avisar –“a que me quito la zapatilla”-, preguntar –“quieres que me quite la zapatilla?”- o afirmar –“te voy a dar con la zapatilla”- Solo este último caso sería constitutivo de amenaza, aunque no siempre. Cuando la advertencia venia seguida del efectivo golpe con la zapatilla, este mal trato de obra absorbería la amenaza, siempre siguiendo las reglas generales del Derecho Penal.
Un caso especial se da cuando la advertencia involucra a funcionario públicos, como cuando las madres dicen que, si cruzan el semáforo en rojo, se los llevará la policía a la cárcel. Esto es, sin duda, una falsedad, aunque al ser ideológica y no cometerla un funcionario, sería impune. Otra cosa es si la policía en general se sentía ofendida y decidía ejercitar una demanda civil contra las madres por derecho al honor. Pero no quiero dar ideas. Más que nada, porque mi propia hija usaba algo parecido para asustar al monitor de natación cuando le decía que se tirara de cabeza, y le decía que si la obligaba su mamá le metería en la cárcel. Ni que decir tiene que el monitor habló conmigo y yo quise que me tragara la tierra, pero también es cierto que dicho monitor hoy es abogado en ejercicio. Quién sabe si aquello no influyó en su vocación.
Otra de las frases maternas que más ha amargado nuestra existencia, en particular en verano, era la de que esperáramos dos horas tras haber comido para meternos en el agua porque podía darnos un corte de digestión. En este caso, habrá que aplicar a las madres el beneficio de la duda, y será de aplicación la doctrina del error. Entonces mucha gente creía que eso era así. Lo que, desde luego, sabían que no iba a pasar, pero nos decían igualmente era lo de que si nos tragábamos un chicle se nos pegarían las tripas, o que si nos metíamos una semilla por la nariz nos crecería un árbol dentro. Aquí sí podríamos pedirles responsabilidad por habernos creado un trauma respecto a los chicles, las semillas y las plantas.
Y hablando de traumas, todavía no me he quitado de encima el que me causaban cada vez que, si no me acababa la comida, me culpaban poco menos que del hambre en el mundo. “Tú no te comes las lentejas, con la de niños que hay muriéndose de hambre…” Nunca entendí qué relación tenía lo uno con lo otro, y una vez que dije en el comedor del colegio que les dieran las lentejas a ellos, me castigaron. Y lo bien cierto es que nunca he vuelto a tomar lentejas. Así no me arriesgo a que haya niños pasando hambre por mi culpa.
Aunque si hay una coacción verdadera es la que se ejerce con las criaturas en cuanto se acerca la Navidad. Cada vez que hacíamos algo, nos advertían de que los Reyes nos estaban viendo y coartaban nuestra libertad. Algo que se ha duplicado con la adopción de Papá Noel. Como si no tuviéramos bastante con lo del Ratoncito Pérez durante todo el año.
Pero las madres también cometían otros delitos, particularmente el de detención ilegal. Tenían cierta costumbre de mandarnos al cuarto o de castigarnos sin salir que es, sin duda alguna, un atentado contra nuestra libertad ambulatoria. Y eso por no hablar de cuando el castigo incluía irse a la cama sin cenar o sin postre, que ya rozaría los límites del abandono de familia. Y es que las madres tenían muchos recursos.
Para acabar, estaba el tema del chantaje psicológico. ¿Quién no ha oído a su madre decir que le vas a matar de un disgusto? ¿O que se va a ir al extranjero? Eso nos hacía entrar en pánico y pasar por lo que hubiera que pasar. Faltaría más.
Ta vez lo peor de todo es que estas frases se transmiten aun sin quererlo. En nuestra infancia, siempre afirmábamos que nunca diríamos tales cosas, y con, el tiempo, todas nos hemos descubierto a nosotras mismas repitiendo esas frases de nuestras madres, aun sin quererlo. Debe ser ley de vida.
Así que tal vez nuestras madres fueran unas delincuentes sin saberlo. Pero siempre han estado amparadas por una causa de inimputabilidad por no exigibilidad de otra conducta. Y es que ser madre es lo que tiene. Por eso, el aplauso de hoy es para ellas, para todas las madres presentes, pasadas y futuras. Porque lo merecen