Matemáticas: nuestras operaciones


              Las matemáticas, según nos han dicho desde la infancia, son necesarias para ser alguien en la vida. Tanto que son muchas las películas que se basan en ellas, entre las que citaré, sin ánimo de exhaustividad, La teoría del todo, Figuras ocultas, El indomable Bill Hunting o El Código Da Vinci. Y es que, nos pongamos como nos pongamos, dos más dos siempre son cuatro. ¿O no?

              En nuestro teatro poco tenemos que ver con las matemáticas, al menos a priori. La inmensa mayoría de los habitantes de Toguilandia, nos declaramos “de letras” sin ningún tapujo y nos bloquemos como aparezcan más de tres números juntos si no son para citar artículos del Código Civil , del Penal o de cualquier otra ley. Y no nos damos cuenta de que, como nos decían desde la infancia, las matemáticas están en todas partes. Hasta en Toguilandia. Y los números también, que hasta tuvieron su propio estreno.

              Cuando estudiaba en la Facultad, recuerdo que había una asignatura llamada “economía” -ignoro si hoy seguirá existiendo o tendrá un nombre diferente- que trataba de enseñarnos algunos rudimentos e esta materia a aquellos alevines de juristas que aun no sabíamos muy bien qué hacer con nuestras vidas. El profesor entró por primera vez en nuestra aula y llenó la pizarra de números, Cuando, ante nuestra cara de estupefacción, trató de explicarnos algo de un logaritmo, ya no pudo conseguirlo. La reacción inmediata de la clase, sin previo acuerdo, fue levantarnos y no volver a aparecer por allí, porque aquel profesor ignoró olímpicamente la razón por la que muchas y muchos estábamos allí: porque éramos de letras.

              Al final, y cada cual como pudo, aprobamos la asignatura. En mi caso, me aprendí de memoria todas las fórmulas que aquel incauto trataba de enseñarnos, con su desarrollo y su gráficos. Y aquí paz y después gloria.

              Pero, sin darnos cuenta, también en Toguilandia sumamos, restamos, multiplicamos y dividimos. Y seguro que, de haber sabido de esos logaritmos que tanto gustaban a aquel profesor que abandonamos cruelmente, también los usaríamos, pero no es el caso. O no, al menos, el mío.

              Así a bote pronto, se me ocurren materias en las que es imprescindible la calculadora, aunque ahora ya casi nadie tenga una como la de mis primeros tiempos toguitaconados. Sería imposible dedicarse, por ejemplo, al Derecho Financiero sin usar las matemáticas, y también pueden resultar útiles en ámbitos donde se manejan cantidades de dinero como ocurre con el Derecho Mercantil.

              Pero no solo eso. Todo el mundo en Toguilandia nos vemos e el brete de calcular indemnizaciones, matemática de la de toda la vida, sobre todo cuando del baremos de accidentes de tráfico se trata. No queda otra que multiplicar el valor de cada punto por los puntos que calcula el forense según las secuelas y los días de curación. Un ejercicio casi como los problemas de matemáticas del colegio.

              También hay que usar la calculadora cuando se trata de la fase de  ejecución de sentencias, particularmente cuando hay que hacer liquidaciones de condena, tanto de días de prisión o de alejamiento como de toras medidas. En este caso, tras aplicar la condena la número de días del año, se le resta el tiempo abonable por hacer sufrido presión preventiva u otra medida cautelar.

              Y, por descontado, están las liquidaciones de intereses, las juras de cuentas o los cálculos de las cuotas, que nos obligan a sacar a las matemáticas de paseo de nuevo.

              Y otro tanto cabe decir de los procesos que tienen por objeto repartir patrimonios, como las particiones de herencia o las liquidaciones de régimen matrimonial. Y ahí no cabe lo que de quine parte y reparte se queda con la mejor parte, claro. Para evitar eso es para lo que estamos.

              Por cierto, hablando de sumas, no pudo dejar de comentar la costumbre de muchos medios de comunicación de sumar las penas de prisión de un solo proceso como si no hubiera un mañana. Suman todas las que se piden a todos los acusados, sin tener en cuenta que la pena es personal, y que, además, tiene sus límites. 30 años en concreto, en nuestro derecho, además de otras reglas a aplicar como el hecho de que no se supere el triplo de la más grave, o los límites de la prisión preventiva, diferente según sea la pena asignada al delito de que se trate. Y, sin tener en cuenta todas esas cosas, es como vemos titulares que anuncian que se impusieron en sentencia 1000 años de prisión y que nos dejan de pasta de boniato, o poco menos.

              Y hasta aquí el estreno de hoy. Con él, sumo uno más y espero seguir sumando seguidores. En cuanto al aplauso, es, por supuesto, para quienes me leen cada semana. Ojala se multipliquen

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