
Hoy comparto una carta que, aunque no es real, podría serlo. Un grito conta la violencia de género vista desde otro enfoque. Ojala nunca más pase
Este relato forma parte de la antología Mar de lija, el primero de mis libros
Querido Victor
Probablemente, tú no sepas quién soy. Y si lo sabes, lo más seguro es que quieras tirar esta carta a la basura o, al menos, no seguir leyéndola. Pero, por favor, dame una oportunidad.
Yo también me llamo Víctor aunque, para cuando esta misiva esté en tus manos, sería más correcto decir que me llamaba, porque ya habré dejado este mundo. He empezado a escribir esta carta hace mucho tiempo, pero me prometí hace mucho más que nunca lo haría, y hasta ahora, mi cerebro andaba ganado al corazón. Pero cuando sabes que te llega la hora, cambian mucho las cosas.
No sé si alguien te habrá hablado de mí y, caso e que lo haya hecho, no habra sido en términos muy halagüeños. No quiero redimirme, sólo que conozcas la verdad y que te sirva para que nunca hagas lo que yo hice.
Como ya habrás adivinado, soy tu padre. Al menos, soy tu padre biológico. Sé que otro hombre asumió mi función, al lado de tu madre y al tuyo, y estoy seguro que ha sido mejor para ti que si yo hubiera permanecido. Pero eso no me xime de nada, ni lo pretendo.
Imagino que, a tu edad, alguien te habrá dicho que tu padre estuvo en la cárcel. Son cosas que la gente no puede o no quiere esconder siempre. Es cierto. Y lo merecía. Asumí mi castigo y el castigo adicional de una vida entera sin vosotros, y quizá eso fue lo único que hice cabalmente en mi vida.
Yo quería a tu madre, y te adoraba a ti. Pero lo hacía a mi manera. Yo entonces no lo sabía, pero era incapaz de amar de verdad. Para mí, amar no era dar, era poseer. Tu madre y tú me perteneciáis, y no podía soportar que nada ni nadie compitiera por mi posesión. Tampoco aguantaba que ella te pudiera querer más que a mí. Así de necio fui, ignorante de que en un corazón como el de tu madre había sitio para los dos, y para el universo entero…
Llevé muy mal el tiempo en que se dedicaba casi en exclusiva de ti. Tanto que un día, no recuerdo el motivo exacto, perdí los estribos porque tus necesidades se habían antepuesto a mi deseo. Lo siguiente, fue verla inconsciente en el suelo y a ti berreando aterrorizado. Quise escapar, pero antes de hacerlo, cuando fui a limpiarme la sangre al baño, vi en el espejo algo que me trastornó. Aquella imagen no era la mía, a quien vi fue a mi padre. A mi padre, sí, al ser que más he odiado en el mundo porque gritaba y pegaba a mi madre, porque nos insultaba a mí y a mis hermanas, a ellas sobre todo, a aquel ser que convirtió mi infancia en un infierno.
Espantado, decidí remediar en lo que era posible aquel desastre en que había convertido mi vida, avisé a la Policía, a Urgencias, y me entregué.
Afortunadamente, tu madre salió con vida, no sin muchos esfuerzos. Yo fui juzgado, reconocí los hechos y cumplí mi condena, algo menguada por el arrepentimiento que entendieron que tenía. Jamás quise volver a contactar con vosotros, aunque dudo que ni tu madre ni tú lo hubieráis aceptado si lo hubiese intentado. Ese fue mi peor castigo.
De todos modos, nunca os perdí la pista. Mi hermana ha seguido informándome cumplidamente de tu vida, tus logros, tus estudios, tu boda y hasta del nacimiento de ese nieto que nunca conoceré.
No te pido que me perdones. Sólo te ruego un último favor: mírate al espejo. Si sólo te ves a ti mismo, si no asoma ninguna imagen de quienes fueron tu padre ni tu abuelo y puedes mirar tu cara con la cabeza alta, por favor, pon una flor blanca junto a la lápida donde mi cuerpo está enterrado. Y así, por fin, mi alma descansará en paz.
Tu padre