Justicia diminuta: gran justicia


                Hay un dicho según el cual las cosas buenas se conservan en frascos pequeños, al que alguien –normalmente de elevada estatura o envergadura considerable- contesta que el veneno también. Ciertas ambas cosas, no podemos obviar el encanto del minimalismo, de las cosas pequeñas, que dan su juego en el cine. Hasta el punto que Carlño, he encogido a los niños fue un gran éxito de taquilla, como lo son cada vez que aparecen en escena seres tan chiquitos como Los Pitufos, Los diminutos, Pulgarcito o Garbancito.. Y es que Las pequeñas cosas es lo que tienen, Pequeños detalles, La alegría de las pequeñas cosas o mi preferida, Pequeña Miss Sunshine.

                En nuestro teatro las pequeñas cosas a veces dan grandes alegrías, aunque no siempre somos capaces de darnos cuenta  Sobre todo, no es fácil percatarse e la importancia que algunas cosas tienen para el justiciable simplemente porque nuestra escala de valores es diferente y también, porque no hacemos ese ejercicio de empatía necesario que es ponerse en la piel de otras personas.

                ¿Cuántas veces habremos oído esas frases que tanta rabia dan, que tal cosa es injusta o que no hay derecho a tal otra? Son expresiones que solemos utilizar en la vehemencia de la adolescencia, donde todo es urgente y nuestro mundo se reduce, salvo honrosas excepciones, a conjugar el yo mi me conmigo. El problema es que hay gente que no supera la adolescencia aunque su cuerpo siga sumando años, Y hasta trienios, que en todas partes cuecen habas.

                La versión reeditada de esa frase es el famoso “Qué hay de lo mío” que todo el mundo escucha con frecuencia en Toguilandia. Recuerdo que cuando, por primera vez hice una de aquellas visitas obligatorias de fiscal a presos preventivos, mis compañeros más veteranos me dijeron que aquello se reducía a escuchar la pregunta de marras, ¿Qué hay de lo mío? Una vez y otra. Lo que aprendí con la práctica, y bien rápido, por cierto, es que lo suyo podían ser muchas cosas. Desde la obvia de cuándo va a salir de allí o cuándo iría a verle su abogado a otras más pedestres pero que tenían su importancia o no, según se mire Recuerdo un interno bastante conflictivo que se empeñaba en que “le cambiaran de forense” porque el que iba llevaba gafas de sol y a él le gustaba verle los ojos. Claro ejemplo de cosa pequeña sin importancia, sobre todo si una comprobaba que el forense en cuestión nunca informaba lo que él pretendía, esto es, que no podía estar encerrado porque decía que tenía claustrofobia. Cosas que pasan.

                Pero había otras cosas que podían parecer pequeñas y no lo eran para ellos o ella. Saber si habían enviado una carta o había llegado un paquete podía ser esencial para un persona en prisión, sobre todo si era extranjera Todavía me acuerdo de una mujer, encarcelada por haber hecho de “mula” en el tráfico de drogas, que esperaba con ansia la llegada de un envío del álbum de fotos de la fiesta de quinceañera de su hija. Ni que decir tiene que en aquella época no había móviles que fotografiaran, por mucho que cueste imaginarlo ahora.

                Aunque las cosas también son pequeñas o no dependiendo de cómo se cuenten. Hace un tiempo se hizo viral la noticia de que una mujer había sido encarcelada por robar unos pañales en un supermercado. La verdad es que dicho así, impresionaba pensar en una pobre mujer haciéndose de ese modo con pañales ara su bebé porque no podía pagarlos. Si luego una analizaba las cosas, resulta que los pañales no eran sino una de las muchas cosas, y, sin duda, la más económica, de las, que se había llevado aquella amiga de lo ajeno, y no eran precisamente de primera necesidad. Además, si mal no recuerdo, el hecho de que fuera a prisión tenía mucho que ver con que aquello no era su primera condena y la existencia de antecedentes penales impedía la remisión de la pena. Una pena, por cierto, que la prensa contara aquella pequeñez de los pañales en lugar de explicar las cosas como eran.

                También recuerdo en aquella misma época en un programa de televisión de esos que gustan de poner a la justicia como un trapo, que acudió una señora indignada por el encarcelamiento de su hijo. Total, decía, había robado los neumáticos de un coche. Lo que no explicó la buena señora, y que yo sabía porque hice la calificación en su día, es que su angelito había puesto una navaja en el cuello del dueño del coche, un taxista, le había afanado la recaudación y se había llevado el coche un par de días y lo había dejado en un descampado en estado más que lamentable incluida la falta de los cuatro neumáticos. Así que, de nuevo, las ruedas eran una gota en el océano del delito.

                Como decía, hay cosas que parecen no tener importancia, pero tienen mucha para quienes la sufren. Y forma parte de nuestro trabajo apreciarlo y valorarlo en la medida adecuada, lo que no siempre es fácil. Me acuerdo más de una vez de uno de los antiguos juicios de faltas en que los hechos consistían en la acción de un vecino furibundo con la comisión fallera de bajo de su casa que, con la debida autorización, estaba celebrando un espectáculo de play backs. El vecino arrojó un par de cubos de agua con la suerte o la desgracia, según se mire, de que no solo pusieron perdida a la esforzada cantante amateur, sino que bañaron el equipo de música, que dejó de funcionar. Los daños no fueron muchos porque el equipo no era gran cosa y además tuvo un arreglo no demasiado caro, pero el daño fue mucho más que eso. Se quedaron sin posibilidad de celebrar nada con música durante esos cuatro días de las Fallas. Algo que ahora, después de que la pandemia nos las haya robado, apreciamos todavía más. Confieso que me costó explicarle por qué pedía perjuicios a la juez,, que era de Albacete, por cierto. Pero me entendió y, sobre todo entendió a aquella gente para la que los daños eran mucho más que daños.

                Y relacionado con las fallas, aunque podría ser con cualquier fiesta, hay otro ejemplo muy evidente. Un coche se estampaba contra un monumento recién plantado, con todas las piezas allí pero sin montar aún porque aun no había sido la Noche de la Plantà -15 de marzo- La falla quedaba destrozada y, el día que era, sin posibilidades de reparación ni sustitución. El esfuerzo y el dinero de todo el año echado a perder. Así que la indemnización que tasara solo el importe del monumento no haría justicia. El daño infligido era mucho mayor, y así había que valorarlo. Porque esas pequeñas cosas valen más que una fría factura.

Ya vemos que de muestra vale un botón, tan pequeño como esas cosas de las que hablamos. Tan pequeño como esta mini fiscalita que mi madre, a sus flamantes 97, me ha hecho con todo su amor, y su pericia. Para ella el aplauso de hoy, que es de todo menos pequeño

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