Crueldad: casos que nos marcaron


                El mundo del espectáculo se ensaña muchas veces con historias especialmente crueles, respondan a hechos reales o no. El silencio de los corderos, Seven, Los crímenes del museo de cera o La matanza de Texas son solo una muestra de las que son pura ficción -o casi-, y filmes como El misterio von Bülow, A sangre fría, El irlandés o Crimen en familia lo son, en su versión más o menos fiel a la realidad, de casos que ocuparon las portadas. Y, por supuesto, Jack el destripador, la tremenda historia cuyas múltiples versionas cabalgan entre la realidad y la ficción.

                En nuestro teatro este tipo de historias no suceden todos los días , por fortuna, pero suceden. No pretendo que esta función se refocile en el morbo, sino recoger algunas de las muchas historias reales que a mis compañeros o a mí nos impresionaron especialmente por su crueldad.

                Empezaré haciendo referencia a algunos casos mediáticos que todo el mundo conoce. El de las niñas de Alcácer, muy doloroso en mi tierra, el asesinato de sus hijos por José Bretón, el de la niña Mari Luz, el de Diana Quer, Sandra Palo, el del niño Gabriel Cruz o el de Asunta Basterra fueron algunos de los que más llamaron en su momento, aunque la lista es mucho más larga. No obstante, no se trata de enumerar los crímenes más mediáticos sino de algo más subjetivo, de señalar algunos que nos dejaron huella a quienes los llevamos.

                En mi caso, el primer asunto que me marcó vivamente fue el de un taxista atacado por un grupo de jóvenes, algunos de ellos menores. Le dispararon con balines durante el trayecto hasta saltarle un ojo, le robaron la recaudación y tras machacarle el cráneo con una piedra lo arrojaron por un barranco, dándolo por muerto. El pobre hombre sobrevivió contra todo pronóstico, aunque quedó muy tocado. Todavía se me ponen los pelos de punta al revivir su actitud en el reconocimiento en rueda. “Esos son los que me mataron”, dijo. Sin comentarios.

                Otro asunto que me afectó por otras razones fue el de un tipo que, para dañar a su novia, destrozó a su cachorrito golpeándole contra la pared hasta matarlo. Me pareció una crueldad enorme. Otro asunto muy cruel era el de un hombre, que fue condenado por maltrato psíquico pero luego absuelto por la Audiencia, que le repetía a su mujer, enferma terminal de cáncer, lo fea que estaba y el asco que le daban sus cicatrices, y le decía que a ver si se moría de una vez.

                También he llevado asesinatos impresionantes. Acabar con alguien con 36 puñaladas siempre es algo que te marca, y otro caso espeluznante fue el de un hombre que llegó a escribir en la pared con la sangre de su víctima.

                Una de mis compañeras me habla de un asunto que no solo la impresionó a ella sino que me ha impresionado a mí al leerlo. Se trataba del caso que se llamó de los bebés congelados, y en el que la madre daba a luz sin que nadie conociera su embarazo y metía en el congelador a sus bebés, cuyo descubrimiento no quiero ni pensar lo impactante que sería.

                Y es que la manera de deshacerse del cuerpo, aunque no suponga por sí misma un plus de pena, hace las cosas más escalofriante. Me cuenta otra compañera de un acusado que troceó, descuartizó y se comía los restos de su víctima, su madre. Lo que me recuerda algo que siempre me ha contado mi madre, de un crimen muy famoso en Valencia donde los restos, descuartizados y eliminados en cajas de galletas que el autor tiraba a un descampado, fueron descubiertos por el hedor que llegaba al cine colindante.

                Como he dicho antes, los asesinatos de hijos para dañar a la madre son especialmente dolorosos. El de José Bretón fue el más conocido, por sus especiales circunstancias, pero no el único. Otro de mis compañeros cuenta como asistió a uno de estos casos, en que, además, había un dictamen previo de suicidio, y lo tranquilo que se quedó cuando el jurado dio su veredicto unánime de culpabilidad

                La violencia de género ofrece escenas difícilmente olvidables. La que me cuenta otra compañera es la de una mujer cuyo marido, tras engañarla a ella para dejar a buen recaudo a los niños, le pega en el coche, trata de tirarla en marcha y no contento con ello va a aplastarle la cabeza con una piedra cuando fue, por suerte, descubierto por un testigo, a quien tuvo encima la cachaza de decirle que era un accidente.

                También yo he vivido varios juicios por episodios de esta índole, entre los cuales resaltaré el de el tipo que asesinó a su amante tras llevarla de pic nic, arrojándola al lago y apuñalándola dentro, para luego irse con las pertenencias de ella en el maletero, a un festival del colegio de sus hijos. O el del que, tras apuñalarla, se llevó al niño a comer una hamburguesa y le dejó allí un rato mientas iba, quemaba la vivienda, y volvía. En ambos casos recayó condena con todas las de la ley.

                Y, por último, contaré un caso cuyo fondo es más habitual de lo que parece, la doble victimización y el rechazo por quien más tenía que apoyar En este caso, una chica de 15 años, violada repetidas veces por su padre que quedó embarazada y fue rechazada por su familia cuando le denunció. Cuenta mi compañero que era tristísimo verla sola con las monjas que la acogieron en el juicio mientras la familia en pleno apoyaba al padre violador. Algo que me recuerda una frase que escuché una vez de labios de una mujer y me quedó dentro para siempre. Aquella mujer, cuya hija había sido violada por su marido y padre de la niña, sí reaccionó, aunque tarde, y decía “a mí que la estrene el padre no me pareció mal, pero que lo haga tantas veces…” Ahí lo dejo

                Y hasta aquí, el estreno de hoy. De muestra vale un botón, pero hay muchas más historias de estas, Ojala no las hubiera. Pero mientras, el aplauso será para quienes las sufren y, en especial, para esos compañeros que han querido contármelas. Una vez más, gracias.

2 comentarios en “Crueldad: casos que nos marcaron

  1. Aunque sea un tópico, no hay duda de que la realidad supera la ficción. Cuesta aceptar que existan tales grados de maldad; sin embargo, son ciertos. Por fortuna, somos mayoría los que nos estremecemos al conocerlos y quiero pensar, además, que no seríamos capaces de cometer actos de esa naturaleza. Impresionante entrada. Enhorabuena.

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