El mundo del espectáculo siempre ha sido un mundo comprometido con causas justas. Incluso utilizan muchas veces sus festivales como escaparate de determinadas reivindicaciones, las más reciente, cuyos ecos aún se escuchan, la del #MeToo o la necesidad de visibilizar a las mujeres en el cine. Y, por supuesto, son muchas las películas que centran su metraje en alguna de esas reivindicaciones y su momento histórico, como Sufragistas, Pride, Ghandi, Arde Mississippi y tantas otras.
Nuestro teatro, sin embargo, en ocasiones parece anestesiado. Tengo un compañero que, ante la posibilidad de una decisión que empeore todavía más las cosas, advierte que, en tal caso, se hará churrero. Y, la verdad es que, aunque de momento ignoro si está haciendo las gestiones oportunas para encontrar una churrería, de querer mantener su palabra, debía estar en ello.
Y es que hay que hacerse ver, protestar, hacerse churrero, o charcutero, o lo que sea –dicho sea con todo el respeto para tan dignas profesiones, por cierto-. Si no se hace nada, si nos resignamos y nos aborregamos soportando estoicamente lo que nos caiga, acabaremos teniendo lo que nos merezcamos. Protestar, encadenarse, salir a la calle, manifestarse, participar en actividades ciudadanas, firmar peticiones, presentar quejas, votar, hacer huelga, usar la libertad de expresión allá donde podamos expresarnos, utilizar redes sociales, medios de comunicación, lo que esté en nuestra mano, con tal de no consentir un atropello.
No me vale aquello de callarse porque hay quien está peor, no reclamar derechos laborales porque haya gente que esté en el paro, ni acceso a una vivienda digna, o la sanidad, la enseñanza o la justicia porque haya gente que tenga que vivir debajo de un puente. El silencio y la resignación ante la injusticia no llevan a ninguna parte.
Hay que hacer todo lo que esté en nuestra mano, aunque parezca inútil. Mucha gente está que trina, y con razón, por muchas partes arden mechas. Y no podemos permanecer pasivos. No se trata de una llamada a la subversión, sino a utilizar los medios que estén a nuestro alcance, en forma de votos, de asociaciones, de quejas, de manifestaciones o del ejercicio de cualquiera de los derechos que tenemos reconocidos. Porque los tenemos, y porque no debemos ni podemos consentir que nos los recorten.
Así que, la próxima vez que nos propongan participar en algo que nos parezca justo, animémonos a hacerlo, y a no sucumbir a la comodidad del sofá y las zapatillas. De no hacerlo, perderemos todo derecho a reclamar. Conformarse es perder.
Igual, si no hacemos nada, perdemos incluso la oportunidad de hacernos churreros. Y no nos queda otra que respirar hondo, antes de que hagan de uno un criminal, como advierte a menudo otro de mis compañeros.
Yo, de momento, voy a ver si me agencio algún curso de cocina express. Porque lo mío no es la cocina ni los churros… Pero igual no me queda otra que hacerme churrera también.
Mientras tanto, ahí queda el aplauso. Hoy, para quienes no se resignan. Ni más ni menos