#historiasdefútbol : Vocación


 

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María nunca quiso estudiar Derecho. Y lo recordaba cada vez que tenía que renunciar a hacer deporte para estudiar un asunto complicado, cada vez que tenía que dejar a su hija para que la llevaran a entrenar mientras ella hacía el servicio de guardia, cada vez se veía obligada a leer jurisprudencia en lugar de la novela que la esperaba en la mesilla de noche y, en definitiva, a cada pequeña renuncia. Si la hubieran dejado hacer lo que quería… Pero no hubo manera.

Se culpaba cada día de ello. Porque sus padres se negaron firmemente a que cumpliera su sueño, pero ella tampoco supo oponerse como debía. Solo agachó la cabeza, se resignó a lo que decidían y se encerró a llorar en su habitación, maldiciendo su suerte. Como supremo gesto de rebeldía, permaneció durante un par de meses sin dirigirles la palabra. Ni siquiera fue capaz de cumplir con la amenaza -más bien bravuconería- de que no probaría bocado como protesta. Apenas pasado un día sucumbió ante el plato de macarrones con queso que su madre puso sobre la mesa.

Consiguieron que estudiara una carrera. Ella escogió Derecho, más por aquella cosa que decía todo el mundo de que tenía más salidas, que por la más mínima vocación. Y, como todo en la vida, lo hizo del modo correcto. Obtuvo unas calificaciones más que notables, y no tardó en conseguir un trabajo que satisfacía a todo el mundo salvo a ella. Por supuesto, para cerrar el círculo, se casó con un buen y aburrido chico y, antes de los terinta y cinco, ya tenia dos hijos, la parejita de niño y niña que todo el mundo consideraba la familia perfecta.

De vez en cuando su madre le recordaba, sacando pecho, lo bien que había hecho en hacerles caso. Ella asentía con la cabeza y fingía que estaba conforme, como lo había venido fingiendo toda su vida. Igual que fingió que su matrimonio era dichoso y perfecto hasta el mismo día en que decidió divorciarse. Aunque esta vez no cedió a las súplicas de él de que lo pensara, ni a los ruegos de su madre, que acabaron convirtiéndose en reproches.

Rompió con el modelo familiar y asumió un régimen de custodia compartida que, a ojos de su madre y de mucha gente, era poco menos que una renuncia a su instinto maternal. Joaquín seguía siendo un buen y aburrido chico con el que era tan fácil entenderse como lo había sido durante el matrimonio. En realidad, el cambio fue escaso. Seguían repartiendo los tiempos de recogidas y entregas de los niños, los deberes y sus gastos como hacían antes. Incluso iban juntos a celebraciones familiares. Únicamente habían dejado de compartir cama y las cuatro paredes de su casa.

No tuvo valor para terminar de dar el cerrojazo a esa vida que no le gustaba, y se quedó a medias. Se conformó con una sola vuelta de llave, la que cerraba el capítulo de la familia convencional, pero no se decidió a cambiar de trabajo, ni a planteárselo siquiera. Hasta aquel día.

Fue el día en que su hija adolescente se plantó ante ella y la transportó a un pasado muy lejano, a aquel momento en que ella no supo o no quiso enfrentarse con sus padres. La niña que, como ella, siempre había tenido una pasión desmedida por el fútbol, le informaba que quería dar un paso más. Era buena, y le habían ofrecido un contrato para un equipo femenino de fútbol. Tendría que cambiar de ciudad, que aparcar parcialmente los estudios, pero quería hacerlo.

Su hija no pedía permiso, tan solo le decía que iba a ir a por ello. Fue entonces cuando, por primera vez en su vida, comprendió a sus padres. Aquello como afición estaba muy bien, pero como profesión le daba vértigo. Por un instante, maldijo el día en que le contagió su pasión en vez de inclinarle a su profesión, tan segura y convencional como cualquiera desearía para una hija. Después, pensando que ella había vivido la vida que otros diseñaron por ella, decidió apoyarla. Se lo debía a ella, y también a sí misma.

Pero todavía no era todo. Su hija, tras recibir el pistoletazo de salida, le contaba que quería más.

-Mamá, he visto el contrato. Mi compañero Juan, aquél que jugaba conmigo en el equipo mixto y al que le daba mil vueltas, también tiene una oferta del mismo club para jugar con los chicos. Y cobrará más del doble.

Se quedó de una pieza. No le sorprendió tanto el hecho notorio de la discriminación femenina en el deporte, sino la determinación de su hija para combatirlo, a pesar de que su oferta tampoco estaba mal.

-No lo vamos a consentir. ¿Verdad, mamá?

La miró y sintió como un círculo imaginario se cerraba en su interior.

-Desde luego que no

Ese mismo día, María telefoneó a su madre y, por primera vez, le dijo lo que la mujer llevaba toda la vida esperando.

-Mamá, tenías razón en aquello de que un día te agradecería que me hicieses estudiar Derecho.

Madre e hija emprendieron la batalla legal poniendo toda la carne en el asador, aunque sabían que sería difícil. Su profesión de abogada y ella, por fin, hicieron las paces.

Un año más tarde, María y su hija, en un atestado bar de una ciudad a muchos kilómetros, alzaban sus copas brindando con un grupo de chicas, mientras miraban la pantalla gigante que retransmitía los partidos del Mundial de fútbol. La gente que las rodeaba se unió a ellas creyendo que celebraban el gol de la selección española.

Pero ellas celebraban mucho más. Les habían dado la razón y ya no cobrarían menos que sus compañeros varones. Habían metido un gol por toda la escuadra y, aunque sabían que todavía quedaba mucho partido por delante, estaban dispuestas a darlo todo para ganarlo.

4 comentarios en “#historiasdefútbol : Vocación

  1. Que bonito!!!! Bravo por esa hija educada en igualdad y empoderada que lucho por sueño..pero leyendo el relato veo algo muy típico en la mujer de mediana edad que se describe como depresion de genero…esa ambivalencia entre lo que quiere, lo que le han educado desde pequeña y lo que necesita…
    Como siempre un placer leerte…
    Besos

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