Intuición: bajo las togas


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No es oro todo lo que reluce. Bien lo sabemos, y no siempre lo que sale al exterior es lo que anda por el interior. Que bien dice el dicho eso de la procesión va por dentro. Y más cierto que en ningún sitio es en el mundo del espectáculo, donde el actor se mete en la piel del personaje aunque nada tenga que ver con él. Pobres sino de todos aquellos que interpretaron a los peores villanos de la historia, si tuvieran que ser como ellos.

Pero no solo eso. A veces el libreto o el guión dice una cosa y el actor, la actriz o quien proceda, decide hacerla de otra sin más. Y ese otro decide que así está bien y así se queda. Porque a veces esa cosa intangible llamada intuición te impulsa a hacer algo en contra de la lógica. Sin otra razón que un Pepito Grillo interior que se rebela en contra de lo que estaba previsto. Y dice la leyenda que algunas de las más grandes interpretaciones de la historia se debieron a un gesto fuera de la pauta preacordada. Y, por supuesto, como todos sabemos, el talento es lo que tiene,  buena parte de formación pero asentada sobre un duende que no se aprende. Eso de que el artista nace, no se hace. Aunque, como un diamante, haya que pulirlo para que brille.

Cualquiera pensaría que en nuestro mundo, anclado en normas rígidas y protocolarias, nada ocurre por casualidad. Que somos poco menos que autómatas siguiendo al milímetro el guión previsto sin alejarnos de él como si de las protagonistas de Las Mujeres perfectas se tratara. Y nada más lejos de la realidad. La intuición, y su prima hermana la improvisación, se cuelan en nuestro escenario con mucha más frecuencia de lo que parece. Pero guárdenme la confidencia, que es Top Secret. De nuestra categoría como intérpretes depende que se note o no.

Y esa intuición, como todo en la vida, tiene su parte buena y su parte mala. O mejor, su parte llevadera y la que no lo es tanto. Seguro que todos hemos visto alguna vez en el brete de estar convencidos que un tipo era culpable pero no tenemos ni una sola prueba con que llevarnos por delante la presunción de inocencia. ¿Por qué? Por pura intuición. De ésa que cuando luego resulta que tenías razón porque surge algo que lo acredita, te hace dar saltos de alegría imaginarios, aún a riesgo de dar un traspiés sobre los tacones.

Otras veces, sin embargo, una se queda con tres palmos de narices o, lo que es peor, con una sensación de angustia que no le llega la camisa al cuerpo. Cualquiera puede haberlo vivido. Esa mujer que sabes que está siendo maltratada y se acoge a la dispensa legal y guarda silencio, dejándonos sin prueba alguna para perseguir al culpable. O ese investigado –sigo sin acostumbrarme al término- al que sabemos peligroso porque hay una alarma interior que se enciende y al que no tenemos base legal para meter en prisión o internar en cualquier tipo de centro, llegado el caso. Pocas sensaciones hay más angustiosas que la de irse a casa pensando que va a pasar algo, y no haber podido hacer más. Bien lo sabemos quienes hemos pasado alguna vez por la terrible experiencia de saber por la prensa que tu intuición era cierta y que el terrible final que temías ha llegado.

En mi caso, recordaré siempre a una mujer que no quiso denunciar de ninguna de las maneras y que, a pesar de que tenía el miedo grabado en su mirada, se negó a abrir la boca amparándose en la maldita dispensa legal. Pese a que ella no quería, se dictó auto de alejamiento, pero de poco sirvió. Al cabo de unos días, apareció ahogada en la bañera de su casa. Su pareja murió en prisión de muerte natural sin que llegara a ser nunca juzgado, en una pirueta de destino. Ya hace muchos años de eso, pero su recuerdo me acompaña cada vez que una mujer se niega a declarar. Fue la Crónica de una muerte anunciada, y ojalá las leyes cambien para que nunca pueda a volver a pasar algo así.

Así que hoy, el aplauso lo convertiré en ovación y homenaje para quienes no pudimos proteger. Y por supuesto, para los que contra viento y marea siguen empecinados en que cambiar las cosas es posible. Con intuición o sin ella.

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4 comentarios en “Intuición: bajo las togas

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