Lotería: que la suerte te acompañe


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Dicen que la gente del teatro es muy supersticiosa. Y en general es cierto. Desde que Moliere dejara de respirar en plena representación de El enfermo imaginario vestido de amarillo, quedó proscrito para siempre este color del mundo de las tablas. Y esto es solo un ejemplo. Que a nadie se lo ocurra pasar bajo una escalera, romper un espejo, derramar la sal o nombrar a la bicha, y que a nInguno se le olvide mostrar sus deseos de bonanza con una escatológica expresión de todos conocida, o la culpa del fracaso recaerá sobre él y el estigma de gafe llenará sus existencia de huídas disimuladas y escuchitas a sus espaldas. Y claro, en un mundo donde el azar y la suerte están tan presentes, no podría dejar de existir esa pasión del juego que, al menos una vez al año nos embarga a todos: la lotería.

Y ojo, que bien unida está al teatro, que no hay más que ver el anuncio con que cada año nos sorprenden –no diré nos deleitan, porque el nanana de Raphael y Cía no lo definiría exactamente como un deleite- No hay más que recordar que fue la sintonía de Cinema Paradiso la que acompañaba alguno de esos anuncios.

Y nosotros, como no podíamos ser menos, pues también jugamos. No hay Juzgado, Fiscalía, despacho de abogados u oficina que no juegue su decimito. Y que no coloque, ya puestos, alguna papeleta de los Coros y danzas de Alpedrete, de la Parroquia de San rRamón Nonato, de la Balompédica Conquense, o de cualquier asociación, falla, equipo deportivo o grupo a que pertenezca un familiar, normalmente los hijos, que nos los endosan para vender con las consabidas papeletas de rifa para ayudar al viaje de fin de curso. Y todos caemos, cómo no, más que por la ilusión de que nos toque, porque no vaya a ser que le toque a nuestro compañero y nos quedemos con la envidia puesta. Cosas del género humano, con o sin toga y tacones.

Es más, confieso que he llegado a compartir varios décimos con personas a las que jamás había visto, a través de twitter, en un grupo que nació para eso y fue el germen de una buena amistad. Solo por eso, estaré siempre agradecida a las redes sociales y a la lotería. Por más que critiquen a unas y otra.

Pero no toda la lotería se vende en las administraciones. Mi madre solía decirme, sobre todo al poco tiempo de aprobar la oposición, que no me molestara en jugar, que mi ración de suerte ya estaba agotada con la plaza de Fiscal. Y razón tenía –y tiene- en parte al menos. Sin menospreciar el esfuerzo titánico que una hace durante varios años de su vida siendo opositora, esa pizca de suerte tiene que acompañar el día del examen. Que los temas sean propicios, que el tribunal esté receptivo –no es lo mismo ser el último que el primero en examinarse, más aún si ese día hay un acontecimiento deportivo-, que no toque justo detrás del cerebrito que está destinado a ser número uno, y muchas otras circunstancias, son factores que influyen. Y negarlo es cerrar los ojos. Se estudia, y mucho, y si no, no hay manera. Pero un empujoncito siempre ayuda, y una zancadilla obstaculiza. Como el nadador que llegará al destino porque está bien entrenado, pero lo hará más rápido si la corriente es propicia y le costará más si hay temporal.

Luego, la suerte te sigue acompañando –o no- a lo largo de la vida profesional. Un buen destino, unos buenos compañeros, un buen ambiente ente profesionales, son cosas que ayudaban al nadador de fondo a llegar a tierra firme. Y lo contrario son las cosas que le hacen nadar contracorriente. Aunque si una da brazadas airosas, mueve los pies con brío y no desfallece, siempre acaba llegando. Si, además, lo hace sonriendo a la cámara y dando piruetas a lo Esther Williams en Escuela de Sirenas, ya habrá pasado el casting de toguitaconadas de luxe. Que cualquier día lo organizo, por cierto, así que habrá que estar atenta -y atento, nada de dfiscriminación-.

Pero lo que también es una lotería, y no debía serlo, son muchas de las cosas con las que nos encontramos en nuestro escenario día a día. ¿Funcionará el ordenador? ¿Tardará más de 20 minutos en encenderse? ¿Habrán publicado una ley nueva más? ¿Habrá que sustituir a algún compañero enfermo? ¿Quedarán posits? ¿Me habrá desaparecido la grapadora? Todas éstas son cuestiones que amargan nuestro quehacer diario, hasta el punto que, a veces, a una le entran sudores fríos cuando abre el correo corporativo –si es que lo consigue- y teme que lleguen notas de servicio, comunicaciones de incidencias informáticas o cualquier otra cosa con las que nos deleitan en Toguilandia.

Pero aquí seguimos. Nadando contra viento y marea. Y con la certeza de que no nos ha tocado la lotería. Ni la de Navidad, ni la otra.

Por eso, el aplauso para todos esos incombustibles nadadores. Porque, pese a todo, siempre acaban llegando a la meta.

 

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