Amistad: con mi sable y mis tacones


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Son complejas las relaciones humanas, qué duda cabe. En la ficción como en la realidad, en la vida analógica como en la digital, en el escenario y en nuestro teatro. Por eso, quizás, a más de uno le sorprenda la relación entre amistad y sables. Como si una entendiera la amistad como una suerte de riña de gatos y anduviera clavándole los tacones a todo el que se presente, para taparlo –cómo no- con la toga, como la protagonista de Las Amistades Peligrosas en versión jurista.

Pues nada de eso. Tendrán que esperar a leer el post, no vaya yo misma a hacerme spoiler y la cosa pierda la gracia. Paciencia (), que es la madre de todas las ciencias.

Todos sabemos que en el mundo del espectáculo hay grandes rivalidades, zancadillas y envidias, pero también hay grandes amistades, nacidas al albur de muchas horas de ensayos, de muchos kilómetros a cuestas, y de muchos aplausos compartidos o anhelados. Los amigos de Peter o Cuatro bodas y un funeral dan buena muestra de esa relación dentro de las pantallas. Y, a ritmo de rumba, nos lo cantan en todas las bodas Los Manolos, con aquel Amigos para siempre que marcó una época. Seguro que no la conocían, porque sino hubiera sido el leit motiv de La boda de mi mejor amigo, y hubiéramos visto a Julia Roberts marcándose una rumbita. Un toque cañí que no hubiera estado nada mal.

¿Y que tiene esto que ver con los sables? ¿Y con el Mensaje en la botella de la imagen? Un poco más de paciencia.

También en el reino de las togas se crean amistades, que traspasan la sala de vistas y el juzgado. Vínculos que nos unen con lazos invisibles a algunas personas, sin que sepa una muy bien por qué sí o por qué no. Y que tal vez empiezan hablando de Derecho y acaban hablando de todo menos de Derecho. O Del revés, que nunca se sabe.

La cuestión es que hoy en día muchas de esas amistades nacen en las redes. O se intensifican en ellas, de modo que una puede llegar hasta encontrar a su alter ego digital, con su toga y sin tacones. Lo que es altamente recomendable, una vez superada la sorpresa inicial, si se tiene la suerte de encontrarla.

Y es aquí donde llega el sable, la botella y los Piratas del Caribe. Todo a su debido tiempo. Y es que hace apenas unos días me ví envuelta en una vorágine de whatsapps sólo -¿sólo?- para celebrar el cumpleaños de alguien a quien no he visto nunca. Entre personas a las que apenas he visto una o dos veces pero con las que comparto mucho más cosas que con otras a las que conozco hace años. A las que llegué por la pelea, toga en ristre, por un deseo común, hacer que la justicia sea el servicio público que todos queríamos, pero a la que terminan uniendo muchas otras cosas.

Y hete tú aquí que, gracias al homenaje que un amigo brinda a otro, y en el que muchos servimos de merecido corifeo, me ví convertida en bucanera con mi sable y mis tacones. Y encantada de formar parte de ello, que no se diga. Por más que en ocasiones el móvil pareciera que se iba a suicidar de tanto mensaje y tanta vibración. Que los juristas hablamos mucho con toga y sin ella, arriba o debajo de estrados.

A veces uno puede creer que las togas no tienen corazón (). Y también que las redes sociales son una tontería para pasar el rato. Pero tanto dentro de las togas como detrás de los teclados que manejan las redes hay personas. Y las personas es lo que tienen, La capacidad de emocionar. Ahí es nada.

Y a esas personas es a las que brindo hoy el aplauso. A las que convierten las pantallas de los móviles en un espacio con alma.

Pero eso sí, si alguien esperaba verme de bucanera va aviado. Hay cosas que pertenecen al secreto de sumario.

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