Cuentos: no todo es color de rosa


              Los cuentos han sido siempre de las más importantes maneras de contar historias y transmitirlas de generación en generación. Primero, de una manera oral, luego y escrita y, a partir de la existencia del cine, también a través de películas. ¿Quién no ha visto más de una vez películas como La Cenicienta, La sirenita, Los tres cerditos o Alicia en el país de las Maravillas, o más recientes como Wicked o Princesa por sorpresa? Pues eso.

              En nuestro teatro, estamos para pocos cuentos. Aunque de vez en cuando hay investigados, y hasta otros habitantes de Toguilandia, que tienen más cuento que Calleja, como decía mi madre. Y más de una vez hemos estallado con un “déjate de cuentos”. O hemos tenido tentaciones de hacerlo, aunque nos hayamos contenido.

              Pero hoy venía a hablar de unos cuentos que todo el mundo conoce, los cuentos clásicos. Y cómo esas historias, que repetimos hasta la saciedad, tienen una interpretación jurídica para ponerse a temblar. Veamos algunos de ellos.

              Empecemos por Blancanieves y lo siete enanitos, cuyo titulo, ya por sí mismo, rezuma a discriminación que tira hacia atrás, así que ojito con los delitos de odio. Pero ahí no acaba todo, porque la propia Blancanieves allana una morada y se convierte en okupa, como quien no quiere la cosa. Eso sí, luego los dueños se lo hacen pagar con la más total ausencia de perspectiva de género, ya que ella lava y hace la comida mientras ellos trabajan Pero lo peor no es esto, lo peor es que tras la tentativa de asesinato cometida por la madrastra, con la agravante de disfraz, el príncipe comete una agresión sexual como un castillo, porque la besa contra su voluntad hallándose ella privada de sentido. Casi nada.

              No era Blancanieves la única okupa. También lo fue Ricitos de oro, a pesar de sus tirabuzones rubios y su cara de ángel.

              Y tampoco era el único caso de agresión sexual por falta de consentimiento. Pensemos en La bella durmiente, a la que el príncipe -qué manía de los príncipes de meterse donde no les llaman- besó aprovechando la siesta más larga de la historia.

              Luego está el tema del maltrato animal. Dumbo, y lo que le pasa a su pobre madre y luego a él, son el paradigma, pero no es el único caso. La muerte de la madre de Bambi pofr el cazador es un acontecimiento que ha traumatizado a niñas y niños desde que el mundo es mundo -o desde que Disney es Disney-, aunque siempre podemos ver El libro de la selva para reconciliarnos con la manera de ver el mundo animal.

              No obstante, habrá que ir con tiento, porque igual la iniciativa del Flautista de Hamelin hoy se vería como un delito contra el medio ambiente. Y que no e entere La ratita presumida, que igual es ella quien pone la denuncia.

              Y si de animales se trata, siempre me acuerdo del bullyng que sufría el pobre Patito feo, que al final de feo no tenía nada.

              También, respecto de los animales, habría que replantearse algunas cosas. ¿No es maltrato obligar a llevar a la pata Daisy o a Minnie Mouse esos zapatitos de tacón y esos lazos gigantes en el pelo? ¿O hacer que el pobre pato Donald vaya paseando con chaqueta pero el culo al aire? Ahí lo dejo.

              Otro de los clásicos de los cuentos es el maltrato doméstico, especialmente a menores. Los padres de Hansel y Gretel los dejaron en mitad de bosque y se quedaron tan tranquilos y, aunque la culpa suele recaer sobre la malvada bruja, lo bien cierto es que los padres tienen toda la culpa. Una culpa que comparten también con los padres de Blancanieves y de Cenicienta, unos calzonazos como la copa de un pino. Porque la madrastra seguro que no empezó a tratar mal a Cenicienta cuando enviudó que alguna pista daría. Sin ir más lejos, ni nombre tiene la pobre chica.

              Y lo que me plantea algunas dudas es el caso de Pinocho, del que se aprovechan varias personas pero que, como no se sabe si era de madera o de carne y hueso, ya no sabemos dónde encuadrarlo, porque maltratar a muñecos no es delictivo.

Son solo algunos ejemplos, pero a veces repetimos las cosas sin pensar en lo que suponen.  O lo que podrían suponer, si los lleváramos a juicio.

Pero no lo haré. Solo me conformaré con dar el aplauso de hoy. Y eso va, desde luego, para quienes tienen el suficiente sentido común para no llevar las cosas al extremo. Porque ya dicen que el sentido común es el menos común de los sentidos

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