Moralejas: haz bien y no mires a quién


Hoy, en nuestro teatro, un cuento que escribí hace mucho tiempo y hoy rescato. Porque a veces hay que volver a ser niña

El Casting

         Lucía siempre había sido una apasionada del baile. Le gustaba verlo, sentirlo y, sobre todas las cosas, bailar. Bailaba en todas partes: en casa, en la academia,en el colegio, en la calle y en cualquier sitio que pudiera. Desde pequeña había ido a clases de danza y los días en que podía bailar era feliz. No hacía mucho tiempo que se había enterado de la convocatoria de un “casting” para promocionar a jóvenes talentos, y no lo pensó dos veces. Tuvo que ahorrar el dinero de la inscripción y hacer una prueba para conseguir su pase, pero ya lo tenía en la mano: el pase que daba derecho a ir a ese casting. Pero, a pesar de todo el esfuerzo, Lucía no podía ir porque sus padres se lo habían prohibido por culpa de un inoportuno suspenso en Matemáticas. Y ella, que siempre había sido una buena niña, no se planteaba desobedecerles. Pero estaba relamente disgustada y triste. Ella sentía que aquélla era su oportunidad y se le iba a escapar por una tontería.

         El día anterior al casting, cuando estaba en el colegio, se le acercó una compañera llamada Rosa, una niña muy popular que nunca antes se había dignado dirigirle la palabra, y, de modo soprendente para Lucía, trató de hacerse su amiga. Finalmente, le dijo que sabía lo del casting, y que a ella le gustaría acompañarla. Lucía tuvo que contarle lo del castigo, pero Rosa quitó importancia al hecho y le dijo que sus padres no se enterarían, que fingirían que iban al colegio y a la hora de vuelta estarían en casa. Y Lucía, como tenía tantas ganas de ir, se dejó convencer fácilmente.

         Al día siguiente, tal como habían quedado, Rosa pasó a recoger a Lucía a la puerta de su casa y juntas fueron camino del lugar donde se celebraba el casting. Rosa estaba particularmente simpática con Lucía y ella se dejaba querer sin percatarse de la insistencia machacona de Rosa porque llevara el pase del casting en la mano.

         Cuando estaban llegando, oyeron el grito de un niño. Volvieron la cabeza, y vieron un niño pequeño que estaba a punto de ser atropellado por un coche. Sin pensárselo dos veces, Lucía se lanzó al cruce donde estaba el chiquillo y consiguió evitar que le pasara nada al niño. Rosa, que le había seguido de mala gana, aprovechó el momento en que Lucía estaba pendiente del niño para arrebatarle el pase de la mano y marcharse corriendo en dirección al lugar donde iba a hacerse el casting.

         Lucía se quedó desconcertada, con lágrimas en los ojos al percatarse que había sido traicionada, y preocupada por un niño pequeño, solo y asustado, que no paraba de llorar y de abrazarse a ella.

         Lucía tenía varias opciones, pero todas ellas eran malas. Podía irse corriendo al casting, probar que el pase era de ella y no de Rosa, y conseguir presentarse, pero eso implicaba dejar abandonado a aquel niño indefenso. Podía marcharse al colegio como si nada hubiese pasado para que sus padres no la pillaran, pero así también dejaría al niño solo. Y podía ayudar al niño permaneciendo con él y llevarlo a la policía, pero eso supondría casi seguro que sus padres se enterarían y le caería un castigo aún peor. Con todo, decidió arriesgarse y ayudar al niño.

         Lucía, que tenía muy buena mano para los niños, ya que era dulce y cariñosa, estuvo con él consolándole hasta que se tranquilizó un poco, y luego fue a buscar el puesto de Policía más cercano. Le atendieron enseguida, al ver de lo que se trataba, y Lucía tuvo la esperanza de poder dejar allí al niño y conseguir al menos volver a casa a tiempo de que no la descubrieran. Pero sus esperanzas se fueron al traste cuando el Policía, un señor mayor y malcarado que hacía llorar al niño con solo mirarle, le pidió que se quedara con ellos hasta que consiguieran dar con los padres del niño. Le dijo que con ella el nene estaba muy bien y que no se preocupara porque luego la llevarían a casa y explicarían lo sucedido a sus padres. Así que pasó lo peor que podía pasar: sus padres se enterarían seguro y, encima, no le había servido de nada porque era Rosa y no ella quien había acudido al casting. Pero, no obstante, dijo que sí, que se quedaría con el niño.

         Al cabo del rato, Lucía consiguió que el niño empezara a perder el miedo, y poco a poco le sacaron algunos datos de sus padres que finalmente los llevaron a localizarlos. Después de haberles dado un bocadillo a cada uno, los padres del chiquillo, que habían sido avisados, acudieron a Comisaría y lo recogieron, y el Policía mayor y malcarado llevó a Lucía a su casa en un coche patrulla. Ella estaba muerta de miedo de pensar lo que dirían sus padres cuando vieran que, además de llegar tarde, lo hacía acompañada de la Policía. Por eso, convenció al Policía de que no subiera a su casa, que la dejara simplemente en la puerta, y ya vería ella qué explicaba.

         Cuando llegó, las cosas no pudieron salir peor. Habían avisado del colegio diciendo que Lucía no había ido y, encima, su madre había visto desde el balcón cómo la traía la Policía. No la dejó explicarse, la envió a su cuarto y le dijo que, desde ese momento, se había quedado sin sus clases de baile.

         Lucía se marchó a su habitación llorando. Estaba destrozada. Todo había sido un desastre: se había quedado sin el casting, Rosa le había engañado para quedarse con su pase fingiendo que quería ser amiga suya, sus padres estaban enfadadísimos y, lo peor de todo, le habían dejado sin sus clases de baile que eran lo que más le importaba del mundo.

         Lucía asumió su castigo con poco ruido y muchas lágrimas. No volvió a intentar dar explicaciones porque, cada vez que lo hacía, su madre le interrumpía diciéndole que le había desobedecido al irse al casting sin permiso.

         Apenas habían pasado un par de días cuando Lucía oyó que llamaban al timbre de la puerta en un momento poco habitual. Su madre abrió, le dijo que se quedara en su cuarto sin salir y estuvo mucho rato en el comedor hablando con unos señores a los que ella nunca había visto. Su padre acudió enseguida y se reunió con ellos también. Eran una pareja joven, con un aspecto estupendo, guapos y muy bien vestidos. Lucía no se imaginaba qué podrían estar hablando, pero, tal como estaban las cosas, no se atrevió a salir para poder oírlos. Estuvieron muchísimo tiempo en su casa hablando y ella cada vez tenía más curiosidad.

         Al cabo de un rato, su padre entró en su habitación y le dijo a Lucía que saliera. Ella obedeció, temerosa de que le pudiera pasar algo aún peor, y se sentó calladita donde estaban ellos. De repente, la señora joven se fue hacia Lucía y le dio un fuerte abrazo, ante la sorpresa de ella, y comenzó a llorar diciendo “gracias” una y otra vez. El señor también le dio las gracias y le abrazó, aunque no tan efusivamente. Y lo que era más extraño aún, sus padres la miraban y sonreían.

         Lucía no entendía nada y no hacía otra cosa que poner cara de asombro. Enseguida, empezó a enterarse de lo que pasaba. Aquellos señores elegantes eran los padres de Iván, el niño perdido, se habían enterado de lo sucedido y habían ido a casa de Lucía a darle personalmente las gracias. Explicaron que no habían ido antes porque les costó un poco dar con su dirección, pero finalmente se la había facilitado un policía mayor y malcarado. Estaban muy agradecidos a Lucía porque pensaban que había salvado la vida de su hijo Iván, un niño pequeño que se había escapado en un descuido de su niñera, y que si ella no hubiera estado allí le podía haber pasado algo. Lucía miró de reojo a su madre y vio que le caía una lagrimita.

         Entonces el padre del niño tomó la palabra y le preguntó a Lucía cómo podían agradecerle lo que había hecho. Antes de que pudiera contestar, aquel hombre le dijo a Lucía:

-Hemos hablado con tus padres y nos han contado lo que te gusta el baile. Precisamente, nosotros somos los dueños de la empresa que organizaba ese casting, por eso nuestro hijo estaba por allí y con el desconcierto y la cantidad de gente se perdió. Habíamos pensado que, si quieres, podemos organizarte un pase para ti, ya que el día que se celebró no pudiste venir. ¿Qué te parece?

Lucía sonrió y miró a sus padres con gesto interrogante, y ellos enseguida asintieron con la cabeza. Lucía no podía ser más feliz. Al final, las cosas habían salido mejor de lo que hubiera imaginado.

Al día siguiente, mientras su madre le ayudaba a preparar la ropa para el casting, le dijo:

– ¿Has visto, Lucía? Esto ha sido gracias a que tomaste la decisión acertada, la de atender al niño, aunque te arriesgaras a un castigo y te quedaras sin el casting. Las buenas acciones siempre tienen su recompensa. Y, por cierto, por si te interesa saberlo, a Rosa la echaron por ir con una pase que no era suyo.

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