Aplazamientos: mejor tarde que nunca


                            Dice el refrán que más vale tarde que nunca. O que más vale llegar tarde que rondar cien años. Y a eso de llegar tarde se refieren varios títulos de películas como Llegas tarde o Cómo llegar tarde al trabajo o Más vale tarde que nunca. Y hasta un programa de actualidad en televisión se llama así: Mas vale tarde.

              En nuestro teatro el tiempo tiene gran importancia, como pudimos ver en el estreno dedicado a los plazos, una de las piezas más esenciales al tiempo que angustiosas de Toguilandia.

              También hablamos en su día de las suspensiones , y lo que suponen, depende de en qué parte del escenario toguitaconado se encuentra una, y lo que pretenda. En general, a profesionales, perjudicados y víctimas, las suspensiones suelen venirles mal, aunque en algunos casos sean inevitables. Sin embargo, cuando de investigados, procesados o acusados se trata, el interés puede ser el contrario, intentar una suspensión a cualquier precio con tal de dilatar el proceso y con él, a veces, lo inevitable, esto es, la condena. Aunque también en otros casos e acusado puede tener interés que el juicio se celebre de una vez, bien en su afán de demostrar su inocencia, o bien porque tiene oros intereses, como el dejar de ser preso preventivo y convertirse en penado para acceder a clasificación penitenciaria, con sus posibles beneficios y progresiones de grado.

              Y es que, aunque pueda parecer lo mismo, suspensión y aplazamiento no son coincidentes. Es cierto que, para aplazar una vista, si es que ya está señalada, hay que suspenderle ineludiblemente, pero no toda suspensión supone un aplazamiento. Lo implica, sin duda, cuando hay un nuevo señalamiento, pero no tanto cuando se trata de una suspensión sine die, esto es, hasta que las ranas críen pelo en Román paladino.

              En cualquier caso, hay aplazamientos a tan largo plazo que parecen suspensiones sine die, o poco menos. Y eso ocurre en más casos de los que nos gustaría por más que la voluntad de todas las partes no sea esa.  Son casos en los que por cualquier causa se decreta la suspensión y el siguiente señalamiento se demora a más de un año – a veces más- por falta de hueco en las agendas de s. Y eso es absolutamente inadmisible. A ver si de una vez quien le pone el cascabel al gato de Lajusticia y crea el número suficiente de plazas y de medios para evitar estos dislates. Yo no pierdo la esperanza de que algún día ocurra. Aunque se me tilde de ilusa.

              Pero los aplazamientos no solo son de señalamientos, aunque sean estos los que más duelan. Quienes ya llevamos años arrastrando la toga por el mundo, hemos presenciado varios casos de aplazamiento de entrada en vigor de leyes, por una u otra razón. En varias ocasiones nos hemos visto en el brete de que se creen juzgados y luego se aplace su entrada en funcionamiento, siempre por falta de previsión, de medios, o de ambas cosas a un tiempo.

              En otros casos, lo aplazamientos son tantos que parecen el cuento de Pedro y el lobo, que nadie cree que lo tantas veces aplazado vaya a ponerse en marcha alguna vez. Un buen ejemplo es lo sucedido con el Registro Civil una y otra vez.

              En cualquier de los casos, en ocasiones, lo del aplazamiento es, como diría mi madre, engordar para morir. O pan para hoy y hambre para mañana, como diría el refranero. Aunque también es verdad que mientras hay vida hay esperanza, y en más de un caso nos hemos encontrado con supuestos de indulto porque tras varios retrasos en la causa, cuando llega el momento de que el acusado es juzgado, ya ha cambiado su vida y se ha rehabilitado de modo que se hace ilusorio el fin de rehabilitación de la pena.

              En definitiva, que siempre volvemos al mismo punto de partida. Esto es, si tuviéramos los medios que necesitamos, otro galo nos cantara. Por eso, el aplauso de hoy será para quienes, de un lado, luchan por conseguirlos, y, de otro, luchan por minimizar los efectos de nuestras carencias. Los tomates, ya sabemos para quién. Aunque siempre cabe repetir, con Escarlata O’Hara, que mañana será otro día

Deja un comentario