
Desde que se inventó la imprenta, los libros han formado parte importante de la historia de la humanidad. Y, a pesar de que hubo quien creía otra cosa, la llegada de oros medos de expresión como cine y televisión primero e Internet, después, no han logrado arrumbarlo. Todo lo contrario, lo han complementado hasta el punto de gran cantidad de películas lo hacen basadas en libros, de ahí el Óscar al mejor guion adaptado. Y son innumerables las películas que se basan en libros, entre las que citaré La ladrona de libros, La historia interminable, La librería o la maravillosa El club de los poetas muertos.
En nuestro teatro, los libros tienen muchísima importancia. Juristas de todas las épocas se han formado con libros, y seguimos haciéndolo, aunque en muchos casos sea ya en formato digital. Además de que hay habitantes de Toguilandia que nos hemos lanzado a las publicaciones , sean o no jurídicas.
Por eso hoy quería dedicar este estreno a una experiencia preciosa que no podía dejar de compartir con quienes se adentran en mis funciones toguitaconadas cada semana o cada vez que pueden o quieren. Una experiencia inolvidable para todas las personas que amamos los libros, como es mi casa, y más aún para quienes nos hemos lanzado a la escritura como también es mi caso.
Con esas pistas, no hace falta que diga mucho más. Estoy hablando de Sant Jordi, y en concreto, de Sant Jordi en Barcelona. Quienes no hayan ido nunca no solo no saben lo que se pierden, sino que no se pueden imaginar, por más que le cuenten, cómo son las cosas.
Así me ocurrió a mí. Me habían contado una y mil veces lo que suponía Sant Jordi y el ambiente que se vivía, y por ello me apetecía mucho ir. Pero, una vez allí, no se parece a nada que yo haya vivido antes. Es, sencillamente, especial.
Pues bien, después de muchos años de juntaletras y muchos libros publicados -parece que fue ayer, pero ya van doce, y alguno más en camino- me llegó el momento de vivir Sant Jordi, y no solo como espectadora, sino como autora, firmando mi criatura Creía que era feliz en la caseta correspondiente y observando todo lo que pasaba desde una atalaya de lujo.
El día empezaba bien. El tiempo era inmejorable, y el sol iluminaba los miles de puesto con libros y rosas que hay por toda la ciudad, con sus edificios adornados por todas partes. Los hombres de cualquier edad pasean por las calles con una rosa en la mano destinada a las mujeres de su vida. De hecho, me recibieron unos buenos amigos con una rosa en la mano, lo que me hizo sentirme imbuida en el ambiente de inmediato.
Por supuesto, no solo de letras se vive, así que aproveché el día para compartir mi tiempo con esos buenos amigos a los que una no ve tanto como quisiera. Así que, además de libros y flores, amistad. ¿qué más se puede pedir?
Así que hoy el aplauso para el bueno de Sant Jordi y para todas las personas que lo celebran. Y para los amigos que me acompañaron. Por muchos más