Flores: para gustos, colores


 

                La primavera la sangre altera. Eso dice el refrán y eso parece que se nota en el aire. Y claro, no hay primavera sin flores, también muy presentes en el cine, de La rosa púrpura de El Cairo a La flor de mi secreto, de Las margaritas a las Violetas imperiales.

                En nuestro teatro somos de pocas flores, aunque haya quien al hacer informes saque a pasear muchas florituras. Pero esas no son cosas de la primavera sino más bien de todo el año. Cosas de Toguilandia.

                Pero, aunque no seamos de muchas flores, de vez en cuando nos toca hacer de floreros como comentaba en un estreno ya lejano en el tiempo. No obstante, la cosa no iba de florituras ni de floreros, sino de flores. Una función inspirada en la orquídea que me ha florecido en casa y que es la imagen que ilustra este estreno.

                Y es que la propia orquídea tiene su historia. Me la regalaron en un colegio tras una charla en el día de violencia de género, y creí que se me moriría, como se me mueren casi todas las plantas, que me siento un poco vegeticida, aunque sea por imprudencia y nunca por dolo. Pero mira tú por donde que a esta le dio por ser resiliente, y no solo ha florecido, sino que lo ha hecho a tutiplén, hasta el punto de que dice mi hermana que cualquier día nos tira de casa. Espero que la sangre no llegue al rio.

                Así que una yo a contar algunos casos en los que las flores formaban parte de nuestra toguitaconada realidad. Y, particularmente, en violencia de género, no es nada extraño. Por desgracia, hay relaciones que empiezan por enviar un ramo de y acaban con la víctima con una corona de flores, de esas que llevan una cinta y una leyenda que dice que quien sea no te olvida.

                Sin llegar a un final tan dramático, recuerdo un caso de acoso de una chica a la que un tipo asediaba constantemente con flores. Pese a que no la conocía de nada y que ella no quería saber nada de él, se le aparecía en cas o en el trabajo y, ramos de rosas en ristre, le declaraba su amor en poemas apasionados o canciones no menos apasionadas, para horror de la propia víctima. Incluso llegó a presentársele en un examen de oposición que la pobre suspendió tras un ataque de ansiedad. Lo curioso de este caso es que, hasta ese momento, había quien insistía en que los hechos, constitutivos de un delito de acoso como la copa de un pino -aunque entonces se calificaron de coacciones porque el acoso no estaba regulado- no eran más que manifestaciones románticas de un enamorado.

                Otro caso floreado que llamó mi atención fue la reacción desmedida, en este caso de una chica, al ver a su pareja con un ramo de flores destinado a otra mujer. La bronca que se montó fue de órdago, y ni que decir tiene que de los claveles y los gladiolos no quedó ni sombra. La cosa quedó en tablas, es decir, en una falta de las de antes, de café para todos, ambos condenados por la pelea con insultos varios, más allá de las flores que fueron la causa de todo.

                En otros casos, las flores son muestra de agradecimiento, o un bonito detalle. Jamás olvidaré el que tuvieron conmigo unos amigos que querían hacerme un regalo y me enviaron un ramo precioso al trabajo, porque yo siempre comentaba que me daba mucha envidia cuando alguien recibía un ramo en presencia de todo el mundo. Entonces fui yo la que daba envidia a Toguilandia entera, porque me paseé con mi ramo por todo la Ciudad de la Justicia. Faltaría más.

                Lo que sí que no recomiendo es tener flores en según qué despachos. El mí, en concreto. Una compañera quiso regalarnos a todas una planta con clavelitos cuando llegó a mi sección, y la mi duró menos que lo que canta un gallo. Hubo quine a revivió en su casa, pero con la mía no hubo manera. Y es que mi despacho, entre cristal y cristal, responde al absurdo de construir un edificio en el Mediterráneo como si estuviéramos en Finlandia. Hay días que el calor no hay aire acondicionado que lo mitigue.

                Y con esto acabo esta tontería de hoy. O esta floritura, según se vea. Aunque el aplauso se lo daré a mi preciosísima orquídea. Y es que no me canso de mirarla.

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