Amuletos: por si acaso


            Estoy segura de que, si hiciéramos una encuesta pública, pocas personas reconocerían abiertamente ser supersticiosas, pero si la encuesta fuera anónima, saldrían muchas más. Porque hay mucha gente que dice no serlo, pero no soporta ver cruzarse a un gato negro, no pasa por debajo de una escalera y maldice su suerte como se rompa un espejo. Ya había una obra de Agatha Christie que hablaba de El espejo roto, transformada en película en El espejo se rajó de parte a parte. Por no hablar de nuestro martes y trece, que en su versión anglosajona ha dado lugar a toda una saga de películas, Viernes 13, con el terrorífico Jason haciendo de las suyas. Y es que todo el mundo tiene sus fobias. Y sus filias, claro.

            En nuestro teatro teóricamente no tenemos nada que ver con las supersticiones, pero, a la hora de la verdad, del dicho al hecho hay un buen trecho. Y, como dicen los gallegos, no creemos en las meigas, pero haberlas, haylas.

            Si soy sincera, el momento más dado a las supersticiones es el tiempo de estudio, especialmente cuando de estudiar oposiciones se trata. La angustia por jugárnoslo todo a una carta nos convierte en unos seres huraños a quienes cualquier alteración puede sacar de sus casillas. Y no hablo de cosas graves, sino de asuntos tan nimios como que se acabe el rotulador que gastamos para subrayar y no haya disponible otro del mismo color. Que yo me vi en ese trance con mi pobre madre dispuesta a recorrerse todas las papelerías de la ciudad. Y, por supuesto, quine die un rotulador dice un bolígrafo o una regla para subrayar.

            Luego llega el momento del examen, donde todo el mundo aporta algo para que nos dé suerte, desde una estampita hasta un búho de porcelana, todo vale. Y ay de nosotros como se nos pierda o se nos rompa. Mi madre me ocultó que se le había roto el dichoso búho y lo pegó como mejor pudo, y solo me lo confesó cuando ya había aprobado. Y ya he contado más de una vez que me llevé al examen el San Pancracio que me regaló mi tía, perejil incluido. Aun recuerdo la cara de pasmo de quine cuidaba aquel primer examen escrito cuando me lo vio sacar.

            Además de todo esto, están las prendas de la suerte, como el jersey primaveral que un compañero se empeñó en llevar en pleno mes de enero en Zaragoza porque le daba suerte. Aprobó, sí, pero la pulmonía no se la quitó nadie.

            No obstante, las supersticiones y el uso de amuletos, fetiches, o como queramos llamarlos no acaba ahí. Más de una vez he oído decir a gente teóricamente muy sensata que no se hacía una toga nueva, aunque la suya estuviera pidiendo a gritos la jubilación, porque eso daba mala suerte. Yo misma, que no lo he pensado nunca, me resisto como una jabata a cambiarla, aunque ya ha cumplido los treinta años y no le vendría mal un descanso.

            Y hay una norma no escrita que casi todo el mundo en Toguilandia guarda a rajatabla. No hay que decir nunca que la guardia está tranquila porque eso llama a los hados para que pase algo gordo. Y otro tanto cabe decir de los juicios o de cualquier otro señalamiento. Recuerdo que eso fue lo que comentó mi compañera de despacho momentos antes de que el accidente de metro más terrible sucediera, así que ahí lo dejo.

            También decía siempre un compañero en mi primer destino que nunca hay que dejar el casillero vacío del todo, porque ese espacio vacío llama a toda prisa a más cusas y más complejas. Y yo creo que no le faltaba razón, aunque como están las cosas es difícil conseguir ese cero absoluto con la que tantas y tantos soñamos, sea en su versión analógica -el papel de toda la vida- o en la digital.

            Yo confieso que para los actos importantes siempre me pongo el colgante que me regalaron mis padres al acabar la carrera, una balanza de la justicia que mi madre vio que llevaba en el Hola una famosa y llevó a un joyero para que la copiara. Algún día la compartiré para ilustrar un estreno toguitaconado

            Y con esto cierro el telón por hoy. El aplauso, desde luego, es para todas aquellas personas que, además de confiar en la suerte lo hacen en su propio trabajo. Que ya dice el refranero que a Dios rogando y con el mazo dando

1 comentario en “Amuletos: por si acaso

  1. ¡Qué buena reflexión!
    Yo no me considero supersticioso, pero no es por sensatez, ¡qué va!
    Me parece interesante la experiencia humana en torno a los fetiches o amuletos. Me gusta más pensar que el colgante que te regalaron tus padres es una inspiración que te hace seguir cargando el mazo. Pero no sé, como te digo, solo trato de observar la experiencia humana desde la propia.

    Saludos

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