Nombresteretipos: dime cómo te llamas…


                Hay un refrán que dice “dime con quién andas y te diré quién eres” y muchas veces se hace realidad. En casos, además, se podría matizar en un “dime cómo te llamas y te diré quién eres”, porque de un tiempo a esta parte los nombres propios acaban dando lugar a determinados estereotipos a los que remiten inmediatamente. Tal vez el caso más claro en la historia de la literatura y del cine sea el de Lolita. Es difícil ori ese nombre sin que nos acuda a la cabeza la imagen de la colegiala sexualizada. Dicho sea, por supuesto, con perdón de la cantante del mismo nombre, hija de La Faraona para más señas, que nada tiene que ver con ello.

                En nuestro teatro, aunque ya quedó lejos el tiempo de alias tan famosos en su día como El Lute -recordemos que es una transformación de su propio nombre de pila, Eleuterio-, el Pera o El Vaquilla, también echamos manos, aunque sea el petit comité, de determinados estereotipos relacionados con nombres propios.

                De hecho, cuenta la leyenda urbana que la alusión al nombre de “Nekane” para referirse a un estereotipo de mujer nació en la Audiencia nacional en los tiempos duros de los juicios contra la banda terrorista ETA. Y, por supuesto, no seré yo quien lo contradiga.

                Confieso que este post nacía tras leer a una buena amiga periodista dar la vuelta en un artículo a lo que pretendía ser un menosprecio, y llamarse a sí misma “Charo”, reivindicando el hablar a la pata la llana, aunque haya quien lo califique de discurso poco elaborado o poco fino. Y sí es así, a mí, como a ella, me gusta la charocracia, y llamar al pan pan y al vino, vino. Aunque, en términos jurídicos, llamar al usufructo o a la enfiteusis por su nombre siga siendo difícil de entender y exija un esfuerzo extra.

                Al hilo de ello, se me ocurría que hay más nombres propios que nos conducen directamente a un estereotipo de persona, lo cumplan o no. Otro de los más utilizados es el de la Maruja, utilizado para referirse, con tintes peyorativos muchas veces, a determinado tipo de mujeres o, más bien, a la caricatura de determinado tipo de mujeres. Cuando se define a alguien como una Maruja, se alude a su interés por el cotilleo y por los temas domésticos, y además se le suele representar con bata, rulos y pantuflas. Incluso se ha llegado a construir un verbo que parte de ahí, marujear, admitido por la Real Academia, que lo define como “hacer lo que considera propia de marujas y marujos”. Por su parte, el Diccionario define “maruja”, advirtiendo que es coloquial y despectivo, como “mujer que se dedica solo a las tareas domésticas y a la que suele asociarse ciertos tópicos como el chismorreo, la dependencia excesiva a la televisión, etc”. Eso sí, la RAE también pretende ser inclusiva cuando admite “marujo” como “hombre que actúa como maruja”. Pero, pese a eso, no podemos negar que la mala fama nos la llevamos, una vez más, nosotras.

                Junto a la “maruja”, hay otro nombre que también ha tomado carta de naturaleza como estereotipo en contraposición a ella. Se trata de la “mari” que, curiosamente -o no- proviene del mismo nombre propio, María. La mari suele ser cursi, remilgada y con un toque de ingenuidad que raya con la ignorancia. La Rae, sin embargo, remite directamente la “maruja”. Y, por cierto, aquí ya no hay versión masculina.

                Parecidas a las “maris” están las “maripilis” o las “maripuris”, algo así como sus hermanas no reconocidas, ya que ahí ya la Rae no nos dice nada. Pero seguro que cualquiera ha oído emplear ese término, y no precisamente para alabar a nadie.

                Al otro lado del espectro, tenemos las “pititas”, “cuchitas” y demás diminutivos femeninos que, generalmente, se relacionan con cierta aristocracia rancia y más bien propia de otro tiempo, aunque el estereotipo persista. Quizás a lo que más se acerca es a lo que se considera “pija” que, también según la Rae, y también considerándolo despectivo, es quien “en su vestuario, modales, lenguaje, etcétera, manifiesta afectadamente gustos propios de una clase social adinerada” O sea, lo contrario de la “Charo”, aunque en este caso sí existe el prototipo masculino y femenino.

                Y, para estereotipo de pijo en masculino, me quedo con el “borjamari” que, aunque no lo recoja el diccionario, está comúnmente admitido, para desgracia de quienes ostentan el patronímico de San Francisco de Borja, que es de donde viene la cosa.

                Aunque en este sentido, cada día cobra más fuerza un nombre como estereotipo masculino, el “cayetano” que tampoco viene recogido en el diccionario pero que se usa ampliamente en medios de comunicación como referencia a determinado tipo de pijos que, además, hacen ostentación de una tendencia política concreta, y suelen adornarse con pulseras, gorras y hasta a modo de con la bandera de España que, aunque sea de todos, consideran como propiedad casi exclusiva.

                Seguro que se os ocurren más ejemplos de nombres que se han convertido en estereotipos, además del ya citado de Lolita.

                Así que emplazo a quien me lea a que me diga alguna más, por si este estreno tiene segunda parte. Por si acaso, no me olvido del aplauso que es esta vez, para la amiga que me inspiró la idea.

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