Catástrofe: consternación y tristeza


Son muchas las películas que hemos visto sobre catástrofes y desastres, naturales o no. Algunas, basadas en hechos reales como Titanic, Lo imposible o La sociedad de la nieve; otras, de ficción, como El coloso en llamas o Aeropuerto 77 y sus secuelas. Y eso solo por citar algunas. Pero, como reza el dicho, la realidad siempre supera la ficción, y además es cruel y tozuda para demostrárnoslo. Y eso es justamente lo que acaba de pasar en mi tierra.

En nuestro teatro, pasada ya una semana de la maldita Dana que ha asolado muchos pueblos de Valencia -y algún otro más en Catilla La Mancha- seguimos notando las consecuencias. Tanto en el trabajo como en la moral, que anda más que baja, porque la cosa no es para menos.

Pero empecemos por el principio y por lo mas importante. Las vidas humanas perdidas. En estos momentos las personas fallecidas superan los dos centenares y las desaparecidas superan el millar. Con los muertos no cabe otra cosa que llorarles, pero respecto de las personas desaparecidas siempre cabe la esperanza de que hayan aparecido con vida antes o después de que alguien las echara en falta o no pudiera contactar con ellas, algo muy habitual en estas tragedias, Crucemos los dedos para que así sea,

Y hoy, más que nunca, hay que valorar el trabajo de los médicos forenses y de todas las personas que intervienen en el triste proceso que va desde la autopsia a la identificación de las personas fallecidas. Una labor tan dura como necesaria, en la que están dejándose la piel estos profesionales como la copa de un pino. Para ellos va, en primer lugar, mi homenaje.

Pero la desgracia no se acaba aquí. Los cuantiosos daños materiales han de ser tasados, sopesado, valorados y, en la medida de lo posible, indemnizados. Y para ello también hay otro grupo de profesionales trabajando sin descanso. Para ellos y ellas va también mi reconocimiento.

Y, por supuesto, el reconocimiento total para todos los profesionales de las emergencias que están dando el callo allá donde pueden hacerlo, burocracia mediante. Aunque, si alguien se merece reconocimientos, son todas las voluntarias y voluntarios que, escoba y pala en ristre, se han ido a echar una mano allá donde podían, dando una lección de solidaridad y humanidad de las que no se olvidan. La mayoría, muy jóvenes, para que luego se metan con nuestra juventud. Y es que si no lo digo reviento. Y tampoco es plan, que no está la cosa para bromas.

Pero, como nuestro escenario es Toguilandia, hay que hacer referencia a las implicaciones que esta catástrofe tiene en nuestra actividad. Por de pronto, han suspendido los plazos, porque solo faltaba que, tal como está el patio, alguien tuviera que preocuparse porque se le pasaba alguno, cuando hay quienes no tienen ni luz para comunicar. Y tampoco habría derecho a que un ciudadano o ciudadana se quedara privado de ejercitar un derecho por culpa del vencimiento de un plazo en esta situación.

Luego está lo de la suspensión de vistas y declaraciones, que todavía me tiene hablando sola. Y no por las que se han suspendido, sino por las que no se han suspendido. Es obvio que en pueblos devastados donde puede que ni el Juzgado quede el pie, o que no exista la carretera que conducía hasta él, se suspendan. Pero en el resto y, particularmente en la capital, donde se ventilan procedimientos que afectan a toda la provincia, tal vez debería haberse planteado. Porque bien está que se suspenda si alguien no puede ir -faltaría más- pero tal vez debería haberse hecho antes. Porque claro, si alguien se encuentra con ese papelito en que un juez le apercibe de que si no acude le deparará el perjuicio correspondiente, es razonable que intente llegar por cualquier medio. Aunque otras autoridades, las administrativas, hayan dicho hasta la saciedad que no usemos las carreteras si no es indispensable para no dificultar las labores de desescombro y búsqueda de desaparecidos. Pero igual es cosa mía.

Y, por supuesto, no podemos olvidarnos de quienes no pueden acudir a trabajar porque las circunstancias se lo hacen imposible. Y ahí, sin perjuicio de lo que se ha acordado referente a que no tendrán obligación de acudir al puesto de trabajo, y no perderán retribución ni se le computará como permiso -solo faltaría eso- echo en falta la segunda parte, esto es ¿Quién cubrirá esas bajas? Porque echar mano de la buena voluntad de os compañeros y compañeras no basta, en una administración de justicia con una falta de medios personales de órdago. Así que ahí lo dejo, por si alguien quiere darle una vuelta al tema.

Y, para acabar, como dice el refrán, a perro flaco todos son pulgas, y por si no había suficiente nos incrementan el trabajo con los pillajes, de un lado, y con los disturbios -por llamarlos de un modo fino- de otro. Lo que nos faltaba.

Pero ahí seguiremos, como siempre. Porque la Justicia es un servicio público y es lo que toca. Pero no podía dejar de expresar mi dolor por las víctimas y mi admiración por quienes trabajan a destajo en todos los frentes para que salgamos de esto, como siempre hemos hecho. Para todos ellos el aplauso largo y la ovación cerrada. Junto con el agradecimiento, una vez más, para @madebycarol, autora de la ilustración que precede -y embellece- este texto

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