Lenguas viperinas: la bulocracia


              La lengua puede ser una de las armas más peligrosas que hay. Lo vivimos en nuestra realidad y se vive en las pantallas, donde títulos donde La calumnia nos muestras lo peligroso que es un bulo que se hace grande. La versión cinematográfica del “injuria que algo queda” de nuestro refranero popular.

              En nuestro teatro, la lengua no solo puede ser un arma poderosa, sino que es nuestro principal instrumento de trabajo, y ella la convierte en la reina. Con todo lo que de bueno y de malo puedo traer.

              Por eso hay que tener mucho cuidado con las lenguas viperinas. Porque es cierto que hay más de uno y de una que si se mordieran la lengua se envenenarían. Aunque no suele ser el caso porque andan con más cuidado que nadie, por algo son quienes mejor manean la mentira y la bulocracia.

              Por un lado, no podemos perder de vista que en nuestro teatro, insultar y calumniar es delictivo. Aunque, desde 2015, no lo es siempre, porque con la desaparición de los juicios de faltas y su cambio por los delitos leves, se acabó con la antigua falta de injurias, que copaba el 90 por cien de los delitos de este tipo. Porque ha de tratarse de un insulto muy gordo y hecho en unas circunstancias muy especiales para que pueda considerarse delito menos grave, y no entenderse que se incardinaría en la falta, hoy destipificada. Que, además, necesita de querella para poder ser perseguido. Aunque hay excepciones, como siempre, que son en este caso las injurias en el ámbito de la violencia doméstica y de género, que son punibles aunque sean leves, pero sí necesitan denuncia, y las injurias a funcionarios públicos por hechos cometidos en su cargo, que son perseguibles de oficio. Ya se sabe que en Toguilandia siempre nos gusta complicarnos la vida.

              De ora parte, no podemos olvidar el bulolegalismo que cada vez padecemos más, y al que ya dedicamos sus correspondientes estrenos.  Creencias populares de determinadas cosas en Derecho que, o no existen, o existen pero de otro modo. Cosas como que a partir de los 70 años se es absolutamente impune y hay manga ancha delincuencial. Cuando lo que ocurre en realidad es que, de proceder la prisión, la persona es clasificada directamente en tercer grado, y eso si se trata de cumplimiento, porque la prisión preventiva la pueden cumplir sin ninguna limitación. O el de que hasta los 3 años la custodia de los hijos e hijas es siempre de la madre, cuando nos hay ninguna norma que así lo establezca y hay que estar al caso concreto. Aunque tal vez mi preferido es el “te pongo un alejamiento” con el que algunas personas se amenazan, incluso en los platós de televisión, respecto al cual hay que aclarar, una vez más, dos cosas: que el alejamiento lo establece la autoridad judicial, y que no es automático, sino que se determina o no según las circunstancias de cada caso.

              Pero ¿qué es lo que pasa cuando un bulo se extiende hasta descontrolarse? Pues eso, que es casi imposible revertir la situación, aunque se demuestre que lo que se extendió era falso. Pensemos, sin ir más lejos, en el momento en que a algún profesional se le cuelga un sambenito, particularmente el de ser una persona “conflictiva” o “problemática”. Por más que se demuestre que no es así, incluso aunque se aclare que el problema nunca lo causó esa persona sino otra, todo el mundo la recibe con las alarmas puestas Por si las moscas. Y, si en vez de tratarse de un bulo de esta índole, sino que tiene algo que ver con la comisión de un delito, el “injuria que algo queda…” apaga la presunción de inocencia en corrillos y maledicencias, por más que la ley diga lo que diga. Y eso que somos juristas…

              No obstante, la burocracia más peligrosa es la que pasa de los mentideros a los procesos judiciales. La prensa, con su instantaneidad de hoy en día, y las redes sociales, facilitan que cualquiera que disponga de una información, verdadera o falsa, contrastada o no, pueda usarla ante los tribunales en forma de querella o denuncia que, en cualquier caso, produce un daño irreparable. No podemos convertir Toguilandia en un Sálvame toguitaconado de emisión continua. Porque el peligro nos puede rondar a cualquiera.

              Y es que a mi me preocupa cada día más que las páginas de política de los periódicos no se distingan de las de tribunales, y viceversa. Porque tan mala es la judicialización de la política como la politización de la justicia. Y viceversa.

              Y, como diría Mayra , de la que ahora nos acordamos especialmente, hasta aquí puedo leer. Solo me queda el aplauso. Y lo reservo para todas aquellas personas que se dan un tiempo para pensar antes de decir lo que les viene a la boca. O de escribirlo, que aún es más peligroso

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