
Se puede conocer y reconocer a alguien. Y se puede reconocer a alguien que ya se conocía o a alguien a quine se vio por primera ver. En eso consiste la Identificación, como la película del mismo título, u otras como Identidad o No identificado. Y, por supuesto, Reconocimiento. Porque no siempre se puede permanecer en el anonimato.
En nuestro teatro hay varias formas de reconocer al presunto autor de unos hechos delictivos. En ello consiste una de las pruebas fundamentales en nuestro Derecho. Y de ello va a tratar el estreno de hoy.
Como decía, es importante identificar a las personas. Por eso, cuando empieza un juicio o una declaración se le hacen una serie de preguntas, las generales de la ley, a las que ya dedicamos una función.
Sin embargo, esa batería de preguntas se les hacen a los testigos. Cuando de un investigado, sospechoso, acusado o procesado se trata, dado que puede acogerse a su derecho a no declarar, puede no contestar nada. Podría, incluso, decirnos una sarta de mentiras porque en nuestro Derecho los investigados no prestan juramento y, obviamente, no pueden cometer delito de perjurio. Ya lo he dicho muchas veces, las películas americanas son una cosa y la realidad del Derecho español, otra. Podría decir que por suerte o por desgracia, pero me inclino por la suerte, porque es preferible el garantismo patrio, por aburrido que resulte, que la espectacularidad americana.
Pero de lo que hoy se trata es de hablar de las pruebas encaminadas a identificar al presunto autor. Entre ellas, la rueda de reconocimiento es la prueba reina, aunque no es la única. Algo que no siempre se entiende.
Me explico. Si alguien pone una denuncia porque le ha atracado, y hay un sospechoso -o varios- de la comisión de los hechos, se practica una prueba llamada rueda de reconocimiento, consistente en que, previa colocación en las circunstancias adecuadas y respetando sus derechos y la intimidad de la víctima, esta reconoce -o no- al autor de los hechos. Normalmente, se le pregunta además si lo hace con toda seguridad y se practica una segunda rueda cambiando de posición a quienes la integran.
Respecto de los integrantes de las ruedas, además del sospechoso, han de ser forzosamente personas que tengan unas características físicas similares, Es decir, que si el sospechoso es de baja estatura, no pueden ponerse en la rueda personas con talla de jugador de la NBA, y si es calvo, sería improcedente colocar a melenudos recalcitrantes -salvo que llevara peluca, claro-. Parece una perogrullada, pero así es.
El reconocimiento en rueda suele ser algo así como la prueba del 9 de la multiplicación, es decir, poco menos que irrefutable. Pero hay veces en que no es necesaria. Imaginemos que la víctima ya identifica al autor, bien por su nombre o bien por la relación que le une a él. Es lo que ocurre en los casos de Violencia de género, y también en la violencia doméstica. Si la víctima dice que quine le pegó fue su marido o su padre, para nada serviría una rueda de reconocimiento. Blanco y en botella ¿no?
Pues bien, retomando los dos ejemplos anteriores, en el del atraco, nadie duda de que existe suficiente prueba, porque hay una declaración de la víctima y un reconocimiento en rueda y, en cambio, en el caso de la violencia de género, hay gente empeñada en repetir eso de que no hay prueba, por mas que exista el testimonio de la víctima igualmente y no se haya practicado rueda de reconocimiento por ser innecesaria.
La práctica de esta prueba ha dado lugar a numerosas anécdotas, algunas de ellas muy jugosas. Una de ellas la contaba en el post dedicado a los ascensores, el caso de una victima que reconocía a su agresor no tanto por serlo sino por haber compartido ascensor minutos antes.
En cuanto sus integrantes, a veces cuesta encontrar personas con similitud física, sobre todo si el sospechoso tiene un aspecto que se salga de lo común. Había un funcionario al que siempre se recurría a esos menesteres. Hasta que un día fue reconocido y, aunque luego resultó ser un error, se llevó tal susto que no volvió a ofrecerse.
Por lo que afecta a la manera de practicarse, nunca me olvidaré de lo que hacían en un juzgado de mi primer destino. Como no tenían instalación apropiada, improvisaban un medio, el de utilizar un cartón con un agujero para mirar, y colocar a los integrantes de la rueda al otro lado del cristal de una puerta. Ingenio contra carencia de medios. Lo malo es que la solución improvisada fue bastante duradera en el tiempo.
Y como olvidar un caso que me contaron en la escuela Judicial, que aun no sé si es leyenda urbana o responde a la verdad. Se trataba de un reconocimiento de penes, porque el presunto culpable tenía, al parecer, un tatuaje en salva sea la parte que la víctima reconoció, además, sin dudas.
Lo que es incierto es algo que a veces empelamos como broma, y que puede que alguien haya creído. Se trata de decir que todos los integrantes de la rueda iban a cabeza descubierta y el autor con casco, “para que resulte inconfundible”. Es ovio que es un chascarrillo, pero lo cuento por si algún incauto lo creyó y se corre la voz, que nunca se sabe.
Y con esto, bajo el telón por hoy. El aplauso lo dedico, sin necesidad de rueda alguna, a todos aquellos que reconozco como lectores y lectoras. Gracias por estar ahí