
La labor de inspeccionar existe en muchos ámbitos. No obstante, en el cine, cuando se habla de Inspección, se piensa automáticas en esos Inspectores que no ejercen propiamente esa función, sino una más relacionada con el crimen, tanto en clave amable, como el Inspector Gadget o el Inspector Clousseau de La Pantera Rosa, como en otras más formales como El inspector, Llamar a un inspector o El inspector general. Y es que, de uno u otro modo, inspeccionan.
En nuestro teatro, la referencia a la inspección tiene varios matices. Contamos, de un lado, con los inspectores de policía que son un apoyo fundamental de nuestras actuaciones en el ámbito penal, y, de otra parte, tenemos los servicios de inspección del Consejo General del Poder Judicial y de la Fiscalía, que es a las que vamos a dedicar este estreno. Algo desconocido por quienes no habitan Toguilandia, y también por muchos de sus habitantes.
Cuando se habla de Inspección, siempre evoco algo que nos pasaba en el colegio, allá por los tempos de mi más tierna infancia. Recuerdo que cuando nos avisaban que iban a venir los inspectores -no inspectoras, no por usar el masculino genérico sino porque siempre eran hombres- nos poníamos a temblar. Como si tuviéramos algo que ocultar, vaya. Y durante los días anteriores nos poníamos manos a la obra con el papel de lija para dejar los pupitres como los chorros del oro.
Pues bien, esa sensación de temor ante quien vaya a inspeccionar mis cuadernos del cole, es la que sigo experimentando cada vez que nos anuncian que viene la inspección. Como si no hubiera pasado el tiempo, por muy diferentes que sean las circunstancias.
A lo largo de mi vida toguitaconada he vivido varias inspecciones, tanto directamente cuando se hacen a fiscalía, como indirectamente, cuando lo inspeccionado es el Juzgado al que estoy adscrita. Y, aunque mi experiencia es buena, sigo sin desprenderme de encima de esa sensación mezcla de temor e incertidumbre de mis tiempos de pupitre y papel de lija. Debe ser alguno de esos traumas infantiles que harías las delicias de cualquier profesional de la psicología.
Para quien no lo sepa, tanto la Fiscalía como la Judicatura tienen sus propios servicios de inspección, y todos los órganos judiciales son inspeccionados con una cierta periodicidad, aunque nunca se sabe cuándo, y en ocasiones especiales por alguna causa justificada, que puede ser negativa, como sospechas de mal funcionamiento de un órgano, como de otro tipo, como ocurre en fiscalía cada vez que acaba el mandato de un fiscal jefe -o fiscal jefa-, especialmente si pretende la renovación. Como de muestra vale un botón, contaré que ahora mismo acabo de vivir una inspección del juzgado al que estoy adscrita de esas que se hacen de vez en cuando sin ninguna razón especial, y otra en mi Fiscalía porque el plazo de la jefatura está próximo a expirar.
Pero no todas las inspecciones vienen de lo más alto. Aunque tanto la Fiscalía como el Poder Judicial tienen su propio servicio de Inspección, también ejercen funciones inspectoras los órganos superiores de la Comunidad Autónoma, esto es, la Fiscalía Superior y el Tribunal Superior de Justicia, respectivamente, que también hacen inspecciones a los órganos de su jurisdicción por las mismas razones y tiempos que se han comentado antes.
¿Y qué hace la Inspección? Pues visar y revisar todo, y comprobar si las cosas están en orden, o hay algún problema, Y, si lo hay, si se debe a algo que hagamos, o que no hagamos o se debe a algo que tengamos o no tengamos y no dependa de nosotros, fundamentalmente medios personales y materiales.
Para realizar su función piden informes previos, revisan antes el sistema informático -si se deja- para saber si hay algún procedimiento especialmente retrasado, próximo a prescribir o con cualquier otra característica que merezca una atención especial, y, por lo demás, nos piden expedientes -o carpetillas en el caso de la fiscalía- aleatoriamente. Y miran, remiran y vuelven a mirar, como beben los peces en el río del villancico o poco menos. Y cuando acaban, emiten un informe. Dice la leyenda que quienes encabezan los respectivos órganos inspeccionados mantienen la respiración hasta que el informe llega hasta el punto de que, si viniera un inspector del libro Guinness , habría registrado ya varios récords de apnea, pero no lo he comprobado fehacientemente. Aunque no me extrañaría.
El informe es el colofón de la inspección. Puede ser favorable o desfavorable, aunque, generalmente, por favorable que sea, siempre pone algunos matices a mejorar para recordarnos que, como decían en Con faldas y a lo loco -aquí, con togas y a lo loco– nadie es perfecto.
Lo malo viene, como no se le escapará a nadie, cuando el informe es desfavorable. Y ahí si que hay que atarse los machos, porque puede acabar, incluso, en un expediente disciplinario, con todo lo que eso supone. Pasa poco, por suerte, pero pasa.
Y con esto, bajamos el telón por hoy. El aplauso se lo daré a los inspectores e inspectoras, que ahora, a diferencia de mis tiempos de colegio, sí las hay. Porque lo merecen y porque no vaya a ser que lean este post y me pongan una mala nota, Más vale prevenir que curar.