
En las relaciones entre las personas no siempre somos capaces de ser todo lo agradables que debiéramos. Más de una vez la educación brilla por su ausencia, y así nos va. Si siguiéramos, como sugiere el título de una película y su novela homónima, las Normas de cortesía, otro gallo nos cantaría. Porque, como dice el refrán, lo cortés no quita lo valiente.
En nuestro teatro, la cortesía está presente, aunque menos veces de lo que debería estar. El estrés de la profesión, los plazos, el colapso, y esas historias tan duras que forman parte de nuestro mundo hacen que más de una vez presenciemos salidas de tiesto que no vienen a cuento. Y es que la paciencia es una gran virtud, pero hubo quien hizo pellas el día que la repartían. Estoy segura.
En realidad, este estreno es, como sugiere el título, una deuda que contraje el otro día con dos abogadas, corteses y amables además de buenas profesionales. Y, medio en broma medio en serio, surgió la idea de este post, y aquí está el resultado.
Los hechos fueron los siguientes. Nos encontrábamos en una sesión de juicios que, por esas razones que nadie se espera pero que tantas veces ocurren, arrastraba un retraso considerable. El señalamiento estaba bien hecho, calculando los tiempos, todo el mundo fue puntual y ninguna circunstancia extraordinaria podía hacer prever que la cosa se retrasase, pero cada juico duró más de lo que habíamos previsto que durara -informes que se alargan, citación de testigos en el acto de la vista- y al final se arrastraba un retardo de padre y muy señor mío. Y aquí llegamos al momento que protagoniza la historia.
Quedaban dos juicios, uno de ellos se preveía largo, y era sin intervención del Ministerio Fiscal. El último era en rebeldía, es decir, que duraría muy poco tiempo. Yo le planteé a la jueza si podía adelantarse ese y ella, obviamente, me dijo que habría que ver qué decían las partes del anterior, que estaban en su derecho a que el suyo fuera antes, por largo que fuera. En mi descargo, añadiré que la demandante, a la vez que víctima -hablo de un Juzgado de Violencia sobre la Mujer- también tendría que esperar mucho tiempo para que luego su juicio durara apenas unos minutos. Así que planteamos la cuestión a las abogadas del juicio presuntamente largo.
¿Y que pensaríais que dijeron? Pues eso, que ningún problema, que lo entendían. Con mi mejor sonrisa, les dije que las tendría presentes en mis oraciones. Y una de ellas, con una sonrisa todavía mejor que la mía, dijo que se conformaba con que le dedicara un post. Y la verdad, no solo me hizo mucha gracia, sino también mucha ilusión. Que mis reflexiones toguitaconadas den lugar a estos detalles tan simpáticos es un buen incentivo para seguir sentándome de cara al ordenador dos veces por semana.
En honor a la verdad, no es la primera ni espero que la única vez que me pasa algo así. Y en este caso he sido el sujeto pasivo de la cortesía, pero en otros trato de ser el sujeto activo, y tampoco tendría ningún inconveniente en ceder mi turno en el caso contrario. Pero no está de más decirlo. En este mundo tan polarizado, en que, por menos de nada, si le preguntas a alguien que cómo está, te contesta con un “pues anda que tú” tenemos que fomentar la armonía. Si no queremos hacer ricas a las farmacéuticas fabricantes de tranquilizantes y ansiolíticos, que ya ganan bastante.
Comentaba el otro día una buena amiga en twitter -perdón, X- que este mundo necesita más “buenos días” y gracias” y menos tensión. Y tenía toda la razón. Ese mismo día, la empleada de la gasolinera donde reposté me deseó un buen día y empujó al karma para que lo tuviera, lo aseguro.
Es un ejercicio fácil y barato. Y, además, según dice quien sabe, muscularmente cuesta más un gesto de enfado que una sonrisa Así que ¿por qué no lo ponemos en práctica desde ya? ¿por qué nos empeñamos en contar los pasos que damos cada día y no las frases amables? Así que, señoras y señores inventores, ingenien un sonrisómetro. Y a ver si alguna influencer lo pone de moda. En Toguilandia y fuera de ella.
Y con esto me despido por hoy. Ojalá este estreno sirva para que ejercitemos más la cortesía. Si es así, mi aplauso para quien la ponga en práctica. De lo contrario, hoy no tiraré tomates para no ser descortés. Pero nunca se sabe lo que pueda hacer mañana.