Bulolegalismo III: más Derecho


              Engañar no es buena cosa, aunque a veces sí es rentable. Y, como pasa siempre, el cine se hace eco de ello con películas como El precio del engaño, Cita con el engaño o El engaño, mismamente. Y eso sin contar con los caos en que el engaño se convierte en estafa y da lugar a historias como La tonta del bote.

              En nuestro teatro el engaño tiene distintas manifestaciones una de las cuales es aquella a la que hemos dedicado dos estrenos ya: el bulolegalismo, tano en su vertiente relacionada con el Derecho Penal como con el Derecho Civil. Pero, como no son los dos únicos campos del Derecho, quedaba una tercera parte dedicada a otros ámbitos jurídicos. Que ya se sabe que no hay dos sin tres.

              Así que vamos al lío con esos bulos que no sabemos de donde vienen pero hay gente que defiende como si estuvieran escritas en piedra. Uno de ellos, tan incierto como injusto, es el de que la abogacía de pago es mucho mejor que el turno de oficio . Hay, incluso, quien insiste en que alguien no tiene derecho de defensa por no tener dinero. De hecho, me encontrado más de una vez con detenidos que protestaban exigiendo que vinieran “sus abogados” -otra leyenda urbana, como si tuviéramos un equipo a nuestra disposición- que son “de verdad” y no como esta que me ha tocado. También es verdad que ese supuesto equipo hay ocasiones que no llega nunca…por la sencilla razón de que no existe más allá de la imaginación del que lo reclama.

              Otro bulo que me hace mucha gracia es el que insiste en que la bolsa que alguien porta no pude ser registrada porque es una extensión del domicilio y está protegida por su inviolabilidad. Como si no tuviéramos que enseñar su contenido en lugares tan comunes como supermercados, aeropuertos o hasta para entrar en un museo. Una interpretación un tanto pintoresca de lo de “la bolsa o la vida” de las pelis de vaqueros.

              Tampoco es una extensión de nada el DNI, y aunque no sé de donde sale, sí sé hacia donde va ese bulo según el cual no nos lo pueden coger mientras lo llevemos en la mano. Faltaría más. Igual viene de ahí eso de “llevar el DNI en la boca” que tantas veces he escuchado.

              Parecido a esto es lo del derecho de admisión que, desde luego, no puede ser derecho a la exclusión. Uno puede determinar que no entre alguien en su local, o que se le expulse, si escandaliza, arma follón o se comporta de modo incorrecto; también puede, con los permisos oportunos, limitar la entrada una determinada edad, pero lo que no pude es decidir, de modo arbitrario, que no entren personas conculcando el derecho de igualdad el que habla la Constitución. Un local nunca puede prohibir la entrada a quienes practiquen determinada religión, pertenezcan a alguna etnia o cualquier otra circunstancia similar. Es más, en ese caso incurrirían en un delito de odio específico, el de negar a alguien la prestación de una actividad por esas razones. Hay, incluso, quien habla creyéndose dueño de la verdad absoluta, de que hay leyes antiblancos, antihombres o antiheteros. Y lo peor es que hay quien les cree.

              Otra creencia curiosa es la de que, si eres víctima de una clonación de tarjeta, te paga todo el seguro del Banco de España. Así que aviso a navegantes por si creían que así hay negocio, que nada de nada.

              También hay determinadas prácticas que aconsejan cuñados y no son nada buen consejo, como la de no coger las notificaciones que llegan a casa porque así no consta notificado. La Administración tiene sistemas de notificación para cuando pasa eso, porque de lo contrario irían aviados. Y hablando de administración, tampoco es cierto ese bulolegalismo de que el silencio administrativo siempre es positivo. Lo del que calla otorga lo dice el refranero, pero no siempre el Derecho.

              Hablando de esto, hay otra leyenda urbano-jurídica a propósito de las vacunas que cobró especial importancia en tiempos de COVID. Las vacunas, ni la del COVID ni ninguna, son obligatorias. Son recomendables e incluso pueden dar lugar a que no se permita la entrada a alguien en determinados lugares, como le ocurrió a un conocido tenista, pero no se puede obligar a ponérselas a nadie. Allá cada cual con las consecuencias.

              Y tampoco está prohibido que los menores de 12 años anden solos por la calle, aunque no sea tampoco recomendable que lo hagan a determinada edad. Una cosa es que un niño no pueda quedar abandonado a su suerte en la vía pública, y otra muy distinta que no pueda ir a comprar el pan a la panadería de la esquina.

              En cuanto a jueces, juezas y detenidos, también hay unos cuantos bulolegalismos que merecen mención. Uno de ellos, que me encantaría si no me cabreara profundamente, es que jueces y fiscales son amigos siempre y uno hace lo que el otro dice -no digo cual por no herir susceptibilidades- Lamento contradecir a más de uno, pero nos regimos por el imperio de la ley. Que somos personas muy aburridas y previsibles, vaya.

              Y dejo para el final mi preferido, que dice nada más y nada menos que si en un espectáculo hay más intérpretes que personas en el público, la función debe suspenderse. Que no sé de donde sale, pero si sé donde no sale, en el BOE. Y puedo dar fe de alguna presentación de libro con un solo asistente en que el autor, con toda amabilidad y profesionalidad del mundo, dedicó su obra y si disertación al único asistente que, por cierto, quedó encantado. Pero como bulolegalismo, es de lo mejorcito

              Y hasta aquí el estreno de hoy, la tercera parte de esta saga El aplauso se lo doy a quienes hicieron todas estas aportaciones. Mil gracias una vez más. Y la ovación extra, de nuevo, para @madebycarol, de quien he tomado prestada la ilustración. Que haría yo sin ella

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