
Es llegar el verano y la televisión se llena de concursos y programas “refrescantes”, además de emitir por enésima ver Verano azul, Faltaría más. Atrás quedaron las Mamá Chicho, las Caco Maravillao y todos aquellos engendros en que un personaje pintoresco nos hablaba desde un jacuzzi, y también parecen haber perdido fuelle las galas musicales donde la canción del verano erala estrella. Pero el Gran Prix sigue, inasequible al desaliento.
En nuestro teatro no tenemos tiempo para muchos juegos. Pero confieso que, cuando el otro día veía una de las entregas del Gran Prix, se me ocurrió pensar en qué pasaría si nos planteáramos algo así en Toguilandia. O, mejor aún, me imaginé qué pruebas siente que tiene que pasar cualquier persona que nunca se haya visto en estas para que se conozca de su caso, sea el que sea.
Para empezar, y a salvo de que ninguna asociación me denuncie como le pasó a una presentadora que mostró una estampita con la vaca del Gran Prix, empezaremos con la mascota. Y en nuestro teatro llamaremos a la vaquilla Justicieta, la que se mueve mucho para para quieta. Haciendo con ello un guiño a esas cosas que pasan en nuestro mundo, que nos meten muchas reformas pero no consiguen que la Justicia deje de ser lenta y con pocos medios.
Por supuesto, en vez de pingüipatos, ardillas o perritos pilotos, en Toguilandia seremos toguitaconditos, que para eso me invento yo el juego . Faltaría más.
Para empezar, el ciudadano o ciudadana que pretende que sele haga Justicia, con mayúsculas, tiene que saber a donde ir. Y nada mejor que una buena gincana con varias pruebas para conseguirlo. El premio es, sin duda, la interposición de la demanda o denuncia. Así que empecemos.
Imaginemos que nuestro concursante quiere resolver un tema relativo a la guardia y custodia de su hija y no sabe cómo hacerlo ni tiene dinero para consultar a un abogado. Puede que, llevado de la creencia general, se vaya al Juzgado de guardia, porque mucha gente piensa que por ahí entra todo. Por supuesto, le sacarán una tarjeta roja y le mandarán a la casilla de salida. Si hay alguien que se apiade de su alma, le enviará a la caseta de información, donde puede empezar su gincana. Ahí podrá rellenar los papeles relativos a la justicia gratuita, y cruzarlos dedos para que se la concedan, momento en el que empieza la siguiente fase de la ginkana, consulta con la abogada o abogado, presentación de la demanda y juicio, incluida posibilidad de medidas cautelares. Sin saber nunca cuánto tiempo va a haber entre prueba y prueba, por supuesto. Y, después de todo esto, la sentencia puede parecer que es el premio pero ojo, que como vía de recurso se anule, hay que volver a empezar la ginkana. No iba a ser tan fácil.
Si se trata de una acción penal, las cosas son parecidas, aunque ahí sí que vale la denuncia en el Juzgado de Guardia, aunque siempre le pueden decir que es mejor que vaya a comisaría y da un paso atrás, o a fiscalía, y un paso adelante. Como si fuera de oca a oca.. Pero, una vez pasada esa pantalla, lo que ocurre con la sentencia es igual que en el caso anterior, incluida la posibilidad de volver a repetirlo todo.
¿Y cómo se sienten mientras quienes intervienen como profesionales? Pues el otro día, viendo el concurso, lo descubrí. Muchas veces es como si tuviéramos que atraviesa esos troncos locos para conseguir llevar el salmón a la otra orilla. Los troncos serían, sin duda, el sistema informático, la dificultad de encontrar al cliente, la accesibilidad o no del personal del juzgado, la admisión de las pruebas, la declaración de los testigos. Y, como una de esas pruebas que tienen doble valor, la incertidumbre de lo que pueda decir el investigado, para el caso de procesos penales, si hace uso del derecho a la última palabra.
También tenemos nuestra patata caliente. Que, en este caso, no son preguntas y respuestas, sino los sucesivos trámites procesales que hay que ir pasando, donde la pelota va de un tejado a otro hasta que a alguien le explota. Y es cuando la otra parte gana. Aunque en Toguilandia ninguna victoria es completa.
Y acabemos con los bolos. Nuestro propio juego de bolos consistiría en los diferentes casos que se llevan. Se tira el bolo, y se logra una resolución favorable, o no se consigue y nos comemos los mocos. Y eso una y otra vez. Con premio gordo para el asunto especialmente difícil, que sería el bolo dorad. Ojalá tengamos buena puntería.
Y hasta aquí esta pequeña distracción veraniega toguitaconada. Espero que os haya entretenido. Si es así, me dais el aplauso. Si no, los tomates, que ahora en verano están bien buenos