
Hay muchas películas y series donde jueces y fiscales son protagonistas. Y es que los asuntos que se ventilan en justicia siempre son muy atractivos, y quienes los protagonizan también tienen su momento de gloria. El juez, La fiscal Chase, Juzgado de guardia y muchas más son buen ejemplo de ello.
En nuestro teatro, gusten o no gusten los estrellatos, cada vez es más frecuente que los profesionales nos veamos bajo los focos mediáticos. Y no siempre es fácil de llevar. O es directamente difícil.
En los últimos tiempos estamos atravesando una fase de protagonismo judicial exacerbado. Los jueces -y las juezas, pero no tanto- se conocen con nombre y apellidos o por el nombre de la causa que están llevando. Se habló en su día de la jueza del metro, como se habla ahora de la jueza de la dana. E igual es cosa mía, pero tengo la sensación que cuando Sus Señorías pertenecen al sexo femenino, cuesta más ponerles nombre que si se trata de varones. Pensemos si no cómo rápidamente se conoció por su apellido al juez que instruye la cusa contra el Fiscal General del Estado, o la que se dirige contra la mujer del actual presidente del Gobierno.
Tal vez sea una excepción el caso de la jueza que conocía de los ERES, cuyo outfit, gafas de sol y troller incluidos, eran objeto de repetidos comentarios, y no siempre jurídicos. Algo que no suele ocurrir cuando de hombres togados hablamos. Pues bien, de ella sí se conocía el nombre y apellidos. Ahí lo dejo.
En cualquier caso, otra de las cosas que resultan, cuanto menos, lamentables, son las insinuaciones, cuando no directamente afirmaciones, de que una jueza no es capaz de dictar una resolución por si misma sin la ayuda de su togado maridito. Y está pasando. No hay más que echar un vistazo a algunas informaciones para darse cuenta. Y para echarse las manos a la cabeza y las gafas moradas a la basura.
Lo peor es que no es la primera ni creo que sea la última. Recuerdo muchos casos de cuestionar a mujeres fiscales o, directamente, de denostarlas, simplemente por la relación de pareja que tienen, como si esa fuera la única razón para llegar adonde hayan llegado en vez de hacerlo por su propios méritos. Y esa es otra cosa que no suele pasar a los hombres.
Pero no siempre estamos en el foco mientras ejercemos nuestro oficio, aunque sea por causa del mismo. Ya conté otra ocasión el delito de odio -ya con condena firme- de que fui víctima y, por desgracia, no es el único caso. También basta con mirar la prensa para saberlo.
En este punto me acuerdo del acoso a que fue sometida un juez por parte de un colega, otro asunto que ha quedado finiquitado a favor de ella, pero nadie le devuelve el tiempo que pasó angustiada y las consecuencias sufridas. Una cara poco agradable de Toguilandia que también es necesario conocer.
Además de todo esto, está el tema de los jueces estrella , los que ya dediqué un estreno. Y de los que, sin ser exactamente estrellas, son mediáticos porque parecen con frecuencia en los medios de comunicación explicando los temas sobre los que les preguntan. Porque hacer pedagogía no está nada mal, sino todo lo contrario. Yo misma trato d hacerlo siempre que puedo, y espero conseguirlo. Aunque haya a quine estas cosas no les gusten y prefieran que sigamos en nuestra torre de marfil
Solo he puesto algunos ejemplos de casos y personas conocidos, pero podríamos seguir con los jueces y fiscales del Procés y con mucho más. Pero por hoy, aquí lo dejo. Eso sí, sin olvidarme del aplauso, que es para todas aquellas personas toguitaconadas que saben donde tienen que estar en cada momento. Espero estar incluida en ese grupo.