#Relato: Celebración


Hoy toca cuento en nuestro teatro

Celebración

            Nada ni nadie se hubiera imaginado, al verle allí, tan solo y tan pensativo, que fuera todo un triunfador. Acababa de meter el gol que daba la vitoria al equipo nacional, un gol que valía el campeonato, y por el que todo el estadio se había vuelto loco. Era el primer título para aquel equipo, humilde pero con una historia ya larga y una legión de seguidores importante. La ciudad se volcó, porque aquello era poner una pica en Flandes. David había vencido a Goliat, y aquel chico solo y pensativo era el que había consumado la gesta. Aunque cualquiera lo diría, al verlo.

            No se había unido a sus compañeros en la celebración. Se había negado a brindar, a mojarse con el cava de la botella que agitaron en el vestuario ni a que le mantearan, como habían pretendido. Solo quería que le dejaran solo. Como habían hecho siempre.

            El había tenido su propia celebración. Una celebración que había estado preparando desde su más tierna infancia, una celebración con la que soñaba cada noche y que se imaginaba cada día. Una celebración que sería su venganza.

            Lo tenía pensado desde la primera vez que sus compañeros del equipo juvenil se burlaron de él, desde que le aislaban en el vestuario, desde aquel día en que le dejaron encerrado y no pudo salir a jugar.  Lo tenía pensado desde que en el primer desplazamiento del equipo en que tuvieron que dormir fuera de casa, amaneció con una palabra escrita con rotulador permanente en su frente. Marica. Habían esperado a que se durmiera para escribir en su frente aquellas seis letras que le marcaron de por vida.

            Se lo contó al entrenador, mientras trataba sin éxito de contener las lágrimas. Aquel pobre hombre no supo qué hacer. Le dijo que le comprendía, pero que de aquella guisa no podía salir al campo. Así que a él le mandó a casa en el primer autobús, mientras el resto del equipo salían al campo como si nada hubiera pasado. Y fue en aquel trayecto donde empezó a imaginar su revancha.

            Quiso cambiar de equipo, pero el entrenador no se lo permitió. Sabía que, además de un buen chico, tenía un talento excepcional para el fútbol, y no podía desperdiciarlo de ninguna de las maneras. Lo protegió como pudo, aunque nunca se enfrentó al resto de chicos, ni a la directiva del club. Simplemente, trataba de estar siempre con él para evitar que aquellos burros se comportaran como lo que eran. Por eso siempre estaba solo en el vestuario, escondido bajo su toalla. Ya hacía tiempo que había admitido no solo que le gustaban las personas de su mismo sexo sino que no debía avergonzarse por ello. Aunque aquellos cenutrios no lo entendieran.

            Y, por fin, llegó su momento. Aquel día, cuando marcaba el gol de la victoria, se levantó la camiseta y recorrió el campo mostrando la palabra de seis letras escrita en su pecho. Marica. Y, después de un primer momento de estupefacción, la gente comenzó a aplaudir y a vitorearlo como jamás habían aplaudido a otro jugador.

            Me contó esta historia cuando le entrevisté, en el mismo vestuario donde seguía escondido bajo su toalla, como siempre había hecho. Estaba fascinada. Nunca pensé que aquel reportaje sobre el equipo local de fútbol, que me asignaron porque era la becaria del periódico y nadie quería perder el domingo, me fuera a dar tantas satisfacciones. Pero cuando vi a aquel chico enseñando con orgullo aquella palabra escrita en su pecho, supe que tenía el reportaje de mi vida. Y no quise perder la oportunidad.

            Me dio la exclusiva de la entrevista por eliminación, más que por elección. Como ninguno de los periodistas deportivos que pugnaban por que les respondiera se había interesado jamás por él, y habían contribuido al ostracismo y las burlas contenidas de que siempre era objeto, solo quedaba yo. Y el encargo de cubrir aquel partido que me tocó porque nadie quiso, fue lo mejor que podía haber pasado. Cuando él me contó su historia, me dejó impresionada. Y cuando comprobé que las seis letras de su pecho estaban tatuadas, todavía más. Había decidido convertir en motivo de orgullo aquello con lo que quisieron avergonzarle.

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