Fantasía: más allá de Disney


            La fantasía es uno de los ingredientes fundamentales en el mundo del arte en general, y en el del cine y el teatro en particular. Fantasía se llama la clásica película de Walt Disney, válida para todos los tiempos y todas las edades, y también conocemos a Los cuatro fantásticos. Incluso había un programa en el prime time de la prehistoria que tenía por nombre Fantástico, presentado, si mal no recuerdo, por el bigotudo José María Iñigo. Aunque quizás unos de los fantásticos más recordados era Kit, El coche fantástico, capaz de hacer absolutamente todo, hasta de hablar y pensar por sí mismo

            En nuestro teatro no vivimos en u mudo de fantasía, precisamente. Más bien todo lo contrario, aunque, dado el uso y abuso que en los últimos tempos se hace de esta palabra, ya me he encontrado a quien ha dicho sin despeinarse que este te juicio es una fantasía”. Verdad verdadera.

            Fantasía, según el diccionario de la Real Academia, es “la facultad que tiene el ánimo de reproducir por medio de imágenes las cosas pasadas o lejanas, de representar las ideales en forma sensible o de idealizar las reales”, según la primera de sus acepciones, o bien “grado superior de la imaginación; la imaginación en cuanto inventa o produce”. De modo que difícilmente un juicio pueda ser una fantasía, como tampoco lo puede ser un acontecimiento o una persona, salvo muy contadas excepciones. Sin embargo, hoy en día la gente utiliza el término para absolutamente todo, sea persona, animal o cosa. E igual que dicen que el juicio fue una fantasía, te dicen que un perro, un gato, o una morcilla de Burgos lo son. Y, por rica que esté la morcilla, difícilmente puede llegar a ser un grado superior de la imaginación  representar un ideal.

            Pero es que a veces, se pone de moda una frase o vocablo y lo empleamos para todo, venga o no venga a cuento. Otro tanto ocurre con otra palabra que, a costa de usarse, ha acabado por horripilarme. Hablo de “espectacular” una suerte de comodín que igual se predica de evento o del talento de una artista, que es lo que corresponde, como se usa para hablar de una paella o una caña de cerveza. Y, cómo no, de un juicio, que también he oído a alguien que lo describía como “espectacular”, a pesar de que, para serlo, tendría que tener caracteres de espectáculo público o ser aparatoso o ostentoso, siguiendo de nuevo al diccionario. Y sí, acepto pulpo como animal de confianza y estoy dispuesta a reconocer que algún que otro proceso mediático asemeja, por desgracia, a un espectáculo público, y además resulta aparatoso -aunque difícilmente ostentoso-, pero no es precisamente lo más recomendable que así sea.

            Pero si hay una palabra cuyo uso y abuso m resulta realmente curioso, por no decir otra cosa, esa es “” bizarro”. Tal adjetivo tal como se ha usado toda la vida, equivale a ser valiente o arriesgado o bien a ser generoso, lúcido o espléndido, continuando echando mano de la RAE. Sin embargo, en los últimos tiempos he visto usarlo, sobre todo por gente joven o en redes sociales como algo curioso, llamativo, grotesco o chulesco, según se trate. Y, a pesar de que he hecho la prueba, preguntándole a uno de sus usuarios por qué quería decir semejante adjetivo, nadie me ha sabido contestar lo correcto. Es más, nade ha sido capaz de contestarme. Y, por si acaso alguien lo piensa, un juicio no puede ser bizarro Y tampoco puede serlo un delincuente, aunque eso o algo parecido sí que lo haya escuchado.

            Son solo algunos ejemplos de esos modismos que se incrustan en cualquier frase vengan o no vengan a cuento. Como la época en que todo el mundo pedía “un poquito de por favor” por contagio con un personaje televisivo o, retrocediendo en el tiempo, decía que eso o aquello era “guay” o, lo que es peor, “guay del Paraguay”. Y la lista se podría incrementar mucha más saludando con un “Hola, Coca Cola” o despidiéndose con un “Hasta luego, Mari Carmen” o “Hasta luego, Lucas”.

            Y, hablando de despedirme, cierro el telón por hoy. Y el aplauso se lo doy, desde luego, a quien es capaz de expresarse sin caer en esas modas que poco o nada aportan. Ahí lo dejo

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