
Pocas cosas tan productivas en el mundo del cine como los crímenes. No hay más que pensar un poco y vienen a nuestra cabeza títulos como Seven, Psicosis, El silencio de los corderos o Crimen perfecto por citar unas pocas. Cuando el crimen además está basado en hechos reales, el atractivo puede ser todavía mayor. No hay más que recordar series como La huella del crimen para constatarlo. Y es que, por alguna razón, al ser humano estos temas le atraen mucho.
En nuestro teatro está, sin duda, el escenario perfecto para conocer de estos hechos, ya que es Toguilandia el lugar donde serán juzgados, si se cumple aquella máxima de las series de mi infancia, “el criminal nunca gana”.
Han sido muchos los juicios mediáticos que hemos visto, sobre todo en los últimos tiempos con el auge, primer, de los medios de comunicación de masas y, más tarde, de Internet y las redes sociales. Todo el mundo sigue minuto resultado lo que sucede dentro y fuera de la sala de vistas en el momento en el que tienen lugar estos, pero, como ocurre casi siempre, la instantaneidad acaba ganando y una nueva noticia suple a la anterior, quedando aquella en el cajón del olvido. Salvo algunos casos.
Hay delitos que ha marcado un antes y un después en nuestras vidas y en nuestra sociedad, y, aunque tal vez sería más justo que se recordaran con el nombre de su autor, que es quine merece el reproche, es el nombre de la víctima el que queda para siempre en el recuerdo.
Quizás una de las víctimas cuyo asesinato haya supuesto un cambio más trascendente es el de Ana Orantes. El hecho de que su marido la quemara viva tras haber salido en televisión contando los malos tratos de que veía siendo víctima durante todo su matrimonio, fue un puntal importantísimo para la redacción y aprobación de nuestra ley de violencia de género.
Esta misma ley se vio obligada a incluir expresamente en su articulado algo que hoy todo el mundo conoce pero que hasta un tiempo no tenía nombre, la violencia vicaria. Una violencia vicaria que no sabíamos cómo se llamaba cuando los niños Rut y José fueron asesinados por su padre, pero que acabó teniendo su nombre y su regulación tras el asesinado de niños y niñas como Martina y Nerea o Anna y Olivia, que ponen cara a todo ese dolor que es la más cruel manifestación de la violencia de género.
Y es que allá donde haya víctimas menores de edad, el impacto en la sociedad se multiplica hasta el infinito. Así lo vivimos en un caso mediático como ninguno, un caso cuyo tratamiento mediático fue, precisamente, la muestra de lo que jamás se debería hacer. Estoy hablando de Miriam, Toñi y Desiré, las Niñas de Alcácer, cuyo recuerdo sigue poniendo los pelos como escarpias.
Ellas no son las únicas menores cuyo asesinato conmovió, por una u otra circunstancia, a todo un país. También el caso de la niña Mari Luz, asesinada cuando iba a por chucherías, o del niño Gabriel Cruz, a quien dio muerte su madrastra, hicieron correr ríos de tinta y horas de televisión
También tuvo gran repercusión, aunque por otras razones, el asesinato de Rocío Wanninkof, que condenó y estigmatizó a quien no era culpable, probablemente influenciada por todo lo que dijeron los medios de comunicación. La sentencia del jurado se anuló y se repitió el juicio, condenando al verdadero culpable pero las consecuencias para quien fue acusada falsamente fueron muy duras.
Otro de los filones mediáticos en cuanto a la información de tribunales se refiere son los delitos sexuales. Lo padecido por la víctima de La manada dio el pistoletazo de salida a una nueva regulación en materia de libertad sexual, y, más recientemente, casos como el de Jennifer Hermoso o Elisa Mouliaa siguen agitando los cimientos de una sociedad que se alerta especialmente cuando el presunto autor es una persona con poder.
No quiero acabar este estreno sin recordar a víctimas de delitos de odio que también se han convertido en hitos, como Lucrecia, la primera mujer reconocida como víctima de un crimen racista, Guillem, el joven asesinado en Montanejos por razón de ideología o Samuel, víctima de un terrible crimen homófobo. Que al menos sus muertes sirvan para avanzar en la luca contra la intolerancia.
Fuera de nuestras fronteras, el nombre Giselle evocará para siempre no sol a la protagonista de un ballet, como hasta ahora, sino también a la mujer digna y valiente que quiso mostrar la imagen que sus violadores, que cometieron los hechos a instancia de su propio marido, no fueron capaces de mostrar, Menuda lección nos dio Giselle
Por todo esto, es obvio que el aplauso es para todas y cada una de estas víctimas Que su sufrimiento y el dolor de sus familias no sea en vano.
Y, una vez más, gracias a @madebycarol por presarme su talento para ilustrar