
Como estamos en verano, y es tiempo de vacaciones, en Con Mi Toga y Mis Tacones también queremos relajar un poco un tono, y hacerlo, cómo no, con un relato. El relato de hoy viene a propósito del aniversario de la muerte de Elvis Presley, el rey del rock, un mes de agosto allá por 1977.
Este relato forma parte del libro dedicado al Rey por el grupo de escritores Generación Bibliocafé, al que pertenezco. Y espero que os guste
Aloha
-Pasajeros del vuelo 2343 con destino Hawái. Última llamada para efectuar el embarque
Tuve dudas hasta el último momento. No sabía si subirme a ese avión no sería una completa locura. Pero, al final, me decidí, más que nada por la ilusión que había puesto mi hermana en aquel regalo.
Me sorprendió con los billetes el día de mi cumpleaños. Yo salía de un momento horrible de mi vida, el final de un matrimonio con el que tuve que acabar para que no acabara con mi vida. El juicio por malos tratos, la reacción de mis hijos y el miedo permanente fueron solo escalones de una caída en picado que aun no sabía donde tenía su final. Pero había que seguir.
Mi hermana quiso recordar un capítulo de mi infancia que yo casi había olvidado. Era el verano de 1977 y mi madre me encontró llorando desconsoladamente en mi cama. Ante sus atónitos ojos, arrojé el cerdito de barro que contenía todos los ahorros de mis siete años. Me miraba sin saber qué hacer
-Se ha muerto -gritaba yo- Se ha muerto
-¿Quién?
-Elvis, el chico de las pelis de Hawái.
-¿Y eso que tiene que ver con tu hucha?
-Yo estaba ahorrando para viajar a esa isla. Quería encontrarme con él y que me cantara una de esas canciones tan bonitas mientras me ponían un collar de flores. Y ahora ya no puede ser. Ya no va a pasar nunca
El disgusto me duró un tiempo, pero nunca olvidé del todo mi hucha de cerdito y lo que significaba. Adoraba aquellas películas un tanto cursis que reponían en la televisión de vez en cuando y estaba enamorada de la cara y la voz y el cuerpo de su protagonista, un Elvis Presley almibarado y relamido que nada tenía que ver con la imagen que proyectaban en televisión tras su muerte. Aquel señor hinchado y con un traje blanco de flecos nada tenía que ver con mi ídolo. Nada de nada.
Cuando pasó lo que pasó con mi marido, mi hermana se desvivió por buscar algo que me ilusionara. Recordó que mi madre guardó el cerdito y le contó la anécdota y me trajo los pedazos de barro esmaltado envueltos en papel de regalo junto a los billetes de avión y la reserva de hotel. Nunca encontraría a Elvis, pero sí podría reencontrarme con la niña que fui, una niña que había olvidado hacía mucho tiempo.
Subí al avión. Me tocó un compañero de asiento de aspecto peculiar. Tanto, que no pude dejar de mirar su tupé.
-Hola, me llamo Elvis. Y sí, ya sé que es raro, pero mi madre admiraba tanto a Elvis Presley que me endosó su nombre
-Bueno, es bonito
-Es un poco hortera, como mi tupé -sonrió- ¿verdad?
-No sé qué decir
-La verdad es que no sé muy bien qué hago aquí ni por qué te cuento esto. Pero mi madre ha muerto y yo le había prometido este viaje desde hacía mucho tiempo. Lo tenía todo preparado para su cumpleaños, pero un ictus fulminante me la robado
-Lo siento
-La vida hace estas putadas -se limpió una lagrima- Pero he querido hacer el viaje que había previsto igualmente
-Como homenaje ¿no?
-Algo así. Mi madre era fan de Elvis. Pero no del Elvis de Las Vegas, ni de esos trajes de lentejuelas. Mi madre amaba al Elvis de las películas de Hawái -sonrió de nuevo- Te parece cursi ¿verdad?
-Para nada -la que sonreí fue yo- Me parece perfecto…Elvis
En ese momento, bendije a mi hermana por su ocurrencia, y a mi madre por guardar el cerdito y el recuerdo. Y pensé que, al fin y al cabo, aquellos ahorros habían acabado teniendo el fin previsto. Por eso le mandé un mensaje en cuanto tomamos tierra
“Aloha. Lo encontré”
Y, en ese mismo momento, empecé a vivir de nuevo