
El trabajo nos absorbe, a veces demasiado. De hecho, etimológicamente, lo contrario del ocio es el negocio, es decir, el no-ocio. Y de ahí a la adicción al trabajo, no hay más que un paso. Una adicción que reflejan películas como El lobo de Wall Street, El hombre del traje gris o El método
En nuestro teatro, en principio, no parece que seamos esclavos de esa obsesión de trabajar, aunque del dicho a hecho hay un buen trecho.
Hay, incluso, quien piensa de nuestro trabajo exactamente lo contrario, que somos parte de un funcionariado que cumple su función y cuando se marcha a casa hace un “hasta luego Mari Carmen”. Pero lo bien cierto es que, por mucho que dejemos la toga colgada en el armario, sigue enganchada a nuestro ser. Y es muy difícil desprenderse de ella. Así, la desconexión se convierte, en realidad, en una quimera. O poco menos.
Es obvio que todo el mundo tiene derecho a las vacaciones, y que además de un derecho debería ser un deber. Desconectar debería ser absolutamente obligatorio, y por eso recomiendan que, cuanto menos los períodos vacacionales tengan entre diez y quince días seguidos, pues de lo contrario no da tiempo a una verdadera desconexión.
Confieso que yo soy de esas a las que le cuesta desconectar. No hay más que ver la imagen de mi sombra con la que he ilustrado este estreno, junto a la que he dibujado en la arena no la toga, pero si los tacones. Una metáfora toguitaconada al borde del mar.
Y es que a veces no podemos evitar relacionar cualquier cosa con nuestro trabajo. Conozco un juez -el padre de mis hijas, sin ir más lejos- que desde que está en un Juzgado de Instrucción y ve las estafas que se cometen por medios informáticos, no nos deja en paz y ve posibles delitos informáticos por todas partes.
Otra de las cosas típicas que nos ocurren a quienes convivimos con la parte penal de Toguilandia, es el miedo a que nuestras hijas puedan ser víctimas de algún delito sexual. Porque, por más que seamos iguales ante la ley, a los chicos no suelen ocurrirles esas cosas. Salvo excepciones, claro, que siempre las hay. También hay temor a que hijas, hijos, madres o padres sean víctimas de otros delitos, desde luego. Que el Código Penal tiene un catálogo muy amplio
Para ilustrar mi nivel de obsesión, contaré una anécdota que aun tiene cazando moscas a sus protagonistas. Me encontré por la playa a una pareja que conocía y me contaron, muy entusiasmados, que iban a ser padres de una niña. Les pregunté, por cortesía más que ot5ra cosa, si ya habían elegido el nombre, y me respondieron muy satisfechos que la iban a llamar Norma. Mi reacción fue tan inmediata como inesperada para ellos. “Como norma jurídica” -dije-. Ella, con los ojos como platos, trató de sonreír y me dijo que mi comentario era “muy original”, porque la reacción más común era comentar que tenía el mismo nombre que Norma Duval, que por aquel entonces estaba en la cresta de la ola del artisteo.
Y es que, al final, la deformación profesional es lo que tiene. Más aun, cuando una se dedica a alguna especialidad. Y si no, que me lo digan a mí, que cada vez que entro en redes sociales me pongo a temblar pensando e cuantos delitos de odio reales o imaginarios me voy a encontrar. Y lo que es peor, cuantos me van a increpar por no abrir diligencias contra este o aquel.
Y esa es otra, hay gente que piensa que los miembros del Ministerios Fiscal somos fiscales en todos los momentos de nuestra vida, para todos los delitos que cada cual quiera, y con jurisdicción en todos los puntos del país y, si me descuido, del mundo mundial. Si me dieran un eurito por cada vez que me dirigen esa frase de “donde está la fiscalía” sería rica. Seguro. Y ojo, que no se me ocurra decir que está fiscal está ejercitando su derecho a la desconexión vacacional, porque me cae la del pulpo.
No obstante, reconozco que no puedo evitar quedarme mirando si oigo algún grito en la calle, ni mucho menos si oigo la sirena de un vehículo policial, de una ambulancia ni de bomberos. Porque seguro que ahí ha pasado algo.
Pero prometo que lo intentaré. Trataré de desconectar para todo menos para estas funciones. Porque la excepción confirma la regla. Y por eso el aplauso es hoy para quine tampoco desconecta de este escenario y sigue leyendo mis historias toguitaconadas. Mil gracias.