Cariátide: mujeres que nos sostienen


Hoy rescato un relato que, en su versión en valenciano, ganó el premio del Ayuntamiento de Valencia en 2009. Espero que os guste y, por supuesto, ganarme el aplauso

Relato ganador del Primer Premio del VIII Concurso de Narrativa Breve del Ayuntamiento
de Valencia (Concejalía de Bienestar Social) de 2009, «Mujeres construyendo la ciudad»

CARIÁTIDE

—Abuela, ¿qué quiere decir cariátide?
—Mira, hija, cariátide es una figura de mujer que sostiene un edificio…
Eso era lo que yo escuchaba cuando giré la llave en la cerradura y entré en casa. Mi
hija estaba con su abuela, mi madre, que se hacía cargo de la niña mientras yo estaba
trabajando en el Ayuntamiento. Mi madre continuaba dándole toda clase de explicaciones en
torno a las cariátides, hasta que yo recogí las cosas de mi hija para irnos a nuestra casa.
Cuando volvíamos, la niña me preguntó, curiosa, cómo era posible que su abuela
supiera tantas cosas sobre la construcción. De pronto, pensé que había llegado el momento
de contar a la niña la historia de los abuelos, el secreto mejor guardado del mundo.
Rosa, mi madre, a los ojos de todos se había dedicado tan solo al cuidado de la
familia, lo cual no era poco, pero había detalles de su vida que eran desconocidos para casi
todo el mundo. Nació en plena Guerra Civil, y pasó la misma hambre de niña que la mayoría
de los otros niños de la época. A trancas y barrancas, sus padres lucharon para que la niña
consiguiera estudiar mucho más allá de lo que entonces hacían las mujeres. Rosa era muy
espabilada y le gustaban muchísimo los libros, a pesar de que las penurias de aquellos
tiempos no le permitían tener todos los que hubiera deseado. No obstante, su sueño se
rompió: el dinero no llegaba a todo y muy pronto sus padres no tuvieron otro remedio que
sacrificar los estudios de uno de los hijos. Y, claro está, le tocó a Rosa, que era chica, pese a
que sus dos hermanos varones eran peores estudiantes que ella. Los padres pensaban que
Rosa, que era una joven guapa y bien plantada, podía tener un buen futuro si se casaba con
algún buen partido. Así que Rosa se puso a trabajar para poder ayudar en las necesidades de
la familia.
Aquello fue un duro golpe para ella, pero no menguó su hambre de sabiduría.
Cuando sus padres ya comenzaban a perder la esperanza de hacer un buen matrimonio para
la chica, sucedió eso que ellos vieron como un milagro… y que realmente lo fue más de lo
que nunca hubieran imaginado. Rosa se puso a salir con un chico que, aunque no era ningún
figurín, le gustaba, e incluso era del gusto de sus padres. Su familia no era rica, pero
tampoco estaban mal de dinero, lo cual no era poco en los tiempos que corrían y, además, él

estudiaba ingeniería y tal vez el día de mañana ganara bastante dinero. Así que todos
contentos, los padres, la niña, y las familias enteras.
Lo que no llegaron a conocer nunca era el hecho de que José, que era como se
llamaba el novio, compartía totalmente los estudios con Rosa, que aprovechó los libros y
todo el material que tenía José para estudiar por su cuenta. Rosa estudiaba cuando José tenía
cualquier examen, como si ella también tuviera que hacerlo, y él era feliz de poder darle a su
novia todos aquellos conocimientos que el destino le había robado. Y, poco a poco, cuando
José acabó sus estudios, Rosa sabía tanto o más de ingeniería que él.
Se casaron muy pronto y, dos años más tarde —¡cómo tarda esta niña!, decían sus
padres— se quedó embarazada. Mientras tanto, José tenía mucho éxito en su trabajo, porque
tenía ideas muy innovadoras, e incluso se comentaba que estaba escribiendo un libro sobre
sus investigaciones. Eso era cierto, aunque solo en parte. Y es que lo que nadie sabía era que
quien tenía las ideas era su propia mujer, y también era ella la que preparaba el libro. José y
Rosa formaban un tándem fabuloso en que él, que era un gran artesano, ponía en práctica los
fantásticos proyectos de ella. Los trabajos de José, hechos para la mejora de las
construcciones de la ciudad, eran recibidos con un arrollador éxito y él quiso animar a su
esposa para que publicara el libro y se diera a conocer.
A pesar de la ilusión de ambos, una vez más, la condición de mujer de Rosa marcó su
destino. Ninguna editorial quería publicar el libro de investigación de una persona que
carecía de título y que encima era mujer. Entonces su marido tuvo una idea: lo publicarían
con pseudónimo. Rosa fue más allá y le pidió que pusiera su nombre a la obra. Y él, pese a
que en principio le sabía mal hacerlo porque no quería disfrutar de un mérito que no le
correspondía, acabó accediendo.
El libro, que hacía serios estudios en torno a la construcción de edificios que
conseguían reducir los costes considerablemente, fue un éxito total. De hecho, con sus
planos se construyeron muchas viviendas a un precio razonable, lo cual facilitaba que todas
las personas de la ciudad que antes no podían permitirse tener su propia casa pudieran
acceder a una vivienda digna. A ese libro le siguieron otros más, siempre firmados por José,
y cada vez gozaban de mejor acogida. Su aportación al crecimiento de la ciudad y, sobre
todo, a la mejora de las condiciones de vida de todas las personas, que ahora podrían tener
agua, luz y comodidades en sitios hasta entonces impensables y a precios asequibles,
convirtió a José en un profesional admirado en todo el mundo.
Cuando José ya era mayor y estaba enfermo, le dedicaron una calle en su ciudad,
premio que él recibió con un poco de vergüenza, aunque su mujer estaba bien orgullosa.

Toda la gente pensaba que era porque José era humilde, pero nunca nadie llegó a sospechar
la verdadera causa…
Poco tiempo después, José empeoró de su enfermedad y, como veía acercarse la
Parca, confesó a su hija Ana el secreto de su éxito, al tiempo que le pidió que diera a conocer
al mundo la verdad de sus méritos. Ana estuvo a punto de hacerlo, pero su madre se opuso
de una manera feroz, y le hizo prometer que nunca contaría a nadie quién era la auténtica
autora de los libros. Rosa no cedió de ningún modo y, finalmente, solo hizo una concesión:
«únicamente se lo puedes decir a tus hijos».
Así que, como consideró que había llegado el momento, le contó toda la historia a su
hija, de principio a fin. La niña estaba asombrada, no tanto porque su abuela fuera una mujer
tan importante, sino porque nadie había querido hacerle caso por el solo hecho de ser mujer.
Desde ese momento, vio a su abuela con nuevos ojos, como también veía con nuevos ojos el
recuerdo de su abuelo, tan compenetrado con ella que, como pudo, permitió que consiguiera
los sueños que la sociedad le robaba, aunque fuera de forma incompleta.
La abuela, que siempre les había cuidado, y que todavía lo hacía para que sus padres
pudieran dedicarse a todo lo que les hiciera falta, había resultado aún más importante de lo
que ella pensaba. Sin ella, no solo su familia sino también la ciudad entera, no sería la mitad
de próspera y de bonita que era hoy.
—Entonces, mamá —dijo la niña—, la abuela es como una cariátide
—¿Por qué dices eso?
—Porque ella es una mujer que, sin que nadie lo supiera, ha estado sosteniendo el
techo de la ciudad, además del de nuestra familia. Y, ¿sabes? Yo también quiero ser una
cariátide, pero quiero que todo el mundo lo sepa.
Entonces, me hice una promesa a mí misma. Nunca en la vida permitiría que mi
hija, ni ninguna otra mujer, se tuviera que ocultar bajo el nombre de un hombre. Se lo
debía a mi madre. Yo también quería ser una cariátide.

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