
Hoy, en nuestro teatro, un relato para leer y reflexionar. No diré más por no hacer spoiler
¿CUÁNDO VUELVES?
-¿Cuando vuelves?
Todas las noches lo mismo. Él, insistiendo en que regresara. Y ella, a punto de claudicar, arrepentida de la decisión que nadie comprendía. Pero cada nuevo día, después de descansar, se reafirmaba en ella.
Lo tenía todo. O al menos, eso parecía. Un trabajo que le gustaba y una pareja envidiable. Que aquel profesor atractivo y simpático hubiera reparado en ella, una simple alumna más de su clase de la facultad era algo por lo que, según su madre, debía dar gracias a Dios cada día.
Por eso no recibió más que reproches cuando aceptó aquel trabajo en una ciudad pequeña donde no iba a tener ni la mitad de oportunidades, donde cada noche se acostaría sola y se levantaría más sola aún en cualquier cuartucho de un piso compartido.
También ella lo pensaba más de una vez. Pero entonces se recordaba a sí misma por qué se marchó. Estaba harta. Harta de vivir a la sombra del catedrático brillante que no solo le chupaba la energía sino que se quedaba con el fruto de todo su esfuerzo. Su tesis, mil veces demorada, iba perdiendo trozos que él se quedaba y publicaba con su nombre. Le decía que debía sentirse satisfecha de que el prestigio de él sirviera de paraguas a las ideas de ella, que ya llegaría su momento. Pero el tiempo pasaba y él volvía a retrasarlo una vez y otra.
Lo recordaba en su habitación, un pequeño cuarto alquilado a una mujer mayor, que vivía allí y ejercía de casera y madre a partes iguales. Le asignó la que dijo ser mejor habitación de la casa. Y lo era. Un cuartito agradable de cama recia y cortinas floreadas presidido por un cuadro.
El cuadro la fascinó desde el primer día. Era el retrato de una mujer corriente, hecho por un pintor corriente, con un marco corriente. Pero tenía algo que la atraía sin remedio. Y debió ser recíproco, porque el cuadro parecía empeñado en llamar su atención. Cuando no se torcía, se caía al suelo misteriosamente, o aprovechaba cuanquier ráfaga de aire para golpearse contra la pared y alertarla con el ruido.
Estaba decidida a guardarlo cuando preguntó a su casera por el retrato. Era, según dijo, Remedios, la esposa de Antonio Malpartida, escritor local de reconocido prestigio. Ella no era gran cosa, pero él la quiso tanto que, tras su muerte no volvió a escribir una sola letra. Ni siquiera la concesión del premio Cervantes le animó a volver a escribir. El cuadro lo donó alguien al museo, y ella se hizo con él por cuatro duros, cuando quienes gestionaban el museo decidieron vender algunas de las cosas que no exponían
Tras conocer su historia, decidió darle una nueva oportunidad a Remedios. No descolgaría el cuadro. Le haría compañía. Así se lo dijo al lienzo, advirtiéndole que se dejara de sobresaltos o iría al altillo.
No le hizo caso. El cuadro seguía moviéndose. Hasta el día en que ella no pudo más. El cuadro cayó con un enorme estrépito, dándole un susto de muerte. Se levantó de la cama, lo cogió y le hizo sitio en el fondo del armario.
- Lo siento, Remedios. Hasta aquí hemos llegado.
Fue entonces cuando lo descubrió. En la parte trasera del marco, algo alteraba el tacto suave del papel que forraba el lienzo. No pudo resitirse y, tran toquetear un rato, rascó con la uña hasta hacer un pequeño agujero en el papel. Asomaba algo que parecía un documento. Rasgó más, y consiguió sacarlo. Era un papel descolorido, doblado en varios pliegues. Con el corazón palpitando, descubrió una carta manuscrita con una firma. Remedios.
Era una especie de testamento, destinado “a quien lo encuentre”. La mujer del cuadro contaba que su excelso marido jamás escribió ni una sola letra de sus libros. Fue ella la única autora y, aunque en principio lo hicieron por acuerdo porque sería más fácil publicar a un hombre que a una mujer, él incumplió su promesa de dar a conocer el secreto. Primero lo iba demorando y después se negó. Incluso la obligaba a seguir escribiendo hasta que ella no pudo más y decidió quitarse la vida. Antes de hacerlo, escribió esa confesión que dejó oculta en el cuadro que donó anónimamente al museo.
Con lágrimas en los ojos, volvió a colgar el cuadro. Guardó la carta y la miró.
Mientras, la pantalla de su móvil parpadeaba
- ¿Cuando vuelves?
- Nunca.