
Caída libre
Nunca olvidaré aquel verano. Y juro que quisiera. Quisiera borrarlo de mi memoria y de mi vida y que aquellos días nunca hubieran existido. Pero todavía no lo he logrado
Éramos jóvenes, muy jóvenes. La mayoría de mis compañeras del colegio de monjas querían un verano como el de Sandy, la protagonista de Grease, con su Dany Zuko esperándola a la vuelta del verano. Pero yo no quería eso. Yo me creía más y mejor, y aspiraba a un verano inolvidable, unas vacaciones donde me bebiera la vida a tragos. Quería vivir al límite, y lo conseguí, igual que conseguí que aquel verano quedara marcado a fuego en mí. Para siempre.
No dudé un momento en probarlo. Nadie lo dudó. Hubiera sido un acto de cobardía inaceptable, aunque hoy sé que lo verdaderamente valiente hubiera sido saber decir que no. Pero entonces lo ignoraba, y lo pagué caro. Lo pagamos caro.
La primera vez costó. Extender mi brazo para hacer correr por mis venas todas aquellas promesas no fue fácil. Siempre temí las agujas. Pero, una vez superado, todo fue bien. O eso creímos y seguimos creyendo hasta el día en nos dimos cuenta de que las cosas solo podían ir bien cuando nuestras venas, que ya no solo eran las de los brazos, estaban llenas de aquel veneno que nos precipitó en caída libre.
Ahora no sabría decir si lo pasamos bien aquel verano, aunque entonces pensábamos que éramos invencibles. Pero lo que sí puedo decir es que fueros nuestras últimas vacaciones. Lo que vino después ya no era vida.
Hoy, pasados muchos años desde entonces, descubrí en un cajón una foto de la época. Me habría encantado poder hacer lo que se ha puesto de moda en redes sociales: repetir la misma imagen más de treinta años después. Pero no puede ser. Ni siquiera la hubiéramos podido repetir en tres años.
No más hubo pasado aquel maldito verano empezamos a caer como moscas. Hospitales, cementerios y prisiones se convirtieron en nuestras residencias. Y hoy, pasado tanto tiempo, solo quedamos yo y esta fotografía que se burla de mí.
Jamás lo superé. De hecho, hoy recibí el diagnóstico que confirma que aquel verano fue el principio del fin de una vida que no viví jamás. Hoy me han dicho que mi cerebro está tan deteriorado que pronto empezará a dejar de funcionar, si es que no ha empezado ya. Al menos, lograré por fin olvidar aquel fatídico verano. Aunque con su recuerdo, se lleve todos los demás.
Esta gente de Zenda no perdona un “que” omitido, y un “solo” sin tildar cuando funciona como adverbio. Son así ellos. Del club de la tilde. (Ya, la rae dice….. pero los de la tecla mandan).
Me gustaMe gusta
Muchos amigos y conocidos se quedaron en el «camin9». Fue un «juego muy peligroso «.
Me gustaMe gusta
Asi es. Sirva como homenaje
Me gustaMe gusta