Imposible: peras al olmo


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Más de una vez se oye hablar de eso que llaman la magia del cine, de la famosa fábrica de sueños y de cómo estos se hacen realidad, aunque solo sea algunas veces, o se limite al rato en que la obra nos aleja de la rutina para meternos por un rato en un mundo de glamur y fantasía. Te dicen que La vida es bella, Vive como quieras y que puedes llegar hasta Un lugar llamado milagro. Y algunas veces, hasta se consigue Lo imposible.

Nuestro teatro no es una fábrica de sueños. Qué más quisiéramos. Más bien parece un Hospital Central donde remendamos, como podemos, todos esos Sueño rotos que se quedaron por el camino. Suturamos las heridas, recomponemos las fracturas y a veces hasta hacemos la cirugía estética, pero no llegamos a todo. O ni siquiera podemos llegar a eso, y nos quedamos con la frustración y la impotencia.

Con frecuencia se nos acusa de no haber evitado un mal. Y alguna vez es así, tampoco voy a negarlo. Entre nuestros medios paupérrimos no está la bola de cristal que debería venir junto a la toga el día que nos toguitaconamos por vez primera. Pero otras veces simplemente no podemos hacerlo. La legalidad es el marco que caracteriza una sociedad democrática, pero también en ocasiones es un corsé más apretado que el que Mamita le ajustaba a la señorita Escarlata.

Yo no tengo corsé. Ni ganas, claro está, qué fatiga. Pero si tengo varios botones de muestra que traigo para apoyar lo que digo. Ya decidirán al final del estreno si merezco un aplauso o una tanda de tomates.

El primer caso sería el de una mujer violada. Imaginemos que hay una persona que ha visto desde su ventana como la violan salvajemente varios sujetos. Puede incluso haberlo grabado con su móvil. La persona, como buena ciudadana, acude a la policía, cuenta lo que ha visto y aporta la grabación. La policía localiza a la víctima y la citan a declarar. Pero ésta, por la razón que sea, decide no denunciar los hechos. Y, como quiera que la violación es un delito que requiere denuncia para proceder –salvo menores o personas vulnerables, en que puede denunciar el Ministerio Fiscal-, se ha de archivar el caso que no llegó a nacer y dejar sueltos a los autores de tamaña barbarie. Sigamos imaginando. Los angelitos, envalentonados por la impunidad de su acción, deciden repetir la gesta con otra mujer, que en este caso sí denuncia y se muestra indignada porque estuvieran en libertad después de unos hechos iguales. A ello sigue, sin duda, una campaña mediática que pone a juez y fiscal de vuelta y media por no haber hecho nada a pesar de que era imaginable que volvieran a las andadas. Pues bien, no se podía. Ahí estaba el corsé legal apretando, en este caso con la necesidad de que exista denuncia de la víctima como requisito de procedibilidad. Y sin ella, nada podían hacer juez y fiscal mientras la ley sea la que es. Es lo que hay.

El segundo caso sería el de una mujer muerta de miedo que acudiera al juzgado. Imaginemos que se lee el pánico en sus ojos y en su actitud, pero lo que cuenta es que sabe que su marido, que acaba de reaparecer en su vida después de mucho tiempo, va a matarla. Y nos dice que es porque le conoce y está segura de que va a ser así, y que quiere una orden de protección. Por más que se le pregunta, no hay ningún hecho constitutivo de delito que pueda relatarnos, ni siquiera una amenaza. Y, aunque la creamos, en el juzgado no podemos hacer nada, porque se trata de juzgados que conocen de delitos e imponen medidas de protección si hay indicios de que se ya ha cometido un delito, pero que no pueden actuar a prevención si aun no se ha cometido ninguno –más allá de ponerlo en conocimiento de quien corresponda-. Continuando con la fabulación, resulta que este hombre acaba agrediendo o matando a su mujer como ella temía. Rápidamente, alguien sacará a la luz que pidió protección en el juzgado y no se le dio y comenzará el linchamiento mediático. Y de nuevo el corsé legal nos impedía tomar ninguna medida.

Pongamos un tercer caso, ahora desde el otro lado. Imaginemos a un hombre detenido por unos presuntos malos tratos que ella denunció. Se la cita al juzgado, y se acoge a su derecho a no declarar, y no hay testigos ni parte médico ni nada de nada de lo que podamos tirar para seguir adelante con el procedimiento. Para colmo, él resulta  un tipo de los que dan escalofríos con solo mirarlo, pero tampoco declara, perfetcamente asesorado por su defensa. Incluso podría tener una hoja de antecedentes más larga que el listín telefónico. Pero sin ningún indicio habría que archivar. Y volveríamos al caso de los ejemplos anteriores.

También hay quien nos pide imposibles, como si fuéramos El conseguidor. Es muy frecuente oír a víctimas pidiendo que obliguemos a sus parejas a ponerse en tratamiento de desintoxicación de lo que sea o, más gráficamente, que les quitemos del vino. E incluso las hay que nos piden un escarmiento. «Usted échele la bronca, que yo luego me lo llevo a casa». Y tampoco podemos, aunque confieso que lo de la bronca a veces sí cae. Y, alguna vez, hasta funciona.

Por último, contaré dos casos reales. El primero, el de una mujer que nos decía que su marido amenazaba con suicidarse si ella le dejaba. Por supuesto, no le podíamos decir que se quedara con él, pero tampoco quitarse la vida a sí mismo es una amenaza hacia ella. Así que allí se quedó, con toda su angustia, que, además nos contagió. Por fortuna, él no llevó a cabo sus amenazas, que yo sepa, ni logró que ella desistiera de su propósito de divorciarse. Pero podría haber sido de otro modo.

El otro caso real fue algo verdaderamente curioso. La empleada de una empresa de alquiler de vehículos fue a la policía a denunciar que un hombre había pedido un coche con un maletero grande donde cupiera un cadáver, porque pensaba matar a su mujer. La chica estaba espantada, y con razón. Así que se le detuvo, y como quiera que no negaba, sino que dijo que era una broma, esperamos a localizar a la mujer en cuestión. Resultó que vivía a más de 1000 kilómetros y llevaba muchos años sin saber de él y sin que le hubiera molestado, así que no tenía nada que pedir ni denunciar. El hombre solo quiso llamar la atención y resultó tener un problema mental considerable. Pero si llegamos a dejarnos llevar por la presión de la alarmante situación, hubiéramos cometido un error de bulto. Nada menos que meter en prisión indebidamente, una de las peores cosas que puede hacer un profesional de la Justicia

Así que hoy el aplauso no pude ser otro que el dedicado a quienes, a pesar de todo, y hasta conscientes de que pueda caerles la del pulpo, cumplen y hacen cumplir la ley. Porque, como dice la cita, dura lex, sed lex. Eso sí, hay leyes que necesitan un repasito.

 

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