Aventuras: Tribulaciones de una fiscal en Fiscalía


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El género de aventuras es y ha sido siempre muy popular. Indiana Jones y todas sus secuelas, el Tras el corazón verde, todas las sagas galácticas de Star Trek o La Guerra de las Galaxias y hasta las Patoaventuras son éxito seguro. Y, por supuesto, Las Tribulaciones un chino en China . Pero también tienen otra característica. No deja de ser curioso comprobar en estas obras el paso del tiempo, cómo eran los efectos especiales, o los protagonistas en su día, y cómo son ahora. Un buen pulso al calendario.

Así que decidí hacer otro tanto en nuestro escenario. Rescaté retazos de un post publicado en otro lugar hace cuatro años y comprobar si La vida sigue igual.E invito a ello a quienes me lean. Pero no deis vuestro veredicto ahora, hacedlo al final de este relato de Un dia en Toguilandia.

Un día cualquiera. Salto de la cama, me trago un café a toda prisa quemándome la garganta, me aseo, me calzo –por supuesto- mis tacones y me dispongo a irme a trabajar, llevando de paso a mi hija al colegio, con una sola idea en la cabeza. Hoy va a ser el día. Sí señor. El día en que por fin voy a conseguir sentarme toda la mañana en mi despacho dispuesta a achicar la inundación de papel que han causado varios días en Sala ocupada con un larguísimo jurado, un par de guardias y tres días de servicios devolviendo aquellos que no pude hacer porque estaba en el jurado y los que debo para conseguir irme a un curso. Ahí es nada. Montañas y montañas de papel dispuestas a engullirme al primer descuido. Pero no me voy a dejar, vaya que no. Porque hoy es el día.

Decido tomarme un café mañanero con mis habituales compañeras de fatigas, madrugadoras como yo. O mejor, dos. Me espera una mesa atiborrada y estoy dispuesta a todo.

Subo al despacho. Las pilas de causas me miran provocadoras, como diciendo que no voy a poder con ellas. Les devuelvo una mirada desafiante. Buena soy yo para eso. Por si acaso, antes de sentarme, las amontono cuidadosamente, porque el equilibrio en el que permanecen es bastante precario. De reojo, echo una mirada furtiva a sus congéneres que descansan en el armario, advirtiéndoles con la mirada de que en breve les tocará el turno. Seguro.

Enciendo el ordenador. Le hago una caricia mimosa por encima del teclado para suplicarle que se porte bien, que no tarde más de un cuarto de hora en conectarse y que, si es posible, se cuelgue lo mínimo. Aunque no parece dispuesto a darme el gusto, hago caso omiso. Mientras se decide, preparo el fechador de mi cuño de” visto” y me dispongo a atizar unos cuantos al primero de los montones. Cuando aún no he puesto el primero, suena el teléfono. Como suele pasar, se han confundido, pero mientras, el ordenador parece que empieza a respirar. ¡Albricias!. Abro el correo. Me entretengo con un par de notas de servicio. Hay que hacer una estadística de no sé qué clase de cosas pendientes en los juzgados que llevamos cada uno. Decido hacerlo antes de que se me olvide y me voy a hablar con la funcionaria. Cuando vuelvo de darle las explicaciones oportunas, el ordenador se ha oscurecido, que tiene poca paciencia en tiempo de espera. Vuelvo a darle, mientras el cuño de “visto” me mira burlón. No le hago caso y estampo un par de cuños más. De pronto, llega el funcionario con cuatro recursos urgentes y una pila de notificaciones. Aparto lo que me había preparado y me pongo a ello. Firmo las notificaciones mientras el ordenador se anima a activarse de nuevo, así que le prometo no volver a abandonarle. Consigo terminar la firma y estoy a mitad del primer recurso cuando me avisan que hay un letrado que quiere hablar conmigo de una posible conformidad para el día siguiente. Así que vuelvo a apartar lo preparado, consigo encontrar el asunto de que me habla después de hacer un esmerado trabajo de arqueología entre los papeles de mi armario. Hablamos de la conformidad. Cuando voy a apuntar los términos, no encuentro ni un mísero post-it y me voy al armario de material, donde logro aprovisionarme de medio taco, aunque son de los mini y necesito usar tres. Asunto arreglado. En cuanto se va el abogado, me bajo al negociado de carpetillas, a buscar la que toca para anotar la conformidad. Me cuesta un poco, pero la encuentro. Todo en orden, así que vuelvo a mi despacho.

Le pido disculpas al ordenador por no haberle hecho caso y él me castiga con el látigo de su indiferencia hasta que, al cabo de veinte minutos, vuelve a dar señales de vida. He podido poner unos cuantos “vistos” más pero, al apartarlos, descubro esa terrible franja roja que hace que se pare todo lo demás: “causa con preso”. Horror de horrores. Vuelvo a reorganizar mi mesa, porque la prioridad es la prioridad, y me enfrasco en la lectura del expediente. Eso sí, de vez en cuanto doy una palmadita al ratón del ordenador para recordarle que estoy ahí y no vuelva a apagarse. Parece que funciona. Cuando llevo leída la mitad de la causa, suena otra vez el teléfono. Me piden información sobre una causa. Rebusco hasta encontrar la lista donde pone qué compañero lleva cada juzgado. Tras dos llamada al despacho, una al móvil y 3 whatsapps, logro hacerme con él. Resulta que ese día cambió la guardia y lo lleva otra compañera. Vuelta a empezar. Al final me manda un mensaje diciéndome que cuando pueda me llama, que está en juicios.

Vuelvo a la causa. Consigo leer unos cuantos folios más cuando llega una compañera. Tiene una duda de mi negociado. Le digo que se siente –una vez logro hacerme con una silla en otro despacho- y consigo hacerle sitio, a ella y a su abultado sumario, a duras penas. Después de un buen rato, llegamos a la conclusión de lo que se debe hacer y vuelvo a lo mío.

Un esfuerzo más y acabo de leerlo. Me concentro sin dejar de acariciar el ratón de cuando en cuando. Me llaman de mi juzgado. Que han encontrado a un imputado que estaba mucho tiempo en busca y captura y hay que hacer la comparecencia. Maldigo a quien le haya localizado, ya podía haberlo hecho un día antes, mientras yo estaba en juicios y hubiera tenido que ir un compañero. Dejo el boli dentro de la causa, en el punto donde la dejé, y subo a mi juzgado. Hago la comparecencia. De pronto, alguien se acuerda que había que explorar al menor y me pillan cuando ya había entrado en el ascensor. Vuelta atrás. A la exploración de menor. El ordenador de la sala multiusos adquiere vida propia y decide que hay que reiniciarse. Veinte minutillos más, mientras ya no sabemos qué contarle a la niña de ocho años que espera para ser oída. Finalmente, acabamos la declaración de la niña.

Otros cinco minutillos largos para coger el ascensor. En la puerta del despacho me encuentro a alguien cuya cara me suena, pero no ubico. Me saluda, encantado de la vida, e intenta una conversación amable mientras yo miro de soslayo los expedientes que me llaman desde la puerta de mi despacho. Me pregunta que “cómo está lo nuestro”. No tengo ni idea de quién es ni de qué narices será “lo nuestro”, pero esbozo la mejor de mis sonrisas y le contesto que “lo estoy estudiando”. Creo que he salido airosa del apuro y vuelvo a mi mesa.

Encima del expediente, haciendo equilibrios sobre el bolígrafo que había dejado, hay un par de faxes. Los miro, y miro horrorizada la pantalla del ordenador. No me ha perdonado la ausencia. Otra vez a empezar. No me arredro y pongo unos vistos más. Cojo el boli y sigo leyendo. Casi estoy acabando de leer, aunque aún no sé exactamente qué hacer con ella. En ese momento, me llama la compañera a la que buscaba antes y me cuenta la causa entera. Le doy las gracias, e informo a quien lo había demandado.

Al coger el móvil, descubro un montón de mensajes de mi hija. Que por favor, le imprima esto y aquello. Vuelvo a abrir el correo y logro imprimir los documentos.

Cuando tomo la decisión acerca de la causa con preso, miro la hora con espanto. A duras penas, consigo culminar el informe. Las causa apiladas se están riendo de mí, y las del armario les hacen los coros. A ellas se han unido unas cuantas compañeras, que han acudido a la fiesta en brazos de un funcionario mientras yo estaba en el juzgado. Y a mí no me hace ni pizca de gracia.

Así que, como Escarlata O’Hara, me voy, pensando que mañana será otro día. A Dios pongo por testigo de que mañana sí que será el día -digo mientras los procedimientos se burlan despiadadamente de mí- Y lo será, buena soy yo. ¿O no?

 

¿Cuál es el veredicto? ¿ha cambiado algo?. Lamentablemente, parece escrito ayer mismo, salvo el detalle de que mis hijas ya no necesitan que las lleve al colegio. Y lo peor es que podrían haberlo escrito hace diez años también, o incluso más

NOTA: Esta historia está basada en hechos reales. Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Por eso pido el aplauso para quienes la protagonizan cada día del año.

 

3 comentarios en “Aventuras: Tribulaciones de una fiscal en Fiscalía

  1. Terriblemente gracioso. lo he visualizado completamente y me he reido aunque -bajo otras formas- lo he vivido. Sí, felicitaciones a sus protagonistas muchas veces criticados por los que ignoran los trasfondos. Eso me recuerda que en el mundo de la producción artística, si las cosas van bien se felicita a los artistas menospreciando a los productores, por contra si el tema no funciona bien el productor acaba acribillado.

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