Es obvio que la opinión es una parte de la vida y, más aún, del mundo del espectáculo. No solo las críticas que hacen los profesionales, sino lo que piensa cada cual de la obra que ha visto es esencial para que anime a otras personas para pagar su entrada y ver el espectáculo o para prescindir de él, incluso si es gratis. La opinión es libre, faltaría más. Ya hace mucho que pasaron los tiempos de la censura que tan bien retrataba La Corte del Faraón.
También en nuestro teatro la opinión es importante, aunque a veces no lo sepamos ver. La opinión que tiene el justiciable de la Justicia debería movernos a mejorar, siempre que nos dejen. Porque es difícil, por no decir imposible, combatir esa opinión generalizada de que la Justicia es lenta si no nos dotan de medios para poder agilizarla. Por supuesto, de medios que vayan más allá de publicar una norma en el BOE con una disposición adicional que advierta que no supondrá dotación de medios personales ni materiales, como pusieron de moda una buena temporada.
Por desgracia, parece que la Justicia importa poco si no es para criticarla. Y conste que no lo digo yo, que lo dice el CIS en sus encuestas periódicas, en las que no hay manera de que figure entre las preocupaciones más allá de un discretísimo puesto décimo quinto, como si fuéramos la canción de España en el festival de Eurovisión –al menos hasta el momento-.
Pero todo puede cambiar. Y, por suerte o por desgracia, ha pasado, o mejor dicho, está pasando. La actuación jurisdiccional ha sido cuestionada, revisada, cirticada, torpedeada e interpretada por tierra, mar y aire. Y, como en botica, hay de todo. De bueno, de malo y hasta de regular. Así que mejor vayamos por partes.
Entre lo positivo, está bien empezar a asumir que la ciudadanía puede salir a la calle a protestar por una decisión del poder judicial, como decíamos en el estreno dedicado al descontento, como lo hace contra las del poder legislativo o ejecutivo. Es más, como nosotros mismos estamos haciendo cada semana porque no nos han dejado otro remedio que sacar las togas a la calle haciendo las movilizaciones que haga falta. Y también puede valorarse el hecho de que varios jueces y juezas puedan salir en la tele a explicar las cosas y mostrar su desacuerdo con una sentencia sin que a nadie se le caigan los palos del sombrajo .
Pero todo tiene un límite. Y ahí empieza el problema. Las descalificaciones personales, los insultos y otras cosas que traspasan el respeto no se pueden consentir. Aunque, también hay que decirlo, una buena política de comunicación también ayudaría a hacer comprender a la gente cosas que les pueden resultar incomprensibles. Prescindiendo, además, de la pléyade de todólogos y opinadores profesionales que enturbien más el asunto. En el punto medio está la virtud.
Ahora bien, de la opinión al oportunismo no hay más que un paso. Y hay quien lo franquea y se queda tan fresco. Y ahí sí que tenemos un problema, y muy serio. No vale subirse al carro para meterse unos cuantos votos en el bolsillo. No vale tampoco enfrentar a la opinión pública con el poder judicial ni sacar sospechas y chismes a relucir sin una mínima demostración de veracidad. No vale saltarse las reglas del juego. Acercarse al sol que más calienta para lograr simpatías no es oportunidad, es oportunismo. Y eso sobra. Porque el sol quema cuando uno se acerca demasiado
No es el único caso, ni la única vez que pasa. Legislar a golpe de telediario se está convirtiendo en una costumbre peligrosa, y además, barata. Saltan las alarmas, se enciende la mecha de la opinión pública y ya está. A pagarla Pocarropa. O más bien, Muchoartículo, o sea, el Código Penal, que es siempre quien acaba pagando los Platos rotos. Se suben rápidamente al carro, se anuncia la enésima reforma y chimpón. Bueno, bonito y barato. Al módico precio de incluir unos renglones en el BOE, se pretende que está todo arreglado. Da igual que sea la edad penal, la prisión permanente revisable o los delitos contra la libertad sexual. En lugar de invertir para evitarlos, legislar para castigarlo. Olvidando aquello que nos enseñaron en la Facultad de que el derecho penal debe ser la última ratio.
Y ojo, que me acabo de enterar que, para colmo de los colmos, en la comisión que pretende estudiar los delitos contra la libertad sexual no hay ninguna mujer. Con lo cual han perdido la oportunidad de demostrar que no es oportunismo. Con lo poco que cuesta.
Y es que la ocasión la pintan calva, como dice el sabio refranero. Y no solo para los mandamases. Por eso de vez en cuando nos pasan cosas en nuestro teatro que nos lo recuerdan. Como el investigado que, instruido de su derecho a ser visto por el médico forense, nos dice tan tranquilo que vale, que así le verá un forúnculo que le ha salido en el trasero y le está molestando al sentarse. Tal como lo cuento. O algún otro que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, nos hace una consulta sobre su divorcio a pesar de estar sentado en el banquillo por haber mangado una colonia en un supermercado. Por no decir una crema, no vaya nadie a pensar cosas raras.
Así que ahí va el aplauso. Hoy, destinado a quienes no confunden oportunidad con oportunismo. Por difícil que sea sucumbir a la tentación.
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